Archivo de junio 2013

Javier Tomeo (Quicena (Huesca)1932- (Barcelona), 2013): otra muerte más

junio 22, 2013
Félix Prader, en primer término, y Javier Tomeo, desde el balcón del Centro Dramático de Aragón.

Félix Prader, en primer término, y Javier Tomeo, desde el balcón del Centro Dramático de Aragón.

Justo cuando estaba en un momento en el que leía sus novelas con auténtica pasión, le conocí en la Braserie Fló, de Barcelona. Alí estábamos Joan Ollé, Marcos Ordóñez, Rosa Lasierra, María Guillem y yo. Tomeo llegó a los postres –a los profiteroles, para ser exactos-, y recuerdo que le preguntamos cómo se había aclarado para escribir una de sus novelas –“Patio de Butacas-“, que se desarrolla, como su propio nombre indica, en la sala de un teatro en el que, al más puro estilo kafkiano, había más acomodadores que espectadores y en donde se cometió un crimen, creo recordar que en uno de los oscuros entre acto y acto. “Muy fácil”, nos dijo Tomeo, arrojando sobre el mantel inmaculado un montón de pequeños rotuladores de colores que sacó del bolsillo interior de su enorme chaqueta azul. Cada uno de ellos era el que le correspondía a cada personaje de la novela… Los estudios de criminología de Javier le sugerían y propiciaban este tipo de métodos a la hora de escribir sus obras que siempre tenían un tufillo siniestro, humorístico, inequívocamente autobiográfico…

 

Cuando eso ocurrió, un 30 de Diciembre gélido de 1991 en el que se hablaba mucho, y con una gran sorpresa sobre la desaparición de lo que habíamos conocido siempre como la URSS, y que precedió a escala doméstica al único fin de año de mi vida que me pasé entre antibióticos y sopores, sin enterarme  del cambio de año, Tomeo ya era para su propia sorpresa el escritor español más representado en todo el mundo, mucho más que Lorca o Valle Inclán. ¡Escritor teatral…!, siendo que nunca se le había ocurrido escribir específicamente para el teatro. Su “Amado monstruo” en el Teatro National de la Colline, de París, había sido su extraordinaria presentación internacional, título al que siguieron otros, no menos exitosos, como su “Diálogo en re mayor”, que tuvo una gran repercusión en la sala pequeña del Teatro Odeon, en Alemania y, posteriormente, en Barcelona. Por eso, este oscense de Quicena se codeaba con los grandes de la dirección escénica, y sus novelas –habitualmente monólogos-eran minuciosamente leídos por los que proponen los repertorios de los teatros más importantes del mundo.

 

Cuando años más tarde en Zaragoza, Juan Bolea, entonces concejal de cultura, organizó una semana en su homenaje con la intención subterránea de solicitar para él el Premio Nobel de Literatura, a mí se me pidió que me hiciera cargo de un texto, tampoco inicialmente pensado para el teatro, llamado “Bestiario”, que contaba las pequeñas vidas de unos bichos que, sin duda, nos representaban bien, a los bichos más grandes, es decir a nosotros, los seres humanos. Recuerdo los ensayos y, en general, todo el proceso, con un cariño muy especial. Se estrenó en Abril de 1999 y lo hice con gusto porque conté desde el primer instante con su asesoramiento y complicidad, y porque en la aventura estuvieron amigos como Cristina Yáñez, Alfonso Desentre, Cristina de Inza, Blanca Carvajal, Carlos Vega, Pilar Doce, José Luis Esteban que sustituyó a Mariano Anós y muchos otros actores y actrices que lucieron un magnífico trabajo, Elegí el hall del Teatro Principal, creando un espacio cuadrangular para unos doscientos espectadores, y sé que a Javier le encantó el montaje, que, a través de su consejo y de su ayuda, volvió a repetirse en Junio de 2000, nada menos que en el Palau Maricel, de Sitges, dentro de su famoso festival de teatro.

 

Palau Maricel

Palau Maricel

El siguiente capítulo en nuestras vidas tuvo lugar al comienzo de la andadura del Centro Dramático de Aragón. Yo quería empezar con un texto suyo y él me propuso “La agonía de Proserpina”, pero la agenda de Félix Prader, el director que él había elegido por haberle montado un texto suyo en la Comedie Française, hizo imposible esta posibilidad, siendo finalmente Ricardo III, el que diera el pistoletazo de salida a una aventura que Javier entendió a la perfección y apoyó con verdadero entusiasmo. El CDA tenía esa voluntad, que solo la miopía o la mala fe, podían malinterpretar: estrenar autores aragoneses de proyección universal, contar con los mejores profesionales de nuestra tierra (escritores, actores, técnicos, etc), y solicitar la participación de profesionales que, como Prader, estuvieran situados en primera línea de la creación europea.

 

Los ensayos comenzaron en París, después de unos días de casting en el Teatro de la Estación, en el que terminaron siendo elegidos Beatriz Ortega y Balbino Lacosta. En esa ciudad intimamos un poco más, y será inolvidable para mí la noche en el que en un restaurante cercano a la Plaza de la República, y en donde nos dejaron fumar porque éramos los últimos clientes, Javier Tomeo y la musa polaca de Fassbinderr, Hanna Schigulla, se arrancaron a cantar canciones, coplas y duetos inverosímiles, que a todos los que allí estábamos nos hicieron vibrar de emoción.

Balbino Lacosta y Beatriz Ortega

Balbino Lacosta y Beatriz Ortega

 

Tras el estreno en el Teatro de la Abadía, de Madrid, y en el Teatro Principal de Zaragoza, y algunas otras actuaciones, el montaje para el que Gregorio Germes hizo una bellísima iluminación, dejó de hacerse y empezamos a meternos en otros proyectos. De todos modos, Javier siempre que venía a Zaragoza, solía visitarme en la oficina que el CDA tenía en el Paseo de la Independencia, después de saludar muy cariñosamente a Olga Herreros, Juncal Aparisi, Ana Muñoz y Pepa Marteles y soñábamos nuevos proyectos que nunca llegaron a ponerse en marcha.

 

Siento una profunda tristeza en este día en el que soy consciente de que ya no compartiré con Javier ninguna de esas comidas en las que el jamón y el ternasco eran el centro, sin que la bondad de uno u otro, eclipsaran la inteligencia, la bonhomía y la enorme sabiduría de este inmenso hombre al que tanto le gustaron las mujeres y tan solo se debió de sentir siempre.

 

Paco Ortega