PROLOGO
(Texto de Paco Ortega)
(Una sombra en el escenario. Un hombre de espaldas que de pronto se vuelve hacia el público, y dice:)
Hombre.-
Nací en Francia…. Bueno, la verdad es que preferiría no aburrirles con mis datos personales. ¿Qué importa haber nacido en un país o en otro? Yo siempre quise ser un espíritu libre, siempre quise…. La verdad es que no sé a qué viene esto. ¿Porqué estoy aquí? ¿Quiénes son ustedes?
Me temo que ya voy entendiendo algo… He leído en algún sitio que los alumnos de Segundo Curso de la Escuelade Teatro de Zaragoza van a hacer una muestra de trabajos escénicos sobre obras de Molière… (Comprendiendo la situación). Ya, ya, ya sé lo que hago aquí.
Ustedes perdonen, pero yo soy Molière. Sí, Jean Babtiste Poquelin, hijo de Jean Poquelin, Tapicero Real, y María Cressé, un muerto llamado Molière, un muerto a quien los curas de su época le negaron un trocito de terreno para descansar definitivamente, a quien los médicos de su tiempo no supieron curarle una simple enfermedad, a quien los malditos devotos con los que tuvo que relacionarse consiguieron amargarle la existencia porque dijo de ellos lo que había que decir: que eran unos déspotas, unos mentirosos, unos ladrones, unos sinvergüenzas, unos tartufos, unos….
Perdón, perdón… es que hay cosas que no las cura el paso del tiempo. Por cierto, hoy estamos a en Junio de 2011. Es decir, llevo trescientos veintiocho años y cuatro meses muerto y mal enterrado. (Extrañado). Trescientos veintiocho años ya… ¡y la gente no me olvida!. ¿Porqué será? ¿Por mi mal genio? (Se ríe). No, tal vez por mi propia biografía. Se han dicho tantas cosas de mí: que si soy el propio paradigma del teatro, que si fui un demonio y me casé con mi propia hija, que si fui un pésimo actor para la tragedia y menos malo para la comedia… Que si soy un plagiario de mí mismo…
(Concesivo). Bueno, esto último… ¿Qué podría hacer si el Rey me pedía de vez en cuando que escribiera y tuviera preparada una nueva obra para… ¡mañana!? Bueno, tal vez exagero un poco. Para dentro de cinco días. Pues hacía lo que podía: cogía este personaje de aquí, esta trama de allí y los juntaba de manera diferente a como lo había hecho en la obra anterior… No tuve otro remedio, porque yo no tuve la suerte de otros que escribían sin prisas, desde la tranquilidad y el calorcito de sus casas… Ah, si hubiera tenido esa calma hubiera imaginado más obras de la talla de mi Misántropo, mi Don Juan, de mi… Yo, y mi compañía, supimos lo que eran los caminos de Francia, los pueblos en los que cambiábamos nuestras actuaciones por un poco de jamón y unas migas de pan, como ya venían haciendo los cómicos italianos…
Cuando el rey Luís nos acogió en Palacio ya todo fue diferente. Pero entonces aparecieron los devotos a los que me estaba refiriendo, y los nobles, y los cortesanos aquellos a los que les olían igual de mal las ropas y las ideas, porque nunca se cambiaban ni de unas ni de otras. Tuve la suerte de que el rey Luís también los odiaba un poquito y por eso me pude ir de la lengua, mejor dicho, de la pluma y sacarlos de quicio. ¡Lo que me pude reír jodiendo a aquella patulea de cabrones!… ¡Qué tiempos aquellos!
(Confidencial). Antes les decía a ustedes que me extrañaba bastante que trescientos veintiocho años después todavía se me recordara en mi país, pero también aquí en España, y en toda Europa… Por mi personalidad no, será tal vez por mi obra… Pero tampoco puede ser, pensándolo bien. Porque escribí inspirándome en situaciones de ese momento, y los personajes que yo pintaba en mis retratos seguro que ya no existen en el mundo de ustedes, que será, sin duda, mucho mejor que el mío…
Seguro que ya no existen los que se aprovechan de los demás utilizando sus cargos públicos… Seguro que ya no hay sacerdotes que amparándose enla Bibliay en los principios de la moral que dicen defender, se enriquecen, hacen negocios y utilizan a las personas más frágiles… Seguro que ya no hay hipócritas, ni hombres y mujeres que se jactan de saber más que los demás por haber leído más libros que ellos… Seguro que ya no existe esa enorme vulgaridad en los espectáculos públicos, en las diversiones populares… Seguro que sus gobernantes solo quieren el bien de la población y no se dejan sobornar por corruptos organizados… Todo eso debe estar completamente superado, ¿verdad?
Y si nada de eso ya ocurre, ¿qué sentido tiene que hoy, en este teatro, un grupo de chicos y chicas de alumnos y alumnas de segundo curso se reúnan, me convoquen y representen ante ustedes algunas escenas de mis obras…?
(Aparecen algunas actrices preparando la primera escena que van a representar) Ya veo que empiezan. Mientras esto ocurre, voy a darme una vuelta por la ciudad a ver si logro encontrar alguna respuesta para mi pregunta….
ESCENA 1.
(Extraida de
La Crítica de la Escuela de las mujeres,
de Molière)
(Personajes: Climena, Urania y Elisa).
(Entrando)
CLIMENA.-
Por favor, querida, necesito sentarme con urgencia…
URANIA . –
¿Qué os ocurre? ¿Os encontráis mal de la salud?
CLIMENA.-
Ya no puedo más.
URANIA. –
¿Qué tenéis?
CLIMENA.-
Me falla el corazón.
URANIA . –
¿Se trata de vuestras habituales palpitaciones?
CLIMENA.-
No.
