(Artículo publicado en Heraldo de Aragón el 26 de Enero de 2012)
En 1985 los profesionales del teatro en Aragón contribuimos eficazmente a cargarnos el primer Centro Dramático de Aragón (CDA) diseñado por Mariano Anós. El director que habían pensado no nos gustaba y se armó tal ruido mediático que no solo nos lo cargamos a él, que se largó con el rabo entre las piernas, sino también a la institución naciente. Fue una lección, pero una lección que, ahora lo sabemos, no sirvió para nada.
Dieciséis años más tarde, las circunstancias y el aliento político de Javier Callizo me pusieron delante la posibilidad de inventarme el segundo CDA y lo hice con un enorme entusiasmo. Durante meses estudié modelos y entendí tres cosas: que un teatro público debe ser el buque insignia del teatro en general, tanto público como privado; que se define por sus producciones propias, y se complementa con sus coproducciones, sus cursos para profesionales y sus iniciativas para perpetuar la memoria; por último, que su estructura interna debe ser lo más autónoma posible, tanto para preservar su personalidad artística como la agilidad de su gestión administrativa.
En poco tiempo hicimos muchas cosas: producciones, coproducciones, cursos, publicaciones. Contratamos a profesionales internacionales y locales, y se dio trabajo, en unas condiciones impensables hasta entonces, a un número estimable de actores y actrices aragoneses que dejaron constancia de un talento y una preparación excelentes. Sin duda, hubiéramos realizado más actuaciones y rentabilizado mejor los gastos de producción, si hubiéramos contado con una sede en Zaragoza –el Fleta era nuestro horizonte-, y si algunos programadores españoles no se hubieran sumado a un boicot evidente, diseñado por aquí cerca.
El Premio Max que conseguimos en 2005 pareció que nos consolidaba, pero duró poco esa ilusión. Juanjo Vázquez me dijo unas semanas más tarde con total claridad: “Paco, se acabaron los estrenos en el María Guerrero… Hay que hacer un CDA para Aragón…” No entendí muy bien el mensaje pero comprendí que no aceptaban la herencia que el PAR y Callizo les habían dejado y había empezado el proceso de desmantelamiento. Habían cedido finalmente a la presión de algunas voces que venían repitiendo que el CDA era para ellos una competencia desleal. Y para desmantelarlo pusieron a una persona que se había manifestado abiertamente en contra de su creación, añadiendo, además, que nunca le había gustado el teatro. Estupendo currículum.
Para legitimar su destrozo este señor tuvo que imaginar que “su teatro” era un lujoso cochazo y que los actores eran simples cadáveres en la cuneta… Consecuentemente, aceptó que le rebajaran el presupuesto -¿para qué quería el dinero en realidad si no quería producir nada?-, y comenzó a repartir lo poco que tenía y a crear planes de movilidad para inmovilizarlo, e insípidas redes, tan baratas como inútiles, para conducirlo… a ninguna parte.
Por eso, en todo ese doloroso proceso, me parece inexplicable que un proyecto que expresaba sin vacilaciones su pretensión de estimular la creatividad y el talento de los profesionales de esta tierra, mejorar sus expectativas, dignificar su propia condición laboral, elevar el listón de la calidad de sus productos, crear en definitiva señas de identidad cultural en nuestra tierra, haya tenido tan escasa defensa entre estos mismos profesionales y sus asociaciones representativas. Puesto que esto del cierre del CDA se veía venir, ¿no habría que haberlo defendido con uñas y dientes aunque la gestión concreta de sus dirigentes, incluida la mía, no fuera del agrado de algunos?
Resultado: por segunda vez hemos sido incapaces de mantener y defender una estructura de teatro público en Aragón. Eso es grave, pero las consecuencias pueden ser todavía peores. Como decía al principio, este modelo de CDA estaba diseñado también para proteger el hecho teatral en sí, incluyendo al teatro privado. El riesgo ahora es que después de desaparecer el primero, desaparezca también el segundo.
Paco Ortega