Archivo de mayo 2011

Texto para el programa de mano de «Un tranvía llamado deseo».

mayo 31, 2011

 

 

 

 

 

 

 

 

En el lugar incorrecto

Los/as mismos/as alumnos/as que trabajaron sobre los tortuosos seres de El pelícano, lo hacen ahora sobre los de Un tranvía llamado deseo (A Street Car Named Desire). En esencia es el mismo tipo de esfuerzo interpretativo. Si hay diferencias lo son de otra índole: ahora les pido que respiren con más intensidad el aire del ambiente…,  el contexto sociológico en el que están instalados los protagonistas de esta tragedia contemporánea. En la obra de Strindberg las ventanas suelen estar cerradas y sus miradas se dirigen habitualmente al interior de sus conciencias, al dolor de sus propios corazones. En las de Williams el mundo entra por ellas a raudales: son los vecinos de arriba, el murmullo de las calles, los borrachos del bar de al lado, la vida de los otros la que hace insoportable la suya. El infierno son siempre los demás, pero éstos meten mucho ruído…

Blanche y Stella provienen de un sitio mejor –la finca de “Belle Rêve” (“El Sueño Hermoso”)-, pero ahora se aferran a la posibilidad de quedarse en éste –una casa destartalada en un barrio de mala nota de Nueva Orleáns. Stanlley, emigrante polaco, pelea porque no le quiten lo que considera ya suyo. Y Mitch, su compañero, también lo desea, pero mejorando su condición. Sucede que la presencia de unos hace muy difícil o totalmente imposible la de los otros, y de ese modo, como les ocurre a algunas especies animales con su territorio, surge un conflicto de enorme intensidad dramática. Yo veo Un tranvía llamado deseo como una obra magistral en donde todos están donde no deberían, y de esta incorrecta ubicación generalizada nacen sus respectivas tragedias.

En El pelícano las fronteras estaban instaladas en las paredes de un piso en mitad de una ciudad. En Un tranvía llamado deseo los límites son los de un país en donde los habitantes creen en el “sueño americano”, o son víctimas de él. En la primera se escuchaba la música hermosa y obsesiva de Chopin que provenía de un piano situado en la habitación de al lado. En ésta, viene directamente de la calle: el jazz como expresión de una desazón y una queja compartidas.

La dificultad es aquí mayor, en mi opinión, porque los personajes hablan de sí mismos y, a la vez, representan a miles de personas, desubicadas como ellos en el caprichoso escenario de la vida.

Paco Ortega

 

Vueltas al tiempo. Autobiografía de Arthur Miller.

mayo 31, 2011

Arthur Miller

 

 

 

 

 

 

 

 

“Una obra de teatro, incluso la de corte crítico y airado, es siempre, a determinado nivel, una carta de amor al mundo que espera con ansiedad una respuesta amorosa. La cuestión es saber afrontar el silencio del rechazo y ponerse a escribir otra carta: y al mismo amante, nada menos”

                                                                                                                                                                                    Arthur Miller

 

Miller en mi vida

He sentido desde muy joven una simpatía especial por Arthur Miller, por su persona y, naturalmente, por su aportación como escritor teatral. Fue, desde el principio, algo más que la admiración que se siente por una figura indiscutible de la cultura occidental, algo más cercano, casual, irracional incluso. Al fin y al cabo, asocio inevitablemente su figura al momento en que empecé a intuir que mi vida y el teatro iban a estar siempre muy relacionados. En ese instante inicial, en donde todo eran expectativas e intuiciones, apareció en mis manos la traducción castellana de uno de sus textos más emblemáticos, “Todos eran mis hijos”, de 1947, que me atreví a montar a finales de los setenta con un grupo de amigos y amigas de mi misma edad, a quienes recuerdo ahora mucho mejor dotados para interpretar que yo para dirigirles.

