Director del Centro Dramático de Aragón

No puedo evitar dirigirme a todos los presentes,  -personas vinculadas de una u otra manera a la actividad teatral de nuestra región y amigos en general-, y a quienes rigen en estos momentos con sus decisiones políticas los destinos de nuestra organización cultural, para expresar mi máxima satisfacción en un día que considero de especial importancia en la pequeña historia de nuestro teatro.

Pero esta satisfacción no es sólo personal: llevo más de treinta años, inicialmente junto con los compañeros y compañeras del Teatro de la Ribera, del Teatro Estable, de Tántalo, y después con muchos otros, intentando hacer teatro en nuestra tierra y conozco de primera mano, por haberlo sufrido, el esfuerzo añadido que supone remar tantas veces a contracorriente para poder hacerlo. Participé de una manera directa en aquella primera tentativa de crear un Centro Dramático y llevo desde entonces realizando una autocrítica, olvidando las culpas de los demás y centrándome en las mías propias, sobre el error que supuso contribuir a abortar un proyecto que hubiera conformado otra realidad actual muy diferente.

Por estas razones, estoy plenamente convencido de que nuestra comunidad necesitaba la creación de una institución de esta naturaleza que contribuyera de manera decisiva a vertebrar su actividad escénica. Es decir, que, por una parte, sirva para consolidar nuestro todavía endeble tejido profesional, y que, por otra, y de forma gradual pero decidida, favorezca la creación de un nuevo, mejor y más numeroso público espectador en nuestra región. Hace unos días Lluis Pasqual decía que el teatro es “una práctica elitista… para las mayorías”, y he elegido esta cita porque creo que en su sencillez encierra dos conceptos necesarios y que en la actualidad se complementan: el clásico de “teatro como servicio público”, que diera especial sentido en su día con su propia práctica el maestro Jean Vilar, y que sigue teniendo manifestaciones emblemáticas a lo largo y ancho del mundo, y el de autoexigencia artística como norma suprema de quienes a esta actividad nos dedicamos.

Sin embargo, no nos engañemos: el instrumento que debe servir para fortalecer nuestro teatro es todavía un velero muy frágil, expuesto a todo tipo de inclemencias. Entre todos deberíamos esta vez hacer un pacto de sentido común para preservarlo de ellas si pretendemos de verdad que se convierta no sólo en algo útil sino también en una referencia de ética, de transparencia en la gestión y de claridad y autonomía de criterios artísticos. Y en ese sentido, y esto debería quedar especialmente claro desde el principio, tenemos que comprender que no estamos ante la panacea que pueda curar todos nuestros males y carencias, y ni mucho menos el vehículo para enriquecer a unas cuantas compañías o a un puñado exclusivo de actores.

El Centro Dramático que acaba de crear nuestro Gobierno, por iniciativa de la Consejería de Cultura y Turismo, en un acto político generoso, valiente e inteligente de responsabilidad cultural y de compromiso con nuestra historia escénica, debe ser, por encima y sobre todo, un modelo de producción y de gestión teatral públicas, exento de cualquier otro tipo de presiones que no sean las de pretender dignificar globalmente nuestro panorama posibilitando el ejercicio de nuestra profesión y la difusión de sus resultados en nuevas y mejores condiciones.

Señor Consejero: agradezco profundamente la confianza que supone mi nombramiento y creo que al colocarme en este periodo inicial al frente de este fantástico e ilusionante proyecto, independientemente de reconocer la trayectoria de la persona concreta que os habla, estáis reconociendo en realidad el abnegado esfuerzo de otras, muchas de las cuales están aquí presentes, que han contribuido a que tengamos ya una memoria teatral en nuestra región de la que nos podemos sentir orgullosos, tanto con el sudor de su cuerpo sobre los escenarios –y en este momento quiero recordar la figura emblemática de nuestra querida Pilar Delgado, maltrecha en sus últimos años por la enfermedad pero animosa siempre en su ardiente pasión sobre las tablas-, como asumiendo riesgos empresariales, a veces desmedidos e impensables si los comparamos fríamente con nuestros escasos recursos.

