Archivo de septiembre 2009

El Mercader de Venecia, de Michael Radford y Al Pacino (2004)

septiembre 24, 2009

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Caminos que conducen a Shakespeare

En el DVD auxiliar que acompaña a la película Al Pacino expresa con enorme claridad la virtud que posee esta versión cinematográfica del texto homónimo de Shakespere, escrito entre 1594 y 1597: ha interiorizado en los personajes, y él, en particular, en la línea de su magnífico “Looking for Richard” de 1996, ha buceado en las profundidades de un personaje complejo obteniendo un resultado magnífico.

En esta versión de Michael Radford, el Shilock de Pacino es un hombre torturado, deprimido, que atraviesa un periodo infame en su vida tras la muerte de su esposa, y que, por eso, ahora le cuesta aceptar las humillaciones que en otros momentos aceptaba con más resignación, e incluso con indiferencia. Sabido es que los judíos tenían permiso para realizar negocios, y que, al mismo tiempo, eran despreciados por ello. Ese poso de amargura es lo que le lleva a solicitar el pago de una deuda contraída con un cristiano hasta las últimas consecuencias.

Jeremy Irons y Joseph Fiennes

Jeremy Irons y Joseph Fiennes

 

En ese mismo material auxiliar, Jeremy Irons, que también está soberbio, dice que el director ha conseguido un trabajo excelente también como consecuencia de que conoce por experiencia el mundo del cine documental. Ahí está, en mi opinión, la clave de esta magnífica película: es cine brillante, de imágenes hermosas que no se recrean en exceso en su propia contundencia, y, al mismo tiempo, informa y conmueve. Está, pues, en un punto en el que se cruzan varios caminos, varios lenguajes artísticos al servicio de una historia inmortal.

Joseph Fiennes y Lynn Collins

Joseph Fiennes y Lynn Collins

 

El trabajo actoral es también perfecto: contenido, expresivo, ajustado a los patrones impuestos por el director, supongo que consensuados con Al Pacino con quien el director habló el primero. Josep Fiennes vuelve a demostrar un talento especial para recrear el mundo isabelino (ya lo hizo precisamente encarnando al propio dramaturgo en “Shakespeare in Love”, de 1998), y Lyn Collins (a quien acabamos de ver en “Lobezno”) maravilla también con su personaje de Porcia, que, como ella misma dice, deambula entre la ingenuidad y la astucia y se convierte en la heroína de un autor bastante aficionado a crear personajes femeninos de gran dureza o gran fragilidad.

Esta película debería verse en colegios, en escuelas teatrales y cinematográficas. Es fiel a lo esencial del texto original, pero no desprecia la tecnología que el cine ahora le ofrece. Recrea admirablemente el mundo veneciano del siglo XVI y, al mismo tiempo, no es historicista en el rancio sentido de la palabra. Mantiene el discurso y la intención del autor, y, al mismo tiempo, todo lo que ocurre interesa al espectador desde una perspectiva contemporánea.

Al Pacino

Al Pacino

No elude el escollo que a Al Pacino le hizo desechar tantas veces el personaje central: el supuesto antisemitismo. El judío es presentado como un fundamentalista, sí, pero entendemos las razones por las que lo es, sin hacernos pensar que ese sea el único fundamentalismo posible. Desgraciadamente hay bastantes más donde elegir.

Imprescindible.

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El Othello de Stuart Burge (1965)

septiembre 13, 2009

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Lo mejor: Shakespeare

Hay algo que no funciona en esta película. Tal vez esta sensación sea el resultado de dos aspectos innegables: estamos ante una manifestación evidente de teatro filmado. Si la comparamos con la versión que hizo Olivier Parker, con Kenneth Branagh en 1995, o la de Orson Welles en 1952, en las que asistíamos a magníficos “empates” de lenguajes artísticos, ésta de Stuart Burge de 1965 nos puede parecer demasiado literal, demasiado supeditada al texto de Shakespeare, a su exacta ordenación dramatúrgica.

Frank Finlay y Laurence Olivier

Frank Finlay y Laurence Olivier

El segundo aspecto constituye, a la vez, su mejor virtud y su mayor defecto: Laurence Olivier es el factor dominante, y todo parece hecho para su lucimiento personal. Como es lógico, no cuestiono la excepcionales cualidades de este emblemático actor, experto en encarnar personajes shakesperianos en ambos lugares, sino que con el paso del tiempo, este tipo de “tour de forces” interpretativos, y de esta manera, se han quedado algo anticuados.

Laurence Olivier

Laurence Olivier

Olivier está excesivo, gesticulador, histriónico, en algunos momentos. Es un genio indiscutible, que se sabe genio indiscutible.

Lo mejor de la película para mí no son sus valores cinematográficos, sino sus resplandecientes valores teatrales: sus situaciones, su olor a decorado viejo, el color oscuro de la piel del actor blanco. Teatro filmado, pues, y, como tal, un documento excepcional, hecho desde el respeto, la sabiduría, el rigor de los profesionales del National Theatre de Londres, el lugar donde está depositado el tesoro de la memoria del poeta y dramaturgo inglés por excelencia.