Desde entonces, he seguido alimentando esa misma admiración, pero por razones más fundamentadas. Creo que Arthur Miller es tal vez el ejemplo más claro de intelectual comprometido con unas ideas que, a su vez, van evolucionando conforme él crece como persona, pero a las que nunca traicionará. Es, más que otra cosa, un hombre que elige el teatro para materializar ese compromiso, aunque el teatro norteamericano al que él pertenece por nacimiento, le procurará más sinsabores que alegrías. Ahora acabo de terminar su autobiografía “Vueltas al tiempo”, reeditada por Tusquets en 2010, un denso libro en el que cuenta de manera discontinua –yo diría que brechtianamente-,  los momentos más relevantes de su vida y que me resuelve, en consecuencia, las claves principales de su fascinante personalidad.

Hijo de emigrantes judíos polacos, establecidos en Nueva York, tuvieron que trasladarse cuando cumplió los trece años a una vivienda modesta en Brooklin al arruinarse su negocio familiar enla GranDepresión.Miller se convierte en un chico despierto y decidido, dispuesto a trabajar duro para salir adelante mientras desarrolla su formación intelectual y universitaria. Ese ímpetu en el trabajo y un arrojo especial en conocer nuevos ambientes iban a acompañarle el resto de su vida, simultaneando experiencias laborales diversas que él vivía de manera paralela y complementaria a los éxitos que empezaba a conseguir como dramaturgo y escritor. Como muestra, un botón: cuando obtiene un triunfo indiscutible con el estreno de “Todos eran mis hijos” y su nombre aparecía en la envidiada marquesina de un teatro en la gran manzana, Arthur Miller decidió comenzar a trabajar en una modesta fábrica de Long Island instalando listones de separación de cajas de cerveza, argumentando que “el éxito amenazaba con romper mi contacto directo con los sinsabores cotidianos”. Duró poco, pero aquel impulso fue todo un síntoma de la posición que mantendría siempre con respecto a la celebridad y sus servidumbres.

Teatro y responsabilidad social

Puesta en escena de "Todos eran mis hijos" (1947)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Cuando Arthur Miller recogió en Oviedo el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2002 se refirió a su relación con España y, en concreto, a su interés personal por la guerra civil. En el libro, son innumerables las referencias a la misma, a la importancia que a ese episodio de nuestra historia reciente le concedieron en su momento algunos jóvenes intelectuales en periodo de aprendizaje como él. “España fue, de cien maneras distintas, la matriz de la problemática de Occidente del medio siglo que seguiría”, afirma. De la guerra española, que se convirtió para él en un símbolo de resistencia contra el fascismo a nivel planetario, viene a afirmar que fue el primer capítulo de la segunda guerra mundial, dejando en entredicho la actitud de algunos gobiernos que no ayudaron al ejército republicano.

Como no podía ser de otra forma, el Miller humanista no concibe el teatro como algo desgajado de su planteamiento personal de compromiso con las luchas sociales. Es más, considera que lo más importante es precisamente la lucha por conseguir un mundo mejor. Por decirlo de una manera directa: lo importante es el hombre. “Todo nuestro teatro –el mío incluido, desde luego, pero también el de los maestros- me parecía baladí al lado de la inmensidad de las posibilidades humanas”, reconoce.

Desde esa perspectiva, no es de extrañar la relación anómala que siempre tuvo con el tinglado comercial de Beoadway, supeditado a ciertos intereses económicos, pero, de manera especial, a intereses ideológicos con los que nunca tragó, y a la todopoderosa opinión de la sección crítica del New York Times, que, en sus palabras, es “una dictadura tan eficaz como cualquiera de los mecanismos de control cultural que hay en el mundo”. Esa relación compleja terminó siendo la causa de una paradoja: nunca fue un dramaturgo demasiado prolífico, sino que escribió finalmente muy poco para el teatro, y sus éxitos indiscutibles en Broadway pueden contarse con los dedos de una mano. En el libro incluye ideas sobre guiones teatrales y cinematográficos que, como “El suero de la verdad”, no llegó a escribir pensando en la inutilidad de hacerlo, un torrente de ideas brillantes nunca desarrolladas y definitivamente arrojadas a la papelera.