URANIA. –
¿Queréis que os desabroche el vestido…?
CLIMENA.-
¡No, por Dios! ¡Qué cosas decís?
URANIA.-
¿Cuál es vuestra dolencia y desde cuándo la padecéis?
CLIMENA. –
Desde hace más de tres horas… La he adquirido en el Palais Royal viendo una obra de teatro.
URANIA.-
¿Y cómo?
CLIMENA.-
Acabo de ver, para castigo mío, esa mala rapsodia de Las mujeres sabias. Estoy todavía con el desfallecimiento y la justa indignación que ha provocado en mi corazón. ¡No me repondré hasta dentro de quince días!
ELISA.-
No me extraña. Las enfermedades llegan cuando menos se lo piensa una…
URANIA. –
No sé de qué temperamento seremos mi prima y yo, pero estuvimos viendo esa misma obra ayer y volvimos sanas y contentísimas.
CLIMENA.-
¡Cómo! ¿La habéis visto?
ELISA. –
(Avergonzada). Sí…
URANIA . –
Y escuchado de punta a rabo.
CLIMENA.-
¿Y no os dieron convulsiones?
ELISA.-
Convulsiones, lo que se dice convulsiones…
URANIA.-
No soy tan delicada, a Dios gracias. Además pienso que esa comedia de Molière es más capaz de curar a la gente que de hacerla enfermar.
CLIMENA . –
¿Pero qué estáis diciendo? ¿Puede expresarse de esa manera un autor teatral con un mínimo sentido común? ¿Se puede insultar impunemente a la razón? ¿Existe de verdad alguien en el mundo al que puedan distraerle las necedades que contiene esa mala comedia? Por mi parte os confieso que no he encontrado la más mínima satisfacción en ella. Me parece una caricatura innoble de personajes respetables y de actitudes intelectuales ejemplares. Actitudes que yo comparto plenamente, no haría falta decirlo…
ELISA.-
¡Cielos! ¡Qué capacidad de persuasión tenéis! ¡Con qué elegancia expresáis los conceptos…! Estúpida de mí, creí que la obra era buenísima y por esa razón estuve riéndome a carcajadas durante la hora y media que duró sobre el escenario. Pero me habéis convencido de golpe. No tiene ninguna gracia.
URANIA.-
Lamento contradeciros a las dos. Esa comedia me parece una de las más divertidas que ha escrito su autor.
CLIMENA.-
¡Me da grima que habléis así! No puedo soportar esa oscuridad de discernimiento. ¿Se puede, siendo virtuosa, encontrar diversión en una obra que tiene constantemente el pudor sobresaltado, que pisotea gravemente la imaginación y que ridiculiza a las mujeres de una forrna cruel e injusta?
ELISA.-
¡Qué bien habláis! En estas cuestiones sois una terrible antagonista, señora. Se nota vuestra formación clásica. Compadezco al pobre Molière por teneros de enemiga.
CLIMENA . –
Gracias, querida. (Con aires de maestra.) Lo que tenéis que hacer es corregir urgentemente vuestra primera y equivocada opinión. Y, sobre todo, no vayáis diciendo por ahí que os ha gustado tal mamarrachada.
ELISA.-
Es cierto. Reconozco mi precipitación al reíme y pasármelo estupendamente.
URANIA. –
¿Y se puede saber qué encontráis en ella que ofenda tanto al pudor.
CLIMENA.-
(Después de dudar.) ¡Ejem…! ¡Todo!. Y afirmo terminantemente que una mujer honrada no puede verla sin sonrojo, de tantas obscenidades y porquerías que he descubierto en ella.
URANIA. –
Tal vez tenéis para detectar porquerías un talento especial, porque lo que es yo no he visto ninguna.
CLIMENA. –
Es que no habéis querido verlas, seguramente. Por mi parte sí he querido…
URANIA. –
Os ruego que me pongáis un ejemplo, que señaléis con el dedo una de esas porquerías…
CLIMENA.-
¿Lo creéis necesario?
URANIA . –
Decidme al menos un pasaje que os haya ofendido mucho.
CLIMENA . –
¿No es suficiente el momento en que las mujeres escuchan atentamente ese bello poema?
URANIA . –
¿Y qué encontráis de sucio en eso? El poema es malísimo…
CLIMENA . –
¡Ohhh!
ELISA.-
¡Ohhh!
URANIA. –
Por favor.
CLIMENA . –
¡Puaf!
ELISA.-
¡Puaf!
URANIA. –
¿Y qué más?
CLIMENA . –
No tengo nada que deciros.
URANIA. –
Yo no veo nada malo. Al contrario.
CLIMENA . –
(Enojada) Peor para vos.
URANIA . –
Mejor, a mi juicio. Yo veo las cosas por el lado que me las muestran, y no les doy la vuelta para buscar en ellas lo que no está…
CLIMENA . –
(Fuera de sí.) ¡La honestidad de una mujer…!
URANIA . –
(Cortándole secamente.) La honestidad de la mujer no está en las estupideces y los remilgos. Como la honestidad de un hombre no estriba en ser más fuerte que su vecino. ¡Dejémonos ya de bobadas que estamos en el siglo XVII!
CLIMENA.-
No vais a convencerme. Hay que ser ciego ante esa obra y fingir que no se ven allí la malicia del autor y sus pérfidas intenciones.
URANIA . –
No hay que querer ver lo que allí no está. Y si queréis que sea sincera del todo os diré que sois vos quien creáis la porquería y no Molière .
ELISA.-
¿Cómo podéis hablar así, prima? Creo que estáis traspasando peligrosamente la barrera del pudor y del buen gusto. Ser mujer lleva implícita la obligación de ser extremadamente prudente.
