Escuelas de Teatro en Israel y Palestina: aprender un oficio en mitad de la guerra
(Escribí este resúmen de mi viaje por Israel y Palestina en Enero de 1998 en «La Butaca», la revista que crearon los alumnos de la Escuela Municipal de Teatro, de Zaragoza).

Espectáculo de la Escuela Asthar
1.
Maldita sea. Me lo habían advertido: salir de Israel es más complicado que entrar. Efectivamente. Una pareja de jovencitas -me recuerdan a Zipi y Zape-, me retienen durante tres cuartos de hora en el aeropuerto Ben Gurion de Tel-Aviv, y llegan a ponerme francamente nervioso. Una sonríe, la otra no. Son una versión femenina y juvenil del policía bueno y el malo y quieren saber pormenorizadamente todos los detalles de mi viaje.
¿Cómo explicarles que una delegación del Instituto Internacional del Teatro del Mediterráneo (IITM) formada por Robert Bedoss, pedagogo y director de escena, Natalie Guimond, una periodista y crítica teatral parisina, y yo, nos habíamos personado en Ramallah, en plena Cisjordania ocupada por su propio ejército, para asistir a un Seminario sobre formación actoral? Mi maleta estaba repleta, además, de folletos, de regalos de los amigos palestinos, de materiales de trabajo sobre el tema en cuestión, pero mi cabeza, a las tres de la mañana, se resentía de siete días seguidos de experiencias, de imágenes, de las tediosas traducciones del hebreo al inglés y del inglés al francés, que era el mecanismo por el que yo había conectado con los demás. Mi cansancio era el lado inverso de la moneda de la frescura matinal de estas jovencitas, de su implacable entrenamiento para sacarle al viajero las verdaderas razones por las que ha decidido visitar un país permanentemente amenazado y en donde la Intifada y los socabones causados por los misiles que Sadam Husein les enviara durante la guerra del golfo son el recuerdo permanente de que siguen en guerra con árabes, palestinos, etc, dentro y fuera de sus fronteras, a pesar de los tratados de paz que el actual gobierno de Netanyahu tiene prácticamente congelados y de los que los palestinos, por cierto, no se creen ni una palabra.
Ramallah (que significa «La altura de Dios» o algo parecido) es una ciudad dispersa: casas y montes, montes y casas. Un magnífico hotel totalmente occidentalizado en el centro, con un cuadro, sencillamente ridículo, de Yaser Arafat presidiendo su salón principal, y, en las habitaciones, las televisiones llenas de canales internacionales. Me entero por uno de ellos, sin pretenderlo, que el Zaragoza le ha ganado al Celta de Vigo por uno a cero y me pongo muy contento…
Y además de todo eso, un proyecto teatral: la escuela Asthar. Los palestinos nos han invitado para que les expliquemos cómo se hace una Escuela de Teatro. Así, como suena. Pienso que es mentira: nos han invitado realmente para que les proporcionemos proyección internacional y, si fuera posible, ayuda económica. Suecos, canadienses, alemanes, ingleses, franceses y españoles les vamos diciendo lo mismo: son ellos quienes deben pensarse una escuela acorde con sus necesidades. Algunos adornamos nuestra reflexión con argumentos teóricos (les hablo de Meyerhold, de Stanislavski, de Brecht), otros como Oleg Kisseliov director del «Creative Impulse» Laboratory de Montreal les da una pequeña lección práctica, y otros como el sueco Goran Tunstrom les proyecta unas imágenes de Juloratoriet, un trabajo excelente del que es responsable como dramaturgo y director.
El día anterior los palestinos nos habían mostrado, en una pequeña sala que emplean como aula, un espectáculo titulado Marthyrs are coming back…, puesto en escena por Sameh Hijazi e interpretado por el alma mater de todo esto: la actriz Iman Aoun. Necesitan una escuela, ciertamente… El trabajo es muy malo, lleno de intrincados simbolismos sobre la guerra, y sobre la tragedia de su pueblo. Iman es pequeña, enérgica, con rasgos y mirada inequívocamente palestinos, con fortaleza de mujer de teatro curtida por la vida, la guerra y el escenario. El rebufo del centenario de Lorca ha llegado hasta este recóndito lugar del planeta: quiere montar Yerma este año y seguramente lo hará. Primero porque es ambiciosa, astuta e inteligente. Segundo, porque es buena actriz. Los demás actores no dan la talla. La puesta en escena es pueril, además de pobre en ideas y en medios.
Con los palestinos nos vamos a Jerusalen. Como si fuéramos un paquete internacional nos entregan al enemigo no sin antes enseñarnos la ciudad de cabo a rabo -¡qué maravilla!-, y ofrecernos una comida libanesa extraordinaria, regada con abundante cerveza. Joseph, el hermano de Iman regenta una especie de albergue internacional, limpio, amplio, confortable, desde donde se contempla una vista de la ciudad sencillamente asombrosa. Hablamos mucho de teatro mientras a los postres nos obsequian con una especie de anís mezclado con agua. Abrazos, intercambio de tarjetas, de teléfonos… Nos despedimos de ellos con el corazón quebrado al dejarlos otra vez a su suerte: inmersos en sus apasionadas reflexiones, sumergidos en un mundo externo e interno del que no podríamos asegurar que hemos comprendido algo, aferrados a ese personaje colectivo de «víctima» que han decidido encarnar seguramente para siempre.
2.