Lo que en su país le costó tanto esfuerzo, lo obtuvo en el resto del mundo, en donde se estrenaron, y se siguen estrenando, la mayoría de sus obras, llevadas al escenario por directores como Peter Brook, Laurence Olivier, Franco Zefirelli, etc. Diferente hubiera sido su trayectoria, y mucho más extensa su producción, si ese vaso comunicante con el escenario de su propio país, de su propia amada Nueva York, ciudad en la que había nacido en 1915, no se hubiera obturado tan pronto. Algo, por otra parte, seguramente imposible.

 

Defensa de la libertad de creación

Miller describe en “Vueltas al tiempo” aquellos años difíciles, en los que muchos intelectuales y artistas en Estados Unidos padecieron la pesadilla del McCarthismo, y con ella el enrarecimiento crónico del pensamiento intelectual, de la autonomía moral de la conciencia y el pensamiento político, de la propia posibilidad de crear en libertad. “Ví extirpar minuciosamente del cuerpo social el respeto público como las alas de los insectos y pájaros que arrancan los niños crueles, y a ciudadanos grandes y nobles acusados de traidores sin que en ninguna parte hubiese la menor muestra de indignación”, reconoce amargamente cuando describe ese fenómeno que tiñó de fascismo las relaciones laborales, las relaciones humanas y las propias conciencias individuales y colectivas en el seno de un tejido social irrespirable. Que, en el caso de Miller, le separó en el teatro de su propio público potencial, le hizo renunciar casi voluntariamente al cine, y le alejó de algunos de sus amigos, como Elia Kazan, que finalmente optó por aceptar los cargos de los que se le acusaba el Comité de Actividades Antiamericanas, delatando a terceros. Conmovedores son los fragmentos en los que describe, asociados en el tiempo, las investigaciones que realizó sobre las famosas brujas de la localidad de Massachussets, Salem, toda una metáfora sobre el estado espiritual de la propia sociedad norteamericana, y la constatación de la traición de su amigo, director escénico hasta ese momento de algunas de sus piezas mejores, con el que rompió su amistad una lluviosa mañana de Abril de 1952.

El libro es también una fina disección sobre los problemas de conciencia y posición del intelectual consciente, vistos desde el otro lado del Atlántico: el final de la segunda guerra mundial, el establecimiento de los bloques, la guerra fría, la represión feroz en el bloque comunista, el temor enfermizo de que el marxismo pudiera extenderse como un gas venenoso e invisible socavando las democracias occidentales, y, en general, de la lucha por la libertad. Miller, poco a poco, se va convirtiendo en un icono de las posiciones independientes, acompañado por su aureola de dramaturgo extraordinario y resistente ejemplar a los interrogatorios del trisite Comité. Este camino le llevará finalmente a dirigir entre 1965 y 1969 el PEN Club, asociación fundada en 1921 por la escritora Amy Dawson Scout y en donde se afanó al final de sus días por conseguir romper barreras políticas entre sus miembros.

El hombre y su legado

Marilyn Monroe y Arthur Miller en Nueva York

 

 

 

 

 

 

 

 

Marilyn Monroe, como no podía ser de otro modo, ocupa también otro espacio preferencial en sus reflexiones y recuerdos. Miller describe sinceramente su compleja relación con “aquel torbellino de luz” a lo largo de sus cinco años de matrimonio, desde 1956 hasta 1961. Como decía Ortega, el amor no es nada ciego, sino más bien todo lo contrario, y Miller describe con extrema lucidez las peculiaridades culturales y sicológicas y necesidades personales que cada uno poseía y que los diferenciaba de un modo radical. Sin duda era una relación condenada al fracaso desde el principio, pero la diferencia entre ellos, que fue estimulante en los primeros tiempos, se fue transformando en otro torbellino, esta vez destructor, provocado en gran medida por el desequilibrio emocional y la inseguridad profesional y humana en que vivía sumida la aclamada y, al mismo tiempo, denostada actriz. En este sentido, no son agradables las palabras con las que Miller juzga a la corte de admiradores aprovechados, ayudantes perversos y oportunistas que ella tenía siempre demasiado cerca, entre los que incluye a Lee Strasberg y a su mujer, Paula, que pretendían enseñarle de forma empecinada los preceptos básicos del “método”. Especial mención le merece el momento terrible en el que, ya separados, supo su muerte, consecuencia de su progresiva adicción a los barbitúricos.

