El frustrado estreno del Iceberg
Hace un año por estas fechas se morían Sydney Pollack, Yves Saint Laurent y Mel Ferrer. Dentro de unos días se morirá, valga la expresión, Dino Risi. Malas fechas, pues, para la gente del cine, para esos que interpretaron o que idearon películas, historias, guiones.
Hace un año andaba yo mirando el Ebro de reojo. Sonaban voces de alarma. Se decía que iba a haber unas crecidas intensas y que esta circunstancia podía poner en peligro la ceremonia de inauguración de la Expo de Zaragoza. O, al menos, uno de sus platos fuertes: el estreno del Iceberg.
Una madrugada, cuando faltaba menos y la crecida era ya una realidad, me levanté de la cama a las tres de la mañana, salí a la calle y me monté en un taxi. Al conductor, que ya de entrada se sorprendió bastante, le pedí que me llevara a la pasarela que se acababa de inaugurar. Había soñado que las aguas habían inundado ya todo, y mi sueño, ciertamente, había sido premonitorio. Cuando llegamos, le pedí que me esperara. El pobre taxista no salía de su asombro cuando me vio asomarme hacia las aguas. Luego me dijo en el camino de vuelta que pensaba que había llevado a un suicida a su última cita. No sé si estaba preocupado por mi vida, porque no le había pagado la carrera, o por ambas cosas a la vez.
El río rugía literalmente. Desde donde me asomé veía oscuros remolinos, y flotando por las aguas embravecidas se distinguían multitud de troncos, de ramas arrancadas de cuajo, de objetos e incluso de animales muertos que el río arrastraba con inusitada violencia. El ruido que todo esto provocaba era ensordecedor. El espectáculo del agua extrema siempre me ha provocado un escalofrío de temor incontrolado, y, al mismo tiempo, una atracción parecida a la que debió sentir Matilde, la protagonista de “El marido de la peluquera” antes de huir hacia delante. Efectivamente, la estructura de la colosal esceografía se vio dañada en parte, a pesar de que hubo tiempo para tomar determinadas precauciones.
Cuando se tomó la decisión de que el Iceberg no iba a formar parte del estreno, nos desmoralizamos enormemente todos los que habíamos ideado un conjunto de actos que, entre sí, tenían una coherencia, conjugando lo espectacular con lo protocolario en proporciones razonables. Tres años, en mi caso, de pensar, de coordinar, de imaginar.

Jaume Flor
Pero el que tal vez vivió peor todo aquello fue Jaume Flor, el jefe de producción del espectáculo y empleado de la productora FOCUS. Jaume traspasaba la relación profesional. El y yo éramos amigos, y ambos teníamos un amigo común excepcional que años antes nos había presentado en el Festival de Sitges: Joan Ollé. Jaume sufrió porque en ese proyecto, el último de su vida, se dejó la piel y la escasa salud que le quedaba. Era por aquellos días un cuerpo maltrecho, una fuerza de voluntad a prueba de problemas y una cabeza magnífica. Murió poco después de acabar la Expo, y en el balcón de su casa me encontré para mi sorpresa, después de asistir a la ceremonia laica con que le despedimos, uno de aquellos pingüinos que ya forman parte de nuestra memoria.
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septiembre 15, 2009 a 1:02 pm
Estimado señor,por casualidades de la vida he aterrizado ahora en su blog.Lo leo con henorme interes , tambien el Si mágico.No puedo perder la ocasion de decirle si es, como así parece, que estuvo en lo más intrincado de los espectáculos de nuestra denodada expo, que sin duda fue lo mejor de aquel evento.Un día se lo dije a un amigo y despues a todos los demás y celebro que fuera usted y trajera a zaragoza todo aquello de lo que pudimos disfrutar a alto nivel, en los expectaculos teatrales de la expo.
lOS SEGUIRÉ ECHANDO DE MENOS,puesto que si no hay una importante financiación, aqui no se arriesga con nada.
Reciba un cordial saludo y expreso deseo de que siga en la brecha.