CLIMENA.-
¡Esa obra es intelectualmente obscena!
ELISA.-
(Volviéndose sorprendida hacia Climena.) ¿Qué palabra habéis dicho, señora?
CLIMENA.-
Obscena… Obscenidad…
ELISA.-
¡Ah, Dios mío! ¡O-b-s-c-e-n-i-d-a-d! No sé lo que quiere decir pero la encuentro maravillosa. ¡O-b-s-c-e-n-i-d-a-d! (Queda como hipnotizada murmurando la palabra.) ¡O-b-s-c-e-n-i-d-a-d!
CLIMENA . –
En fin. Veo que alguien sensato de vuestra misma sangre se pone de mi parte.
URANIA . –
Por favor, señora. Elisa desde que frecuenta ciertas iglesias y ciertas lecturas parece como si se le hubiera reblandecido el cerebro. No os fiéis mucho de ella, creedme.
ELISA.-
¡Qué mala sois queriéndome presentar como una loca ante esta señora! Espero que no la creáis. Estoy totalmente de acuerdo con vos y con vuestras opiniones que siempre están expresadas con palabras maravillosas. Por ejemplo, o-b-s-c-e-n-i-d-a-d…
CLIMENA. –
Hablo sin la menor afectación…
ELISA.-
Ya se ve, señora. Todo es espontáneo en vos. Vuestras palabras, el tono de vuestra voz, vuestras miradas, vuestros pasos, vuestros ademanes y vuestros atavíos tienen un no se qué de distinción que embelesa a la gente. (Se van juntas ensimismadas en su conversación).
URANIA.-
(Dirigiéndose al público) Pues yo, sin embargo, creo que la personalidad debe estar basada en algo más que en ademanes huecos. (Refiriéndose a Elisa.) ¡Pobre, prima mía! Es ya una víctima de Climena y de todas las Climenas que hay en esta corte del Rey Luis. Y claro, lo que ocurre es que ese autor llamado Molière las ha retratado de manera admirable en esa obra llamada Las mujeres sabias que hace unos días se estrenó en el Palais Royal. Y no sólo a ellas: también a los hombres pedantes, a los que se creen más importantes que los otros por decir algunas frasecitas en latín o en griego, y a los calzonazos que permiten que ocurran estas cosas en el interior de sus casas. Pobres idiotas… Pero para que ustedes comprendan la magnitud del problema, vamos a ver unas escenas de esa obra tan diabólica y que tanto ha molestado a las que acaban de marcharse.
(Oscuro).
ESCENA 2.
(ARMANDA y ENRIQUETA)
La escena, en París, en casa de Crisalio.
ARMANDA.-
¡Cómo! ¡La condición de soltera es la mejor! ¿Acaso lo dudas?
ENRIQUETA.-
Pues sí…
ARMANDA.-
Me das pena, hermana…
ENRIQUETA.-
¿Porqué te molesta tanto el matrimonio?
ARMANDA.-
¡Dios mío, qué asco! ¡Casarse! ¿No te das cuenta de lo repugnante que es ese estado? ¿Acaso no te estremeces? ¿Has medido bien las terribles consecuencias de esa decisión?
ENRIQUETA.-
Las únicas consecuencias que presiento son… un marido, una casa, tal vez unos hijos… No creo que eso pueda ofenderle a nadie ni tenga porqué causar ningún tipo de estremecimiento, la verdad.
ARMANDA.-
¿Y te agrada ese panorama?
ENRIQUETA.-
No puede hacer nada mejor una mujer enamorada que casarse con el hombre que corresponde a ese amor.
ARMANDA-
¡Dios mío, de qué baja condición es tu espíritu! ¿Dónde vas a caer cuando te reduzcas a ser la simple compañera de un hombre y madre de unos niños? Deja eso para las personas vulgares y piensa en otro tipo de placeres más nobles, más espirituales y elevados. Ahí tienes el ejemplo de nuestra propia madre que ha dejado de estar sujeta como una esclava a las leyes de su marido para dedicarse por completo a la filosofía, a las ciencias y a la poesía. Es decir, a todo aquello que eleva a los seres humanos por encima de los irracionales y de las bestias.
ENRIQUETA.-
Entrégate en cuerpo y alma a las obras espirituales y luminosas que yo me quedo con las obras de la materia y de la realidad. ¡Qué le vamos a hacer!
ARMANDA.-
Cuando pretendemos inspirarnos en una persona, debemos parecernos por los dos lados, y tomarla por modelo no es, hermana, toser y escupir como ella.
ENRIQUETA.-
Tú y yo no hubiéramos nacido si mi madre se hubiera dedicado exclusivamente a la poesía y a las ciencias…
ARMANDA.-
Sigues obstinada en esa bajeza espiritual de querer conseguir un marido a toda costa… Allá tú. Dime por lo menos a quien piensas escoger… Supongo que no será… Clitandro…
ENRIQUETA.-
¿Y por qué no? ¿Acaso carece de méritos? ¿Es una indigna elección?
ARMANDA.-
Es poco honesto por tu parte querer quitarle a otra persona su conquista. Todo el mundo sabe que Clitandro suspira todavía por mí.
ENRlQUETA.-
Sí, pero esos suspiros te han parecido siempre superfluos, indignos de tu condición de persona que ha renunciado a casarse porque la filosofía ha acaparado todos sus amores. Me he limitado a tomar lo que despreciaste, Armanda.
ARMANDA.-
¿No temes ser demasiado ingenua creyendo en la sinceridad de un amante despechado? ¿Estás segura de su amor? ¿No queda en su corazón ningún interés por mí?
ENRIQUETA.-
El me lo dice, hermana, y yo, por mi parte, le creo.