Arthur Miller murió en Febrero de 2005. Después de su etapa conla Monroe, disfrutó las cuatro décadas más estables de su vida afectiva junto a la fotógrafa de origen austriaco Inge Morath, con la que tuvo dos hijos. Sus últimos años fueron los del encuentro sereno con una nueva realidad personal que, según confiesa en el libro, le cogió de sorpresa, como siempre: se había convertido en abuelo de la noche a la mañana, a pesar de que su inmenso físico seguía bastante firme (las enfermedades se iban a presentar muy pronto), y de su desbordante clarividencia intelectual de las que estas memorias son precisamente una prueba evidente. En realidad, el tiempo siempre le había cogido por sorpresa: “cumpliría los veinte sin haber aprendido a tener quince, treinta antes de saber lo que significa tener veinte…,”confiesa.

Su recuerdo, sin embargo, ya no es temporal, sino permanente: pertenece ya, como el de Albert Camus en Europa, a todos los resistentes, a todos los hombres y mujeres que a lo largo de estos últimos años han luchado por un mundo más libre y más justo, pero como consecuencia de una práctica política en donde la ética es y sigue siendo un valor innegociable. Pertenece también, y especialmente, a quienes consideran que el teatro es una magnífica herramienta de transformación de las conciencias humanas y que ese es su mejor destino. Aunque su energía e impulso parecieron perder fuerza con los años, arrastrado por un cierto desencanto hacia las posibilidades de una victoria frente a enemigos tan poderosos como el comercialismo y la ramplona vulgaridad del mercado teatral norteamericano, que él consideraba plenamente corrupto, ahí están algunos de sus textos, concebidos, como le dijo el crítico John Anderson al principio de su carrera, “como tragedias, solo que al estilo de las comedias populares”, dotados de esa perfecta arquitectura teatral tan característica suya, que sirven todavía para vehicular nítidamente un mensaje de esperanza en las posibilidades humanas.

Sinopsis argumental de «Un tranvía llamado deseo», de Tennesse Williams

mayo 24, 2011

CUADRO PRIMERO

 

 

 

 

 

 

CUADRO PRIMERO

Reencuentro entre las dos hermanas (Escena 1)*

Blanche aparece de pronto en la vida de Stella. Llega y sin parar de hablar de sí misma, le cuenta que la familia ha perdido la finca de Belle-Rêve. Al mismo tiempo le reprocha que se fuera de ese lugar dejándola al cuidado del patrimonio familiar. Ambas se estudian a fondo. Blanche ve a su hermana demasiado acomodada a unas circunstancias que juzga inaceptables. Stella ve a Blanche sumida en la ansiedad y bebiendo demasiado.

CUADRO SEGUNDO:

Primer encuentro entre Stanley y Blanche. (ESCENA 2)*

Stella informa a su marido de la pérdida de Belle-Rêve, y Stanley habla de la existencia del Código Napoleón por el que él también tiene derecho a exigir información y responsabilidades sobre la misma. Al mismo tiempo, manifiesta su desconfianza sobre la conducta de Blanche, que le parece sospechosa.

Cuando los cuñados se conocen comienza a crearse en ellos una relación tormentosa, no exenta de un torpe coqueteo inicial por parte de Blanche. Ella desprecia en él su tosquedad, y él se ríe de su tendencia a poetizar el pasado y de su imagen.

Blanche se entera por Stanley de que su hermana va a ser madre.

