Este artículo apareció en el Suplemento Artes & Letras de Heraldo de Aragón, el 22 de Septiembre de 2011
Hay dos maneras de enfocar la gestión de la cultura: poniendo el acento en que la población se convierta en agente protagonista activo y creador, o relegarla a que sea consumidora, en el mejor de los casos, de excelencias, y en el peor, de mamarrachadas.
Cuando el Centro Dramático de Aragón ensayaba “Morir cuerdo y vivir loco”, Fernando Fernán Gómez me decía muchas veces, entusiasmado, que los actores aragoneses le parecían magníficos, coincidiendo en esta apreciación a lo que en alguna otra ocasión les he oído decir a José Luis Gómez, Josep María Flotats o Albert Boadella. Pues bien, de las aulas de la EscuelaMunicipalde Teatro han salido la mayoría de esos actores y actrices, y, sin embargo, a pesar de que sus resultados son incontestables, está ahí, en una especie de limbo, sin dar el paso definitivo hacia su oficialización, a diferencia de otras que nacieron en España a comienzos de los ochenta. En varias ocasiones el Ayuntamiento pareció dispuesto a cederla a la DGApara que se convirtiera en oficial, pero la DGAno lo consideró oportuno. Cuando el Gobierno autónomo manifestó su interés, el Ayuntamiento no quiso soltarla. Este curioso coitus interruptus se ha repetido varias veces, al albur de las relaciones de amor/odio (político) entre ambas instituciones.
La crisis económica está destapando las vergüenzas de todos los agentes que han intervenido en el hecho cultural, incluidos los propios técnicos culturales y los artistas: derroches absurdos, favoritismos, creación de redes clientelares, etc. Según la óptica con que el problema se mire, esa crisis es la perfecta coartada que algunos esgrimen para poner en cuarentena los logros culturales de los últimos años. Curiosamente, en tiempos de bonanza la cultura llegó a ser la vitola de algunas instituciones que vieron en ella un magnífico escaparate propagandístico. Pero en tiempos de crisis, por el contrario, es donde primero se recorta, sin que la población parezca preocuparse demasiado por ello.
En mi opinión, la crisis tendríamos que aprovecharla como lección y, en consecuencia, para decidir, de una vez por todas, optimizar los recursos, coordinar las gestiones y establecer prioridades. Hay que subvencionar la cultura, porque la cultura es calidad de vida, hondura de vida, hasta sentido mismo de vida, pero subvencionarla de una forma inteligente, responsable y útil para la sociedad. Hay que mantener y mejorar las estructuras culturales, especialmente las formativas, porque son la garantía de que la población no será solo una masa de meros consumidores pasivos, sino que tendrán acceso a la propia creación cultural. Una comunidad que pretende afianzar sus propias señas de identidad, que valora su propio patrimonio y pretende incrementarlo, debe favorecer la estabilidad y el desarrollo de los centros en donde esto se hace posible.
Por eso, es el mejor momento para sacar ala Escuelade Teatro de ese lugar en donde la desidia y la fatalidad política la han colocado, a pesar del ejemplar trabajo diario que en sus aulas se produce. En ese esfuerzo de racionalidad política, hay que invertir en lo que verdaderamente representan caminos transitables de futuro. Como ha demostrado serla Escuela Municipalde Teatro de Zaragoza en el campo de las artes escénicas de Aragón.