Mis interrogadoras no bajan la guardia. La situación es absurda. Me muero de sueño y la impaciencia y los nervios me van secando la boca. «¿Quién le ha invitado usted a venir? ¿Cuándo? ¿Por carta o por teléfono? ¿Piensa usted volver pronto a Israel? ¿Ha conocido a alguien sospechoso de colaborar con los terroristas?»
Nos agasajan en el mejor restaurante de Jerusalen y coincidimos allí con el expresidente del gobierno y actual jefe de la oposición, Simón Peres. Somos presentados amablemente. Al día siguiente por la mañana continúa el protocolo. De la mano de Erez Biton, poeta ciego que es nuestro anfitrión en todo momento, nos recibe el Secretario de Estado, señor Shevah Weiss, en su oficina del Parlamento hasta donde hemos llegado después de pasar infinitos controles. Los soldados tienen cara de niños en todas partes, tanto los que patrullan por las calles como los que custodian edificios, mercados, centros oficiales, aeropuertos, etc.
Por fin comienza la parte profesional. A Israel hemos venido a conocer dos escuelas de Teatro y a ponerlas en contacto con la Red de Escuelas del IITM. Visitamos junto a Andrea Lupu, director teatral rumano y también miembro del IITM que se ha incorporado a la expedición, el «Acting Studio» una de las dos mejores escuelas de Israel, con una fuerte subvención estatal. Las instalaciones son algo destartaladas pero todo respira rigor y seriedad. Nissan Nativ, un hombre de enorme prestigio profesional, la dirige y nos da detalles sobre su funcionamiento: todos los años pretenden entrar ¡seiscientos aspirantes! y sólo consiguen entrar quince. Allí se enseña actuación para teatro, cine y televisión y los talleres siempre están montados por directores profesionales contratados para ello. Las enseñanzas están estructuradas en tres años, y los alumnos reciben 40 horas semanales en primero, 42 en segundo, y 65 en tercero. Vemos un ensayo de El despertar de la primavera, de Frank Wedekind, un taller que está a punto de estrenarse. El nivel no me entusiasma demasiado.
Al día siguiente estamos en Tel-Aviv. Por la mañana visitamos el «Yoram Loewenstein Studio». Desde el principio hay algo que me seduce: un clima especial de trabajo, una forma de estar diferente. Aquí los medios son muy distintos: cada alumno se paga sus estudios y, además, debe trabajar para los más necesitados del barrio en el que están situadas sus aulas, al este de la ciudad. Entramos en clase de Improvisación de Segundo Curso. La joven profesora ha estudiado en Estados Unidos y, al final de la clase, intercambiamos experiencias e información. Yo le hablo de las improvisaciones que trabajamos en Segundo Curso del año pasado y que son parecidas a las que sus alumnos preparan minuciosamente. Después vamos donde se está preparando un taller sobre El rey Lear, de Shakespeare. Los chicos y chicas de tercero me encantan. Todos tienen cuerpos y voces entrenadas, son expresivos y simpáticos. Alguno habla bien español.
Establecemos una comunicación especial con Yoram. Es un joven director de escena formado en la Universidad de Tel Aviv. El resto del profesorado es joven y han recibido su formación principalmente en Nueva York y París, muchos en la escuela de Lecoq. Yoram nos habla de los problemas de su escuela, yo le cuento los de la nuestra. Son bastante parecidos.
Todavía tenemos tiempo para ir al teatro. Visitamos el Teatro Nacional, o Teatro Habima, con sus cinco salas, fundado en los años cuarenta por actores judíos llegados desde Rusia; el Mann Auditorium, en donde actúa estos días el mítico Topor, protagonista de El violinista sobre el tejado; el Cameri, en la calle Dizengoff, que es la arteria más concurrida de la ciudad. Vemos también, por último, una magnífica versión de ¿Quién teme a Virginia Wolf? en una sala contigua al Museo Eretz, al norte de la ciudad y situado en terrenos de la Universidad. El tiempo se acaba y pronto estaremos en nuestras ciudades. La expedición se dispersa y yo soy el último en coger el avión que me llevará a Madrid después de una insoportable espera en Roma de más de cuatro horas.
3.
Y estas individuas no se cansan… Me habían advertido que era necesario llegar con tiempo suficiente para pasar este interrogatorio. Como he llegado el primero estas chicas se ensañan conmigo. He debido de llegar tarde a este lugar, como hace todo el mundo en Palestina e Israel. ¿Quién me habrá enseñado a ser tan malditamente puntual? Por cierto: otro canal me acaba de informar de que el Zaragoza le ha ganado por dos a cero al Atlético de Madrid. Tal vez esta noticia sea la que me hace resistir con estoicismo y sentir incluso una cierta simpatía por mis dos torturadoras que, al final de todo, parece que se ruborizan y me piden excusas por haber cumplido implacablemente su misión.
Si quieres ver imágenes de Ramallah, pincha aquí.
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junio 19, 2009 a 9:27 pm
Gracias! me interesa saber más sobre le teatro en Israel, soy de Uruguay, tengo 23 años y me gustaría poder ir a estudiar teatro… si sabes algo que pueda ser de mi interés te garadezco…
junio 19, 2009 a 10:56 pm
No te puedo decir nada. Lo siento. Esto ocurrio hace diez años y no he vuelto a tener noticias de ellos. Te sigiero que te pongas en contacto con los editores de la Revista «Primer Acto», en Madrid. Ellos probablemente mantienen el contacto, o, tal vez, en la RESAD. Un abrazo, Paco.