Uno
Salíamos de clase y nos íbamos a tomar un bocadillo. Hablábamos y hablábamos de la Escuela Municipal de Teatro, de nuestras propias vidas, de posibles proyectos. Rafael Campos estaba centrado en sacar adelante su Teatro de la Estación, junto con Cristina Yánez. Miguel Garrido aprovechaba las vacaciones y los fines de semana para trabajar con Teatro Paraíso y otras compañías de España, y yo, junto a Benito de Ramón, luchaba por mantener a flote la nave del Nuevo Teatro de Aragón.
A los tres, por razones diversas, la vida nos había apartado de los escenarios. En mi caso por la conciencia de mis propias limitaciones y por la certeza de que quería encaminarme hacia otros territorios, en especial hacia el de la enseñanza y el de la dirección de actores. Rafa lo dejó pienso que parecidas razones a las mías. El caso más curioso, y triste, era el de Miguel, que renunció en Alemania a la que sin duda hubiera sido una brillante carrera de clown como consecuencia de su propio desequilibrio personal, del miedo que ese lugar al que siempre anheló volver le producía. En estas reuniones de “ex actores” el tema del regreso era uno de los más recurrentes.
Tal vez fue Garrido el que nos propuso un sugestivo disparate… Ya que él no podía volver, que fuéramos nosotros quienes lo hiciéramos, pero de su mano. Esto es, se ofrecía para dirigirnos. Como siempre pasa, los disparates y los proyectos descabellados son los que resultan más irresistiblemente atractivos, si se conecta con las ganas de hacerlos. Eso nos pasó a Rafa y a mí. El miedo y las ganas se aliaron en nuestro interior y formaron un cóctel demoledor que estábamos decididos a beber. Si Miguel nos dirigía estábamos dispuestos hasta a interpretar “Esperando a Godot”, de Samuel Beckett.
Ese fue nuestro primer objetivo. Aparecieron otros, “Mercier y Camier”, por ejemplo, o incluso la nebulosa opción de que Rafa, que ya por entonces tenía experiencia en escribir y adaptar textos para Tranvía Teatro, pensara uno para ponerlo en escena.
Pasó el tiempo y el proyecto quedó aparcado. Otro que se queda detrás, no por falta de ganas sino de posibilidades reales, o incluso de valor para hacerlo. Pero queda ahí también la necesidad de resucitarlos a la menor oportunidad.
Reconozco que no es precisamente “menor” la oportunidad de regresar a él la muerte de Miguel. Resucitar y morir son verbos que mantienen relaciones complejas, pero que, a veces, establecen entre ellos extrañas complicidades. Nos quedamos sin director, pero su ausencia inapelable y cruel volvió a remover nuestras conciencias. Yo me tomé un tiempo para escribir su biografía, y Rafa para darle vueltas a la cabeza sobre lo que sería un texto teatral que, partiendo de algunasde las ideas ya habladas, se adaptara a nosotros, a las condiciones materiales, físicas y emocionales de nuestro regreso.
Dos
En la distancia siempre estuvo Joan Ollé, aunque ajeno a todas estas peripecias. De hecho, Joan y Miguel no se conocieron nunca, y, conociéndolos a ambos y queriéndolos mucho a ambos, intuyo que su relación no hubiera sido especialmente cordial. Pero, así es la vida. Las ganas, el texto y la propuesta de Arbolé de producir la obra nos llevaron hasta Barcelona en donde Juanito vive y trabaja asiduamente. Después de buscar huecos en su agenda de trabajo, al final los encontró. (Otro que encuentra siempre lo que busca cuando quiere encontrarlo de verdad…) Su tiempo, ese que comparte con Jessica Lange en Nueva York, con Mario Vargas Llosa y Aitana Sánchez Gijón, y con los actores del Teatre Lliure y el Teatre Nacional de Catalunya, nos lo repartió generosamente a nosotros. Un lujo oprofesional contar, pues, con su presencia para darle la forma final a nuestro delirio, y un lujo todavía más grande en lo que a lo personal se refiere.
Y aquí estamos. Poniendo en escena «El uno y el otro», una obra hermosa en la que hablamos de nosotros mismos, y de ustedes, señores espectadores, como quería Federico García Lorca que el teatro siempre hiciera. De lo que nos gusta de nosotros y de ustedes, y de lo que no nos gusta tanto. Las mujeres, la soledad, la muerte, las palabras, los recuerdos, el exilio, la libertad, la esperanza… Un reflexión, bellísima en mi opinión, hecha desde la atalaya de quienes ya cumplimos los cincuenta, y eso, en vez de convertirse en acomodo y confort facilón, se transforma en una manera mejor y más lúcida de ver el mundo.
Tres
Por todo lo que he dicho, tal vez esto finalmente sea un homenaje a Miguel. Tal vez también sea, como Joan nos recuerda de vez en cuando, un pretexto para provocar un cordial y apacible encuentro entre personas con ganas de pasar un buen rato, y terminar siendo mejores personas y mejores artistas, a la que se han unido, además, otras nuevas: Ibán Beltrán (ayudante de dirección), Sebastián Brosa (espacio escénico), Miriam Compte (diseño de vestuario), Ana Bruned (Maquillaje), Luciana Croatto (Asesoramiento Corporal), y Susana Cuñado y Esteban Villarrocha, como productores de Arbolé.
También nos acordaremos a lo largo de este intenso periodo de tiempo de los épicos partidos del Barça, de la salvación in extremis del Real Zaragoza, de la contagiosa sonrisa rumana de Mario, que fue un eficaz ayudante del escenógrafo, de todas las personas de la Sala Arbolé, de Martha Carabantes, Lupe Cartié, Alina Nastase, Eduardo Paz, Paco Ortega García, Alexandra Valentin, Alondra Filpo Valentín, el personal del Bar «Bocados», etc… Todos ellos/as, de manera directa o indirecta, manifestaron una enorme voluntad de ayudarnos en el día a día. Al acabar de ensayar, o de discutir, o de retocar por enésima vez el texto, nos esperaba acogedor el fantástico paisaje del Parque del Agua Luis Buñuel para recordarnos que la vida seguía allá fuera.
Haya sido lo que haya sido, el proyecto desde dentro holió intensamente a teatro y a amistad, a buen rollo y a ganas de reivindicar la posibilidad de hacer lo que nos pedía el cuerpo que hiciéramos. Y eso, precisamente eso, es lo que estuvimos haciendo: lo que queríamos hacer, lo que desde aquellas tardes a la salida de la Escuela de Teatro quisimos hacer.
Va también por ti, Miguel.
Paco Ortega