Pero reconocer el esfuerzo de todos no significa pretender difuminar la responsabilidad personal que acepto con gran entusiasmo. En mi profundo agradecimiento va implícita también una férrea voluntad de trabajo y un deseo de hacer las cosas bien en este propósito de consolidar un movimiento en el que siempre he creído y al que inevitablemente pertenezco. Sólo os pido, como os decía, tanto a la institución que ha dado este paso al frente, como a quienes vais a ser protagonistas y, en gran medida, beneficiarios principales de la nueva iniciativa, ese apoyo y esa confianza imprescindibles para ponerla en marcha con la serenidad que precisa.

Porque inventarse un teatro público no es una tarea fácil y hacerlo navegar tampoco lo es. Así se ha ido demostrando a lo largo de estos años en aquellos lugares de España en donde iniciativas similares se pusieron en marcha a mitad de los ochenta con un balance global a todas luces positivo, pero con evidentes lagunas también en algunos casos. No hay mal que por bien no venga, y el retraso en crear nuestro Centro Dramático nos permite jugar ahora con la gran ventaja de poder nutrirnos de las enseñanzas que la experiencia de los demás nos han procurado, incorporando sus aciertos y tratando de evitar los errores más significativos y palmarios.

Entre los últimos, el primero -parece claro y ya está dicho-, sería que intentáramos construir un Centro Dramático a espaldas de nuestros profesionales, fascinados por un aldeano prejuicio de que lo de fuera siempre es mejor que lo de dentro. El segundo, que éstos, bajo el pretexto de que algo nace con un fuerte impulso y con más medios de los que ellos disponen, cedan iniciativas que solo a ellos les corresponden y que deben seguir desempeñando con igual dosis de entusiasmo, de generosidad, de rigor empresarial, e incluso de capacidad transgresora o de voluntad vanguardista. Porque el Centro Dramático, en mi opinión, debe venir para tratar de alisar en la medida de sus posibilidades el terreno de todos pero nunca a sustituir a nadie. Esa creo que puede ser su gran fuerza: un modelo de teatro público que se plantea como uno de sus objetivos esenciales fortalecer al teatro privado.

El tercer error sería intentar olvidar quiénes somos, dónde estamos y a quienes nos dirigimos de manera preferente. Hace más de treinta años el director alemán y miembro del Berliner Ensemble, Manfred Wekwerth, escribió que “el fundamento esencial del pequeño colectivo teatral está en preguntarse de qué gran colectivo forma parte…” En este sentido me parece algo más que una esperanza y un antídoto para lo que sería una tentación irresponsable y miope lo que se refleja en el artículo segundo del Decreto de Creación: “El objeto social del Centro Dramático de Aragón es la potenciación, producción, difusión y documentación de las actividades teatrales, con especial énfasis en la consolidación de las señas de identidad cultural aragonesa en la vertiente de las artes escénicas”.

Quiero que mis últimas palabras sean para recordar el lugar en donde he desarrollado gran parte de mi vida profesional en los últimos años: la Escuela Municipal de Teatro. El destino también me puso al frente al comienzo de los ochenta, junto con otras personas a las que mi estimación es superior incluso a mi valoración profesional, de ponerla a funcionar en la dirección adecuada para satisfacer las necesidades que entonces tenía la ciudad de Zaragoza. En mi corazón quedará durante el tiempo que esté al frente de este Centro Dramático el recuerdo de la dedicación y el ejemplo de mis queridos compañeros y de los alumnos y alumnas que han sido y son la semilla y el exponente más claro de que en esta tierra se necesita que exista y se afiance una actividad escénica, rigurosa, profesional y fecunda. Sé que antes o después volveré a ese maravilloso lugar en donde, como en el Nuevo Teatro de Aragón, he vivido las mejores páginas de mi vida profesional y personal. A ellos, y a todos vosotros, os prometo ahora que mi trabajo no tendrá otro objetivo que el de afianzar, en profundidad y con la máxima honradez, lo que ya existe, potenciarlo con toda la ilusión y con los medios de que dispongamos, y entregárselo al público de manera adecuada, intentando abrir vuestro talento, vuestro esfuerzo y nuestra memoria colectiva por todos los confines de nuestra tierra, de España y del mundo.

Muchas gracias.

(El día 21 de Junio de 2002 pronucié este discurso de aceptación de mi cargo como Director-Gerente del Centro Dramático de Aragón en el Salón de Actos del Gobierno de Aragón)

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