ARMANDA.-
Se engaña a sí mismo…
ENRIQUETA.-
Tal vez… Pero no es mala idea preguntárselo directamente y a plena luz, puesto que aquí llega…
(Entra Clitandro)
ESCENA 3
(Enriqueta, Armanda y Crisalio)
ENRIQUETA.-
Armanda ha sembrado una duda en mí… Decide definitivamente entre ella o yo, Clitandro.
ARMANDA.-
(Apresuradamente) Le colocas en una difícil posición, hermana. Estas confesiones a cara descubierta son siempre muy violentas…
CLITANDRO.-
Nunca he sabido fingir, Armanda, y no representa ninguna violencia confesar públicamente que estoy enamorado de Enriqueta. Espero que esta declaración no te cause trastorno alguno pues quisiste que las cosas fueran como son. Tus encantos me atrajeron hace unos meses pero nunca conseguí interesarte lo más mínimo. No te guardo ningún rencor por ello y…
ARMANDA.-
¡Tiene gracia que puedas creer que esa inclinación por mi hermana pueda trastornarme… pero es muy impertinente que lo digas sin ningún recato!. ¡Es el colmo!
ENRlQUETA.-
No te enfades, hermana mía. ¿Dónde están la moral y la filosofía que rigen la parte animal de las personas y calman los arrebatos de la ira?
ARMANDA.-
No hables de cosas que desprecias… Si creyeras verdaderamente en la moral, lo que deberías hacer es pedir el oportuno permiso a nuestros padres, no sólo para casarte, sino también para corresponder las miradas de éste o de cualquier pretendiente. Esa es la obligación y la costumbre, y tú lo sabes perfectamente.
ENRIQUETA.-
Te agradezco que, una vez más, me recuerdes mis obligaciones… Desde hace muchos años no has dejado de hacerlo ni un sólo día. (A Clitandro.) Delante de mi hermana te pido, Clitandro, que hables cuanto antes con mis padres, les pongas al corriente de nuestra relación y nuestras intenciones, y les pidas mi mano para poder casarnos.
CLITANDRO.-
Así lo haré. (Dirigiéndose a Armanda) En cuanto a tí…
ARMANDA.-
Mi único deseo es que seáis muy felices.
(Sale Armanda de la habitación)
ESCENA 4.
(Enriqueta y Clitandro)
ENRIQUETA.-
Tu confesión le ha sorprendido…
CLITANDRO.-
Se merecía mi franqueza. No ha cesado de darme desplantes desde el día en que la conocí. En cuanto a nosotros… voy inmediatamente a hablar con tu padre.
ENRIQUETA.-
Mi padre es de una forma de ser que le hace consentir todo y poner muy poca energía en las decisiones que toma. Lo más práctico es convencer antes a mi madre que es quien realmente gobierna la casa y dicta las leyes que se le ocurren. Debes ganarte su voluntad y la de mi tía Belisa, aunque sea a costa de darles la razón en algunas opiniones.
CLITANDRO.-
Ese tipo de personas no es que me guste mucho precisamente. Me refiero a los hombres y a las mujeres que hacen de la sabiduría un motivo de diferencia con los demás. Tu tía Belisa se ha vuelto loca de un tiempo a esta parte intentando hacer creer a todo el mundo, y, lo que es peor, creyéndose ella misma, que tiene a todos los hombres de París perdidamente enamorados… Y en cuanto a tu madre… la respeto, pero no puedo de ningún modo estar de acuerdo con sus absurdos razonamientos, con sus estúpidas quimeras. Ese amigo suyo, el señor Trissotin, me entristece y me aburre, y me saca de quicio ver como tu madre estima, venera y protege a un necio semejante, cuyas obras literarias silban en todas partes, que vive de plagiar a los demás y que se ha ganado una merecida fama de engañabobos y de parásito.
ENRIQUETA.-
A mí también me fastidian sus escritos. Pero debemos tragarnos los sapos, Clitandro. Para conseguir nuestros objetivos deberías de agradar hasta al perro de la casa si fuera necesario.
CLITANDRO.-
Es verdad, amor mío. Pero es muy difícil simular que admiro unas obras que me parecen farragosas y que me agrada un hombre que me produce un profundo asco. Nunca te había contado esto: antes de conocerle me habían leido alguna de sus poesías que me parecieron detestables. Pues bien, a través de sus versos, llegué a imaginar los rasgos de su cara, su forma de andar, sus ademanes, etc. Un día me crucé por la calle con un hombre y enseguida intuí que era él. No me equivoqué.
ENRIQUETA.-
(Divertida) ¡No me mientas!
CLITANDRO.-
(Después de besarla.) Te lo cuento tal y como sucedió… (Rien. Aparece Belisa) Acaba de llegar tu tía. Voy a contarle nuestro secreto para que nos apoye ante el hueso más duro…
(Entra Belisa)
ESCENA 5
(Belisa y Clitandro)
BELISA.-
La Astronomía,la Gramáticayla Poesíason Artes Nobles que tienen como máximo objetivo mejorar la condición de la existencia humana sobre la tierra. La primera le sirve al hombre para situarse en el conjunto de los planetas. La segunda y la tercera, para ensanchar el campo de su espíritu, proporcionándole la capacidad de hablar de manera correcta y…
CLITANDRO.-
(Que empieza a impacientarse.) Ejem… Permitidme que…
BELISA.-
Querido jovencito. Es de una educación pésima interrumpir los soliloquios de alguien que en su propia casa intenta encontrar sentidos profundos a los procelosos enigmas de la existencia humana…
CLITANDRO.-
Nada más lejos de mi interés, señora. Yo solamente…
BELISA.-
No hay excusas posibles. Hallábame yo interrogándome sobre…
CLITANDRO.-
Yo sólo quería…
BELISA.-
Insistís, pues, en inquietar la paz espiritual de esta morada presentándoos de golpe y distrayéndome de mis verdaderos intereses… No os entiendo.