CUADRO TERCERO:

La partida de póquer. Blanche y Mitch se conocen.

En una de las frecuentes partidas de póquer, Stanley se emborracha y llega a agredir a Stella ante los ojos asombrados de Blanche y de sus propios amigos. Sin embargo, a pesar de la violenta actitud de éste, ambos se reconcilian poco más tarde.

Mitch, uno de los jugadores, se presenta ante los ojos de Blanche como una opción que podría estabilizar su vida sentimental.

CUADRO CUARTO:

Stanley escucha a Blanche hablar mal de él. (ESCENA 3)*

Blanche le recrimina a Stella que haya perdonado tan rápidamente a Stanley después de los actos violentos de la noche anterior. Stella le habla del poder del deseo como fuerza interior que preside la vida de los seres humanos y lleva a aceptar ciertas conductas.

Blanche comienza a pensar en pedir ayuda a un millonario de Texas para que las saque a ambas de allí.

Sin percatarse de que Stanley está escuchando, Blanche hace un encendido elogio del arte y la sensibilidad en detrimento de comportamientos primarios propios de estadios preculturales en la historia de la humanidad, poniéndolo a él como ejemplo de individuo poco evolucionado. Stanley considera a partir de ahora a Blanche como una persona que debe salir cuanto antes de su casa.

CUADRO QUINTO:

Stanley ha comenzado a investigar la vida de Blanche. (ESCENA 4)*

Blanche sigue pensando en su supuesto millonario como herramienta de escape. Pero Stanley, que ya ha comenzados sus indagaciones, le insinúa que alguien la ha visto en un lugar poco recomendable de Laurel. Eso comienza a avivar su propia inquietud y a querer saber lo que los demás dicen y saben de ella. Además, se muestra muy preocupada por el paso del tiempo y por su edad. Proyecta todos sus sueños imposibles en un Cobrador que casualmente aparece.

CUADRO SEXTO:

Primera cita de Blanche y Mith. (ESCENA 5)*

Mitch y Blanche se cuentan sus respectivas vidas sentimentales, o al menos parte. La de Mith está prácticamente centrada en cuidar a su madre y en una esporádica relación con una chica que murió. En la de Blanche, según propia confesión, ha habido un episodio dramático: el suicidio de su joven marido, del que se siente culpable. Aunque la primera cita no ha sido muy divertida, ambos creen que su relación es posible.

CUADRO SEPTIMO:

Avanza la investigación sobre Blanche. (ESCENA 6)*

Stanley ha averiguado las correrías de Blanche en Laurel: la echaron del hotel donde vivía y mantuvo una relación con un chico menor de edad. La razón de su venida es que el propio alcalde la invitó a marcharse. Se lo dice a Stella en los preparativos del cumpleaños de Blanche. También le informa de que se lo ha contado todo a Mitch y que éste no vendrá a la cena.

CUADRO OCTAVO:

Mitch no ha venido al cumpleaños.

Stanley vuelve a comportarse de un modo violento al término de la triste cena a la que Mitch, como Staneley sabía, no ha aparecido. Le entrega a Blanche un billete de autobús para que se marche cuanto antes.

CUADRO NOVENO:

Mitch intenta violar a Blanche. (ESCENA 7)*

Mith aparece de modo intempestivo y explica a Blanche que se siente mentido y traicionado. Según dice, no merece casarse con él, puesto que no es digna de estar con su madre. Sin embargo, intenta forzarla para conseguir lo que ha estado todo el verano deseando. Antes, Blanche, a quien ya no le importa Mitch y lo ve como un pobre desgraciado, le ha confesado algunos aspectos de su vida disipada en Laurel.

CUADRO DECIMO:

Stanley viola a Blanche.

La noche en que Stella está hospitalizada antes del parto deben pasarla juntos Blanche y Stanley. Borracho y eufórico por la inminente llegada de su hijo, Stanley se burla despiadadamente de Blanche, humillándola y haciéndole ver que su encuentro con el millonario es una mera invención de su fantasía. Llevado de su excitación y de su euforia, la viola.