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Dogville (2003)

septiembre 5, 2009

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Implacable disección de comportamientos

Para mí es una de las mejores películas de la historia. Le doy la categoría de obra maestra.

Lo es por estas razones:

1. Analiza con una precisión admirable los comportamientos humanos en sociedad. Disecciona con un estilete afilado los perfiles sicológicos en donde nacen esos comportamientos, y las vendas de todo tipo que esas personas se ponen para dejar de ver la realidad, y ellos en ese contexto, o verla deformada de manera subjetiva. Hace buena la frase de Marx que dice: “no es la conciencia de los hombres la que determina su ser social, sino su ser social es lo que determina su conciencia”.

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2. Establece un lenguaje narrativo brillante, que se instala en un punto medio entre el teatro y el cine. Tiene elementos propios de uno y del otro, pero el resultado es un nuevo lenguaje de síntesis.

3. Ese lenguaje nos presenta una película en el que “el distanciamiento” brechtiano es una herramienta constante, no tanto en la interpretación de los actores, sino en la creación de una abstracción a la que el público debe ponerle forma. Obliga así al espectador a un juego inteligente. De participación intelectual, que no abruma en ningún momento.

4. Todo eso lo consigue sin solemnidad. Es decir, la película es interesante, e incluso divertida.

5. Las interpretaciones de todos están absolutamente empastadas formando también una unidad coherente y de una enorme fuerza expresiva, dentro de unos niveles de contención actoral muy propios del “Actor´s Studio”. No es casualidad que, por ejemplo, Ben Gazzara, actor que se formó en esa emblemática escuela teatral de Nueva York, esté presente en el reparto, junto con otros actores americanos y otros europeos.

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6. Pero el sobresaliente máximo se lo lleva Nicole Kidman, en un momento de su carrera en el que había decidido aceptar espléndidos guiones. Su trabajo es conmovedor, lleno de matices, con un punto de dramatismo exquisito, exacto, eficazmente hermoso.

7. Porque todo huele bien, incluso el mensaje final, que puede parecer pesimista, pero que, en el fondo, no lo es. La película nos propone un cambio radical de comportamientos sociales. Nos propone una sociedad en donde las personas vean la realidad, su realidad, sin gafas azules que la conviertan en azul.

 

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El Macbeth de Polanski (1971)

septiembre 5, 2009

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Fidelidad

Macbeth tal vez no tiene la grandeza de otros personajes shakesperianos, como Hamlet, o Ricardo III. Siempre me pareció un mezquino señor, poseído por sus propias ambiciones, y un pelele de los deseos de su mujer. Sin embargo, ese es su sentido profundo, y como tal hay que valorarlo.

Shakespeare nos presenta al tipo exacto de ser humano que pierde su sencilla felicidad por ambicionar y conseguir de forma innoble parcelas de poder, de un poder que le quemará muy pronto entre las manos y que le precipitará hacia un desastre anunciado. Una fuerza misteriosa, más potente aún que su propio remordimiento, le impide frenar en seco su propia autodestrucción.

macbeth-polanski-l¿Y qué decir de esa mujer, en apariencia frágil, que incita a su marido a cometer crímenes horrendos en mitad de la noche y en su propia casa, a devolver con sangre lo que eran favores de un rey generoso con ellos y confiado de su hospitalidad?

Me sorprende siempre esa perspicacia de Shakespeare para describir la mezquindad, la ruindad, el egoísmo, lo peor de nosotros mismos.

Me interesó en su momento la versión que Orson Wells hizo en 1948, pero ahora veo por quinta vez la que Román Polanski filmara en 1971 con Jon Fich, actor poco valorado y que durante años hizo excelentes trabajos a partir de textos del autor inglés, y la actriz brasileña Francesca Annis, encarnando los principales personajes. Están soberbios, especialmente él, aunque ella cumple con creces y se ajusta al estereotipo femenino que Polanski siempre ha admirado. No es la mejor película del polaco, pero hay rigor, talento y respeto por lo esencial del texto. Cuentan que abordó esta empresa poco después de la muerte trágica de Sharon Tate, su mujer, embarazada, en aquel horrible episodio protagonizado por Charles Manson, y algo de esa conmoción y de ese horror se transmite en la película.

Román Polanski

Román Polanski

Es una versión, al mismo tiempo, muy reconocible dentro del universo del director, con sus tempos, su manejo de la cámara y sutileza expositiva. Con esa mezcla de espectacularidad e intimismo, que le son tan gratos y en los que se presenta tan reconocible. Capaz de conmovernos con lo grande (“El pianista”) o con lo cercano (“El cuchillo en el agua”). Es genial en el trazo grueso, pero también en el fino, en la aproximación sicológica, en la minuciosa dirección de los actores.

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