CLITANDRO.-
(Tratando de ser simpático.) Por el contrario… Estoy seguro de que vais a comprenderme enseguida. Quiero hablaros del amor que siento por…
BELISA.-
¡Despacio, jovencito, despacio! Guardaos de abrirme vuestra alma de par en par… Si he accedido a poneros en la categoría de mis cortejadores, admiradores y pretendientes, contentaos con vuestros ojos como únicos intérpretes, y no me expliquéis por medio de otro lenguaje unos deseos que, en mi casa, significan un ultraje… Amadme, suspirad, consumíos por mis hechizos, mas preferiría no saberlo. Contentaos con mirarme con cariño pero no me digáis nada con palabras.
CLITANDRO.-
De quien estoy enamorado es de Enriqueta, no os alarméis, y lo que os pido justamente es que intercedáis por nosotros…
BELlSA.-
¡Ah! Realmente, la trampa es original, lo confieso; eso de que estáis enamorado de mi sobrina es un inteligente pretexto para llegar hasta mí… ¡No había leído una argucia tan ingeniosa en ninguna novela! Estoy verdaderamente sorprendida y halagada, debo reconocerlo.
CLITANDRO.-
Señora, no es ninguna ocurrencia. Es la pura confesión de una verdad. Quiero casarme con Enriqueta y lo que os pido humildemente, tanto en mi nombre como en el suyo, es que nos ayudéis a conseguirlo.
BELlSA.-
Venga, venga, jovencito… No insistáis más…
CLlTANDRO.-
¡Ah señora! ¿Porqué os empeñáis en pensar lo que no es?
BELlSA.-
¡Dios mío! Dejaos de tonterías. Cesad de defenderos de lo que vuestras miradas me han dado a entender tantas veces… Habéis conseguido satisfacerme con ese derroche de astucia que exhibís ante mis ojos, pero estáis llevando este asunto demasiado lejos. No puedo consentir que bajo el techo de esta casa se expresen pasiones y sentimientos de esa manera tan audaz, por muy sinceros que sean.
CLITANDRO.-
Pero…
BELISA.-
Adiós. Por ahora, esto debe bastaros. He dicho más de lo que quería decir. Silencio.
CLITANDRO.-
Estáis en un error…
BELISA.-
Dejad. Voy a ponerme colorada. Ji, ji, ji.
CLlTANDRO.-
Que me ahorquen si os amo…
BELISA.-
No, no; no quiero oír nada más. Ji, ji, ji.
(Se marcha Belisa)
CLITANDRO.-
¡Al diablo esta loca con sus visiones! ¡Es terca como una mula! Por este camino poco vamos a conseguir… Hablaré con su hermana Angélica que es, sin duda, una persona cabal.
(Sale)
(El personaje de Urania ha estado viendo la escena. Cuando se marcha Clitandro, se dirige al público:)
URANIA.-
Eso no lo veremos esta noche. Lo que veremos a continuación es una escena del Acto II de Las Mujeres Sabias. Esa escena nos servirá de termómetro para ver el grado de locura al que se ha llegado en esa casa. ¡Ah, y nos servirá también para conocer a Trissotin, un esperpento de la corte, que vive de la necedad de los otros.
ESCENA 6.
(Entran MARTINA y CRISALIO)
MARTINA.-
¡Qué mala pata tengo! ¡Ay, madre mía! ¡A perro flaco todo son pulgas! ¡Qué mala pata, qué mala pata…!
CRISALIO.-
¿Qué es eso? ¿Qué te pasa, Martina?
MARTINA.-
¿Que qué me pasa?
CRISALIO.-
Sí.
MARTINA.-
¡Me pasa… que me despiden hoy, señor!.
CRISALlO.-
¿Que te despiden?
MARTlNA.-
Sí; me echa el ama.
CRISALIO.-
No lo entiendo. ¿Cómo es posible?
MARTINA.-
¡Me amenaza con darme cien palos si no me largo ahora mismo!.
CRISALIO.-
No, tú te quedas con nosotros. Estoy muy contento contigo y te vas a quedar. A mi mujer se le sube a veces la sangre a la cabeza, y yo no quiero…
(Entran FILAMINTA y TRISSOTIN)
FILAMINTA.-
(Viendo a Martina). ¡Otra vez tú, bribona! ¡Largo de aquí inmediatamente, pueblerina! Márchate de esta casa y no vuelvas a ponerte delante de mi vista!
CRISALIO.-
Poco a poco…
FILAMINTA.-
¡No; se acabó!.
CRISALIO.-
¿Eh?
FILAMINTA.-
¡Quiero que se marche!.
CRISALIO.-
¿Se puede saber lo que ha hecho?
FILAMINTA.-
¿La defiendes?
CRISALIO.-
No, no. Yo sólo…
FILAMINTA.-
¿Tomas partido contra mí?
CRISALIO.-
¡No, Dios mío! No hago más que preguntar su culpa.
FILAMlNTA.-
¿Me crees capaz de echarla sin un motivo justificado?
CRISALIO.-
Naturalmente que no, pero es que a veces…
FILAMlNTA.-
¡Nada; se irá de aquí!. ¡Lo repito por última vez!
CRISALIO.-
Vale, vale… No seré yo quien te lleve la contraria…
FlLAMINTA.-
No quiero obstáculo alguno a mis deseos.
CRISALIO.-
De acuerdo.
FILAMlNTA.-
Y tú, si fueras un marido como es debido, deberías estar de mi parte y enfadarte también.