CUADRO UNDECIMO:

Blanche es ingresada en un sanatorio.

Mientras los amigos de Stanley juegan su habitual partida de póquer, se presentan un Doctor y su Ayudante para ingresar a Blanche, que esperaba al millonario de Texas. Stella, que ya ha sido madre, ha consentido y colaborado en el plan de Stanley para liberarse de su hermana, lo que le causará horribles remordimientos.

* Escenas de nuestra versión.

Análisis de los principales personajes de «Un tranvía llamado deseo»

mayo 24, 2011

Realizamos este análisis de los perosonajes que intervenían en la clase abierta de Segundo Curso de Prácticas de Interpretación (Curso Escolar 2010-2011) en la Escuela Municipal de Teatro de Zaragoza.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

BLANCHE (32 años)

Hija de una familia con recursos, vio como éstos se iban destrozando, hasta llegar a la pérdida de la finca Belle-Rêve. Aquella grandiosa mansión le propició de niña la posibilidad de jugar y echar a volar su imaginación e inventar mundos imaginarios en sus inmensos salones y pasillos. Perder Belle Rêve fue, en gran medida, perder su infancia, la protección de sus muros, una vida confortable y rica.

Fuera le esperaba el desastre. Sin armas para enfrentarse a la vida, Blanche buscó por caminos equivocados el afecto y la seguridad que aquel lugar le ofrecía. El ejemplo más terrible fue precisamente el de su matrimonio. Se enamoró de un cuerpo joven y un rostro angelical, y él seguramente vio en ella una posibilidad de estabilizarse emocionalmente y madurar. Sin embargo, fue lo contrario. Ambos convirtieron su vida en un pequeño infierno, y ambos intentaron escaparse a su manera.

Tras el suicidio de este chico, del que siempre se sintió culpable, su vida se convirtió en un torbellino. De un modo desesperado, buscó cobijo en otros cuerpos. Esta vida convulsa y promiscua terminó erosionando definitivamente su reputación en el contexto de Laurel, un pueblo miserable y asfixiante, en donde todos intentaban meterse en la vida de todos. Quienes esperaban una buena oportunidad para actuar en su contra la encontraron en la extraña relación que mantuvo con un alumno de apenas dieciséis años.

A la reprobación moral de sus actos se unió el factor de la desorientación y el rechazo que en la mayoría producía su propio aspecto, consecuencia de su pasado, su educación y sus orígenes familiares. Aunque su conducta fuera tal vez reprobable, su aspecto era el de una puritana pasada de moda, extravagante y ridícula. Esta falta de conexión entre su forma de ser y sus modales refinados, su recargada forma de vestir, su tendencia a poetizar la realidad y a hablar de una manera incontenible, acrecentó el odio que por ella sentían muchas personas. De hecho, este peculiar cortocircuito es uno de los factores que dan origen a su tormentosa relación con Stanley.

Cuando aparece en casa de su hermana, Blanche está en un momento muy delicado. Si hubiera sido recibida con cariño, si ella no hubiera tratado tan despectivamente a su cuñado, si hubiera tenido más mano izquierda, probablemente hubiera sido posible enderezar todavía su existencia. Cuando empezaba a darse cuenta de que los príncipes azules no existen, Mitch podría haber sido para un compañero asequible. Pero el egoísmo y la brutalidad de los demás, unidos a su propia torpeza, la precipitaron finalmente en su propia destrucción emocional.

Las actrices que interpreten a Blanche deben evitar caer en un defecto: reducir el personaje a un espantajo ridículo. Alguien esperpéntico, vestido de manera anacrónica, etc. Es decir, no deben caer en la construcción exterior de un ente excéntrico.

Por el contrario, deben bucear en la tragedia personal de esta mujer, en las corrientes interiores de sus perturbadas emociones, en los porqués de sus errores.

