EL CUERPO
El alma tiene mucho prestigio, sí. Pero nadie ha visto pasar un alma por la calle, a pesar del dicho, que confunde más que esclarece. El cuerpo parece una maldición, sí, pero estamos en contacto con cuerpos a todas las horas del día. Nietzsche decía: “El que está consciente y despierto dice: soy todo cuerpo, no hay nada fuera de él”.
Cuerpos bellos, feos, cuerpos estilizados, deformes, delgados, maltrechos, apetecibles, horrorosos.
Cuerpos que despiertan en otros cuerpos deseos inconfensables, (o confesables deseos), que nos excitan y nos repugnan; el cuerpo se deshace en fluidos, secreciones, excrementos, olores, y se concreta tanto en contornos monstruosos e intolerables como en formas apolíneas y perfectas.
¿Perfectas? ¿Perfectas ahora y no tan perfectas hace cien mil años? Porque nuestros cuerpos ahora son cuerpos inservibles, y seguramente feos, para vivir en una incierta y gélida prehistoria en donde el cuerpo era abrigo de sí mismo y, probablemente, de otros cuerpos ateridos… O en momentos en que el ser humano hubiera deseado descorporeizarse para no morir abrasado por un calor incomprensible que hacía desaparecer ante sus aterrados ojos especies animales, árboles y vegetaciones.
Poder y miseria del cuerpo: todo lo que tenemos. Porque el concepto cuerpo se entrecruza con otro: el del tiempo, con sus catástrofes, sus climas cambiantes, sus caprichosos patrones de belleza. El cuerpo es, ha sido, pues, muchos cuerpos.
Pero el cuerpo, con sus dolores, con sus mensajes, con sus gritos, ha estado ahí siempre, acompañando al ser humano en esta paradójica aventura que llamamos vivir. Ya lo decía el gran Quevedo: “Has de tratar el cuerpo no como quien vive con él, que es necedad, ni como quien vive por él, que es delito, sino como quien no puede vivir sin él”.
Paco Ortega
Director Artístico de Sin Fronteras Zaragoza 2014