CRlSALlO.-
(Volviéndose hacia Martina. Con una voz que intenta ser más firme.) ¡Y eso hago! Sí; mi mujer te echa con razón, pícara, y tu crimen no merece perdón.
MARTINA.-
¿Y qué he hecho, si puede saberse?
CRISALIO.-
(Reflexionando.) Eso digo yo… ¿Qué ha hecho?.
FILAMINTA.-
¡Es el colmo!
CRISALIO.-
¿Ha roto, para provocar tu ira, algún espejo o alguna porcelana?
FILAMINTA.-
¿Iba a ponerla de patitas en la calle por tan poca cosa? ¿Me enfado por ese tipo de estupideces?
CRISALIO.-
(A Martina.) ¿Pero cómo es posible, bribona? (A Filaminta.) ¿Así que es tan grave este asunto?
FILAMINTA.-
Sin duda. ¿Te parezco una insensata?
CRlSALlO.-
¿Es que ha dejado, por descuido, que roben una jarra o una bandeja de plata ?
FILAMlNTA.-
¡Eso no sería nada…!
CRISALIO.-
(A Martina.) ¡Oh!, ¡Demonios! (A Filaminta.) ¿La has sorprendido en plena infidelidad?
FILAMINTA.-
¡Algo peor!
CRISALIO.-
¿Peor que eso?
FILAMINTA.-
¡Peor!
CRISALIO.-
(A Martina.) ¡Es increíble! ¡En mi propia casa! ¿Cómo es posible que…?
FILAMINTA.-
(Con gran solemnidad.) ¡¡¡Después de treinta lecciones de Gramática ha ofendido mis oídos empleando una palabra inadecuada y salvaje…!!!. Una palabra que el ilustre gramático Jerónimo Onofre condena en términos tajantes y prohíbe su uso entre personas cultivadas.
CRISALIO.-
(Tímidamente). ¿Y… esa es la razón…?
FILAMlNTA.-
(Indignada). ¿Te parece poco delito estar siempre agraviandola Gramática, que es la piedra angular de todas las ciencias, que rige hasta a los monarcas con sus leyes y reglas?
CRISALIO-
¡La creí culpable del mayor de los crímenes!
FILAMlNTA.-
(Fuera de sí) ¿Y no encuentras imperdonable ese crimen?
CRlSALIO.-
(Después de valorar las consecuencias de una contestación errónea). Sí, claro…
FILAMINTA.-
¡Sólo faltaría que la disculparas!
CRISALIO.-
(Tajante). No, no, en absoluto.
FILAMINTA.-
Es verdaderamente lamentable. De un modo sistemático deshace toda construcción y eso que le hemos enseñado cien veces las leyes del lenguaje. ¡Como si nada!
MARTINA.-
Todo lo que predican ustedes me parece muy bien. Pero yo no puedo hablar en esa jerga. ¡Qué le vamos a hacer!.
FILAMINTA.-
¡Descarada! ¡Llamar jerga al lenguaje basado en la razón y en el uso correcto de las palabras!
MARTINA.-
Cuando a una se le entiende lo que dice ya está bien dicho, entonces. Y lo demás, sobra.
TRISSOTIN.-
¡Rebelde! ¡Es intolerable que esta mujer haga oidos sordos a nuestras lecciones y se empeñe en hablar mal!
MARTINA.-
¡Caballero, no me empeño en nada! ¡Yo no tengo estudios y rajo como Dios me da a entender!

Rita Lorenzo (Martina), Roberto Millán (Crisalio), Crhistian Andrade (Trissotin) y Minerva Viguera (Filaminta)
FILAMlNTA.-
¡Ah! ¿Puede aguantarse esto? ¡Eso de «rajo» hiere hasta el más insensible de los oídos!. ¿Quieres estar toda tu vida ofendiendo a la gramática?
MARTINA.-
Yo no quiero ofender a nadie. ¡Dios me libre!
FILAMINTA.-
¡Qué alma tan pueblerina! ¡La gramática nos enseña las leyes del verbo y del nominativo, y, del mismo modo, las del adjetivo con el sustantivo!.
MARTINA.-
Yo sólo conozco los garbanzos y las judías. Yo creía que la sopa de cebolla que hacía era del agrado de los señores. A mi señor Crisalio al menos parecía gustarle, por lo mucho que me felicitaba los viernes cuando solía hacerla. (Crisalio asiente.) En cuanto al adjetivo y al sustantivo… , no conozco a estos caballeros…
FILAMlNTA.-
(A Vadius.) ¡Ah Dios mío! Acabemos con esta inútil conversación. (A Crisalio.) ¿Y ahora qué me dices? ¿Había o no motivos para echarla?
CRISALIO.-
Sí que los había, sí… (Aparte.) Debo acceder a su capricho. (A Martina) Anda, no la irrites; retírate, Martina.
FILAMINTA.-
¡Cómo! ¿Temes ofender a esa pícara? ¡Le hablas en un tono amabilísimo!.
CRISALIO.-
(Con voz firme.) ¿Yo? Nada de eso. Vamos, márchate. Vete, infeliz.
(Martina sale de escena y se dirige al público.)