Deben solucionar escénicamente esa dicotomía entre

personaje ridículo, hablador, maledicente y torpe,

y

personaje dulce, culto, educado y soñador.

STELLA (33 años)

Vivió en el mismo ambiente familiar que Blanche, pero decidió abandonarlo voluntariamente, tal vez porque percibió que en él, a pesar de sus ventajas, su vida no tendría la proyección y la independencia que consideraba necesarias. Por eso se fue, y por eso fue recriminada su acción por el resto de los miembros de su familia, incluida Blanche.

Se marchó y en la vida exterior se tuvo que esforzar para sobrevivir, aceptando trabajos duros. En ese ambiente conoció a Stanley, hijo de emigrantes polacos. Se enamoró de él, de su físico y de su forma de ser: enérgico, abierto, directo, rudo. Hasta sus defectos evidentes terminaron gustándole, o al menos, aprendió a aceptarlos. Vio en él a un hombre luchador y voluntarioso, que le proporcionaba el amor y la protección que necesitaba, y decidió casarse aceptando también sus peculiaridades, sus excesos, su bravuconería, su infantil orgullo de norteamericano reciente, su machismo brutal. Aceptó todo eso, pero nunca olvidó por completo las formas y los valores en los que había sido educada. Ella supo que atrás dejaba un mundo, que seguía existiendo con sus normas y placeres, y, a veces, cuando los excesos de Stanley llegaban a un punto inaguantable, tal vez los recordaba con cierta nostalgia interior.

Cuando apareció Blanche, ese mundo reapareció de golpe. Blanche le hizo recordar su pasado, y en ese recuerdo se encontró siempre tensa. Ya estaba acostumbrada al que había aceptado, incluyendo en él a Stanley, y los discursos de su hermana le incomodaron terriblemente. Sin embargo, el amor que por Blanche sentía, unido a una profunda compasión al verla tan frágil e inestable, tan desgraciada y solitaria, frenaron sus impulsos.

Stanley por un lado, y Blanche, por otro, la sumieron en un profundo estado de ansiedad. Se vio incapaz de gobernarlos, no supo evitar el choque de trenes. Ella se sintió en medio, incapaz de reconducir una situación que se deterioraba día a día y que le afectaba directamente a ella y erosionaba su matrimonio, en el momento especialmente delicado en el que iba a tener un hijo.

Cuando Blanche se marchó al sanatorio, Stella se llenó para siempre de remordimientos. Tal vez debería haber evitado con más fuerza las tropelías de Stanley. Tal vez debería haber renunciado a ser el personaje secundario de una tragedia que podría haberse evitado si ella hubiera tenido un poco más de coraje y personalidad. Sea como fuere, la marcha definitiva de Blanche le hizo reflexionar seriamente sobre algo que hasta ahora era una intuición o un malestar interior en forma de pregunta: ¿tenía sentido vivir bajo el mismo techo con un hombre tan diferente a ella, capaz de todo por salir adelante, sin su cultura ni su refinamiento?

Las actrices que interpreten a Stella tienen que superar este reto: deben convertirla en la protagonista en la sombra. Deben competir en visibilidad con Blanche. Deben hacer visibles y audibles precisamente sus dudas interiores, su falta de firmeza, su fragilidad. Es decir, deben convertir en visible lo más invisible de ella, deben convertir en fuerza escénica precisamente su invisibilidad.

STANLEY (29 años).

Nació en los Estados Unidos, pero sus padres y hermanos eran emigrantes polacos. El nunca estuvo en el país de sus orígenes, pero jamás se le pasó por la cabeza ni abrir un libro de Geografía para buscarlo en un mapa de Europa, y mucho menos viajar hasta allí para conocerlo. No le interesa mirar hacia atrás, sino adelante. Y ese adelante es convertirse en un norteamericano patriota, de los que sienten un cosquilleo interior cuando se iza la bandera y se canta el himno al comienzo de los partidos de baseball. Ese norteamericano que participa del “sueño americano”, que cree en él, porque él mismo es un ejemplo viviente de que “en este país, el que lucha con fuerza consigue siempre lo que pretende…”.