MARTINA.-
Y de esta manera me ví en la calle… De nada valieron mis muchos años de servicio en esa casa, que era yo apenas una niña cuando entré en ella… (Llorando amargamente.) Y todo empezó el día en que a mi señora Filaminta y a su hija Armanda se les reblandeció el cerebro y empezaron a leer esos librotes tan gordos y a mirar a las estrellas por ese aparato en forma de canuto… Que desde entonces parecían más atentas a las cosas que sucedían en las alturas que a las que pasaban por aquí cerca. ¡Qué le vamos a hacer! Y la culpa la tuvo ese señor delgaducho al que le llaman Vadius y sobre todo el famoso Trissotin que veremos a continuación…
ESCENA 7
(Entran FILAMINTA, JIRONDA, BOLINGA y TRISSOTIN)

Inma Chpo (Bolinga), Minerva Viguera (Filaminta), Silvia Solán (Jironda) y Crhistian Andrade (Trissitin)
FILAMINTA.-
Pongámonos por aquí para escuchar relajadamente estos versos…
JIRONDA.-
Ardo en deseos de oírlos…
BOLINGA.-
Nos morimos de ganas…
FILAMINTA.-
(A Trissotin.) Todo lo que emana de vuestra creatividad siempre me parece un encanto…
JIRONDA.-
Y para mí, un regalo que no tiene comparación posible…
BOLINGA.-
Es un alimento exquisito para mis oídos…
FILAMINTA.-
No prolonguéis el suplicio. ¡Comenzad pronto!
JIRONDA.-
¡Sí, daos prisa!
BOLINGA.-
¡Precipitad nuestro goce!
FILAMINTA.-
¡Ofreced vuestro epigrama a nuestra voraz impaciencia!
FRISSOTIN.-
(A Filaminta, después de hacerse el interesante un buen rato.) Se trata de un recién nacido, señora. Y voy a dar a luz en vuestra hospitalaria corte…
FILAMINTA.-
Para hacérmelo dilecto, basta saber que sois su padre…
TRISSOTIN.-
Vuestra aprobación podrá servirle, a su vez, de madre…
BOLINGA.-
Ocupémonos de ese recién nacido, os lo ruego.
FILAMINTA.-
Es cierto. Servidnos cuanto antes vuestro amable alimento.
TRISSOTIN.-
Me parece poco un plato de ocho versos para saciar ese voraz apetito espiritual que adivino en vuestras almas. Añadiré un epigrama, o tal vez un madrigal, o mejor, un soneto. Creo que lo encontraréis de buen gusto.
JIRONDA.-
¡Ah, no lo dudo!
FILAMINTA.-
Escuchémoslo ya.
BOLINGA.-
(Interrumpiendo a Trissotin cada vez que se dispone a leer.) Ya siento como se estremece mi corazón… La poesía me gusta con locura, sobre todo cuando los versos son de tono galante…
FILAMINTA.-
Si seguimos hablando, no podrá decir nada. ¡Chissst!
JIRONDA.-
¡Silencio, dejadle ya leer sus versos!
TRISSOTIN.-
(Leyendo.) «Soneto a la princesa Urania sobre su agitación…»
Dormida está vuestra prudencia
al tratar con magnificencia
y al alojar de forma tan regia
a vuestra más fiera enemiga.
BOLINGA.-
(Aplaudiendo entusiasmada) ¡Qué bonito…!
JIRONDA.-
¡Qué giro más elegante!
FILAMINTA.-
Este hombre posee una gran facilidad para el verso…
JIRONDA.-
Hay que descubrirse ante esa «dormida prudencia «…
BOLINGA.-
Alojar a su enemiga… Es una imagen llena de sugerencias y paradojas…
FILAMINTA.-
¡Me encantaron ese «con magnificencia» y ese «de forma tan regia»! ¡Qué bien suenan estos dos calificativos!
BOLINGA.-
Sigamos escuchando…
Dormida está vuestra prudencia
al tratar con magnificencia
y al alojar de forma tan regia
a vuestra más fiera enemiga.
JIRONDA.-
«Dormida está vuestra prudencia»…
BOLINGA.-
«¡Alojar a su enemiga»!
FILAMINTA.-
«Con magnificencia…»
TRISSOTIN.-
(Sigue leyendo.)
Haced que salga, aunque murmuren,
de vuestra rica habitación,
donde esa ingrata con descaro
a vuestra vida hace mención.
BOLINGA.-
¡Despacio!… Dejadme respirar, por favor…
JIRONDA.-
Concedednos tiempo para admirar lo que acabamos de oír…
FILAMINTA.-
Ante esos versos, siente una derramarse hasta el fondo del alma un no sé qué que nos deja pasmadas.
JIRONDA.-
Haced que salga, aunque murmuren,
de vuestra rica habitación…
¡Qué bien está expresado lo de esa «rica habitación»! ¡Con qué talento está insertada ahí la metáfora!
FILAMINTA.-
«Haced que salga, aunque murmuren»… ¡Ah! ¡Este «aunque murmuren» muestra un gusto sencillamente admirable! A mi juicio es un pasaje poético que no tiene precio, amigo mío. Y no exagero.
JIRONDA.-
También mi corazón se ha enamorado de este «aunque murmuren».
BOLINGA.-
Opino igual que tú; ese «aunque murmuren» es todo un hallazgo…
JIRONDA.-
¡Cuánto me hubiera gustado escribirlo a mí…!
BOLINGA.-
Vale por toda una obra…
FILAMINTA.-
(A Trissotin.) Quisiera haceros una pregunta… Perdonad mi osadía, pero es que esta me parece una oportunidad única para conocer por dentro los mecanismos de la creación…
TRISSOTIN.-
Adelante…
FILAMINTA.-
Cuando escribíais ese encantador «aunque murmuren» erais consciente de toda su carga expresiva…
JIRONDA.-
También tengo el «ingrata» en la cabeza; esa ingrata agitada, injusta, indigna, que maltrata a quienes la alojan en su casa… ¡Es sencillamente impresionante!
FILAMlNTA.-
En fin: los cuartetos son admirables ambos. Lleguemos pronto a los tercetos, os lo ruego.
JIRONDA.-
¡Recitad otra vez ese «aunque murmuren», por favor.
TRISSOTIN.-
«Haced que salga, aunque murmuren….
FILAMINTA, JIRONDA y BOLINGA.-
¡»Aunque murmuren»!