El lo ha conocido de manera directa: el mundo es un “sálvese el que pueda”, y él está decidido a salvarse. No importan demasiado los medios.

Tenaz, obsesivo, listo, sin escrúpulos. Duro entre los duros, su capacidad de amedrentar a los demás es una de sus armas más poderosas. Como casi todos los duros, tiene partes blandas. En el fondo, teme profundamente perder lo que ya tiene y está muy atento a las personas y circunstancias que pueden quitárselo. Y ha conseguido cosas de las que se siente orgulloso: cuatro paredes, un trabajo estable, unos papeles que acreditan su ciudadanía, y el calor y la comprensión de una mujer sumisa, que lo desea y lo necesita, con la que va a tener un hijo que perpetuará su linaje, plenamente norteamericano de segunda generación. Cuando la abraza intensamente no sólo le impulsa el deseo sexual, un lenguaje que verdaderamente les une, sino también la necesidad de asirse a una tabla de salvación en mitad del océano de sus pesadillas y temores.

Blanche aparece y su presencia altera por completo sus esquemas y aviva sus miedos. Ante ella se siente humillado. Su origen polaco le avergüenza, y ella se lo recuerda casi siempre con sus comentarios burlones, con sus risitas, con sus menosprecios, con sus insultos directos. También le evidencia sus toscos modales, y todo lo que le separa de su hermana Stella. Por todo ello, la odia. Y ese odio feroz le hace odiar también su aspecto ridículo, sus trajes, su perfume, su estúpida tendencia a la poesía. Son cosas que pertenecen a mundos diferentes al suyo y que él rechaza porque no las entiende.

Y, antes de que el peligro crezca, espoleado también por su orgullo herido, decide actuar sin piedad.

Los actores que lo interpreten tienen que trabajar más a partir de sus “partes blandas” que de su exceso de vitalidad. Tienen que hacer creíble para él (y para los espectadores) ese “océano de sus pesadillas y temores” que dan origen a la mayoría de sus acciones.

MITCH (39 años)

Un hombre sencillo, que ha vivido siempre en el hogar de sus padres. Desde hace doce años vive con su madre, que está seriamente enferma. Tiene con ella una dependencia emocional muy fuerte y ha terminado siendo un modelo de virtudes y de honradez  al que debe parecerse inexorablemente la mujer elegida para casarse con él.

Blanche parece una buena candidata y, una vez obtenida la aprobación materna, decide ir a por ella con todas sus armas. La ve diferente a las demás, -educada, soñadora, recatada, inteligente, tal vez demasiado estrambótica-, pero no cree que estas diferencias sean un impedimento, sino fascinantes atractivos. Se ilusiona mucho con la idea de casarse con ella.

La desilusión cuando se entera de su pasado de labios de su propio cuñado es enorme y proporcional a la ilusión que se había creado. Cuando Stanley le cuenta aspectos de su vida anterior, se siente mentido y traicionado. Como su capacidad de análisis intelectual es bastante limitada, reacciona como un bestia, dañando todavía más la autoestima de Blanche y haciendo imposible una posible solución.

Es el típico hombre atrapado por sus prejuicios, limitado por su propia cerrazón. Con un buen corazón, pero con una ideología conservadora que paraliza su innata capacidad para comprender, tolerar y perdonar, y le hace analizar con una severidad absoluta las conductas ajenas. Su reacción final hacia Blanche es machista y primaria: como se siente traicionado, reivindica su derecho retrasado al sexo por parte de una mujer que, en su opinión, carece de dignidad para negársela y para casarse con él.

El actor que interprete a Stanley tiene un reto similar a las actrices que interpreten a Stella: dar fuerza y brillo escénico a un personaje secundario, sumido en sus contradicciones, apocado, sin personalidad; es decir, hacerlo protagonista de su propia tragedia y presentarlo como tal ante el espectador.