TRISSOTIN.-
… de vuestra rica habitación….
FILAMINTA, JIRONDA y BOLINGA.-
¡»Rica habitación»!
TRISSOTIN.-
. ..donde esa ingrata con descaro,
a vuestra vida hace mención.
FILAMINTA.-
¡»A vuestra vida»!
JIRONDA y BOLINGA.-
¡Extraordinario!
TRISSOTIN.-
¡Cómo! Sin respetar vuestro linaje,
osar haceros parecido ultraje….
FILAMINTA, JIRONDA y BOLINGA.-
¡Bravísimo!
TRISSOTIN.-
…¡ y noche y día, con intención pagaros !
Si al baño la lleváis, siempre gentil,
sin dudarlo ya más, para vengaros
ahogadla allí, cual alimaña vil.
FILAMINTA.-
¡No puedo más…!
BOLINGA.-
¡Me tiemblan las piernas…!
JIRONDA.-
¡Me muero de placer…!
FILAMINTA.-
¡Tengo hasta escalofríos por todo el cuerpo!
JIRONDA.-
«Si al baño la lleváis…»
BOLINGA.-
«Sin dudarlo ya más…»
FILAMINTA.-
«Ahogadla allí, cual alimaña vil…»
JIRONDA.-
En cada verso hay mil rasgos seductores…
BOLINGA.-
Se extasía una al escucharlos…
TRISSOTIN.-
¿Os parece, entonces, el soneto…?
FILAMINTA.-
¡Es imposible escribir mejor! Y decidme, señor mío… ¿Cuál es la base filosófica desde la que se sustenta vuestro pensamiento estético…?
TRISSOTIN.-
(Después de dudarlo unos instantes.) Pues… ¡Yo me adhiero en la lista a la peripatética…!
FILAMINTA.-
Para las abstracciones me gusta el platonismo.
JIRONDA.-
Me complace Epicuro por la solidez de sus dogmas.
BOLINGA.-
Yo me arreglo muy bien con los corpúsculos; mas el vacío a soportar me parece difícil, y prefiero, realmente la materia sutil.
TRISSOTIN.-
Descartes acierta, a mi entender, en lo del imán.
JIRONDA.-
Me agradan sus torbellinos.
FILAMINTA.-
Y a mí sus mundos flotantes.
JIRONDA.-
Tengo una gran impaciencia por realizar algún tipo de descubrimiento.
TRISSOTIN.-
En París se espera mucho de vuestras investigaciones.La Naturalezaposee pocos misterios ya para ustedes.
FILAMINTA.-
Por mi parte, he hecho ya uno: he visto claramente unos hombres caminando por la luna.
BOLINGA.-
Yo no he visto aún hombres; pero he divisado campanarios como os estoy viendo ahora…
TRISSOTIN.-
Lo creo sinceramente. Pero, señoras, aún os reservo una sorpresa que espero sea grata. En esta ocasión no he venido sólo. Me gustaría que conociérais a un hombre único. Si me lo permitís, voy a buscarlo inmediatamente.
TODAS.-
¡Sí, por favor, hacedle entrar enseguida! (Sale Trissotin.)
BOLINGA.-
¡El corazón me hace intuir que no olvidaremos nunca esta velada!
EPILOGO
(Extraido de
El Impromptus de Versalles,
de Molière.)
(Climena y Elisa irrumpen entre el público. Mientras hablan el escenario se va oscureciendo. Los personajes de la comedia desaparecen en la penumbra y de ella sale un hombre delgado, vestido con unos pantalones de cuero negro y una camisa blanca, fumando un cigarro. Lee El Pais.)
CLIMENA.-
¡Qué vergüenza! ¡Qué sátira más cruel e injusta! ¡Qué retrato más distorsionado de la sabiduría y la belleza y de las personas que sabemos valorar el talento artístico!
ELISA.-
Eso es… ¡Qué vergüenza! Y yo que lo encontraba gracioso. Ahora veo que se refiere a nosotras…
HOMBRE.-
(Habla al comienzo sin levantar los ojos de el periódico El Pais. Perece como si los estuviera leyendo.) «Estáis locas al querer apropiaros esa clase de cosas… El otro día decía Molière que nada le contrariaba tanto como que le acusaran de copiar a alguien en su retrato; que su intención era describir las costumbres sin querer rozar las personas, y que todos los personajes que representa son personajes ficticios, fantasmas propiamente dichos, que él viste a su antojo para divertir a los espectadores…»
(Climena y Elisa están desconcertadas y no saben qué decirse… Después de un rato, Elisa se atreve a decir:)
ELISA.-
A fe mía caballero, que queréis disculpar a Molière…
CLIMENA.-
¿Y no os parece, caballero, que Molière está agotado y que no encontrará tema para…?
(El Hombre levanta los ojos de los papeles. Y lentamente se dirige hacia donde están las dos mujeres.)
HOMBRE.-
¿Que no encontrará tema… Mi querida, señora, siempre le proporcionaremos el suficiente. ¿Cree usted que ha agotado en sus comedias toda la ridiculez de los humanos? ¿No tiene suficiente materia para escribir de aquellos que fingen ser nuestros amigos y en cuanto nos damos la espalda nos despedazan sin piedad? ¿No tiene a esos que se enriquecen a costa de la buena fé de los demás? Son sólo dos ejemplos que ilustran bien a las claras que la maldad, la envidia y la estupidez de los seres humanos van atravesando las generaciones y abriéndose paso a codazos a través de los tiempos… (Dirigiéndose al público de una forma cómplice). Me he dado una vuelta por ahí… He visto la televisión… He leído los periódicos… Ahora entiendo porqué me han convocado los chicos y chicas de Segundo…
FIN