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Declaración de amor entre La Señora de Blanco y El Caballero de Negro(O de cómo dos sencillos espectadores se convierten en personajes de teatro a fuerza de frecuentarlo mucho.)

mayo 22, 2009

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Dedicado a Ángel Anadón. 

(Ha terminado la representación de la escena de Don Juan. Antes de que el público aplauda, una mujer vestida de blanco, con cierto aire decimonónico, situada aproximadamente en la sexta fila, dice:)

 

La Señora de Blanco.- No, no se vaya usted, Don Juan. Antes de que lo haga, al menos quisiera ponerle como testigo de algo que durante toda la noche he querido decir, puesto que aquí no se ha dicho…

(Murmullos en la sala.)

No se preocupen, señoras y señores, autoridades, ilustres personajes e invitados que esta noche nos acompañan… Voy a ser muy breve y no es mi intención importunarles.

(Los personajes están tan sorprendidos como el mismo público. De entre las cajas aparecen además los que también han intervenido en escenas anteriores. Escuchan como siluetas al fondo del escenario.)

Yo, de niña, asistía a las representaciones de Don Juan Tenorio a las que me traían mis padres todos los años. Como verán soy mayor de edad, pero mantengo intacta mi pasión por el teatro y por esta magnífica obra de nuestra literatura dramática. Mis muchos años de espectadora me permiten, mejor dicho, me obligan a decir lo que quiero decir a continuación…

Don Juan.- (Adelantándose hasta proscenio.) Adelante.

La Señora de Blanco.- Esos señores que han evocado lo que han sido estos doscientos años de teatro en Zaragoza, han hablado, y muy bien por cierto, del justo reconocimiento que se les debe a los técnicos, a los actores, a los directores, a los cantantes, a los coreógrafos y bailarines, que han desarrollado su actividad entre estas paredes. Pero han tenido un olvido imperdonable…

Don Juan.- (Todavía más sorprendido) ¿Cuál, señora?

(Del fondo de la sala viene la voz de un caballero, vestido, en este caso, rigurosamente de negro. Anticipándose a la respuesta de la Señora de Negro:)

El Señor de Negro.- Se han olvidado del público.

Doña Inés.- (Adelantándose también.) ¿Cómo dice?

El Señor de Negro.- Lo que esa señora de negro quiere decir es que en este acto solemne se han olvidado de hablar… del público de Zaragoza. ¿No es así, señora?

La Señora de Blanco.- Así es, caballero.

 (En la relación entre ambos parece haber algo más que una mera coincidencia.)

El Señor de Negro.- Yo también asisto a las representaciones de este teatro desde muy joven. Me tengo, modestamente, por uno de los más fieles espectadores. He visto vaudebilles, dramas, ballets, operas, hasta experimentos vanguardistas, que algunas veces he comprendido y otras no tanto. Pero siempre, se haya tratado de un tipo de espectáculo o de otro, he visto lo mismo.

Don Juan.- ¿Y qué ha visto, caballero?

La Señora de Blanco.- (Anticipándose también al Señor de Negro:) Lo que este señor ha visto, sobre todo, y siempre, han sido seres humanos, a espectadores, sentados en estas butacas. Esos espectadores dejaron su sitio después a otros más jóvenes y éstos a otros todavía más jóvenes que ellos. El público ha sido una suma de voluntades, de inteligencias, de sensibilidades… Han sido corazones que aprendieron pronto a latir juntos pero sin hacer ruido, porque el silencio es una de las claves del lugar en donde estamos. Ha sido siempre generoso, en ocasiones exigente, pocas veces cruel y despiadado. Antes se mencionó a Ramón Gómez de la Serna. Quiero citar también una de sus frases: «El envidioso no aplaude porque le salen espinas en las palmas de las manos y se las clavaría si aplaudiese» El de este teatro ha aplaudido con gran pasión. (Dirigiéndose al público, especialmente el que ocupa los pisos superiores) Por eso, yo quisiera ahora proponerles a todos ustedes, si a Don Juan y a Doña Inés no les parece mal que les quitemos un poquito de protagonismo, que nos unamos en un aplauso que resuene como el mejor homenaje a quienes nos precedieron en respirar silenciosamente este aire mágico que ahora mismo respiramos.

(Aplauso general)

El señor de Negro.- (Enaltecido por el aplauso se ha colocado en mitad del pasillo central de la sala.) Entre ese público estaba la señora que dejaba su abrigo de pieles en guardarropía, aquel estudiante que se gastaba aquí todos sus ahorros y hasta le llegaba para comprarse una chocolatina, aquella pareja que entrelazaba sus manos cuando veía una escena de amor, ese carnicero que lloraba amargamente, nunca entendí porqué, cuando Segismundo se encerraba en sus profundas reflexiones, aquel crítico que se sentaba en la primera fila para paliar su sordera…, y nosotros, señora. Y puestos a decirlo todo esta noche del bicentenario, yo también voy a decir algo que no he dicho nunca y que me muero de ganas de decir… (Dirigiéndose a Don Juan, con máxima timidez) ¿Puedo?

Don Juan.- (Algo desconcertado) Naturalmente.

El Señor de Negro.- Mi fidelidad al teatro también ha tenido otra causa y ahora quiero desvelarla. Señora: cuando usted era una niña y penetraba en este recinto de la mano de sus padres, yo era también otro niño. Cuando usted aparecía, el espectáculo para mí pasaba a un segundo plano. Aquellas trenzas, aquel lacito azul… (Muy emocionado.) En fin… He seguido viniendo función tras función, año tras año, ocupando una butaca siempre detrás de la suya, para poder mirarla con discreción. Para poder verle al menos parte de la espalda, y ese peinado que le sienta tan bien. El teatro nos ha unido de una manera definitiva…

La Señora de Blanco.- (Después de una pausa) Caballero, no sé qué decirle. Algo me hacía intuir que detrás de mí había unos ojos que me prestaban una inmerecida atención… A veces incluso me volví, notando en mi nuca un aliento cálido que me desconcertaba… (Sobreponiéndose a la emoción.) Ahora nuestro secreto ya no es tal. Somos, caballero, como una versión zaragozana de Romeo y Julieta, ¿no le parece? Como dos personajes de teatro…

(Todos, incluidos los personajes del escenario se quedan francamente pensativos.)

El Señor de Negro.- ¿Y ahora qué podemos hacer?

La Señora de Blanco.- Lo que usted estime oportuno…

Don Juan.- (Adelantándose.) Señora, caballero… Si me permiten, quisiera decirles algo. A lo largo de mis muchos años presentándome en los principales teatros del mundo, no había visto ni oído nada parecido. Alguna vez he sentido la tentación de quitarme este vestido y bajarme de estas tablas, a disfrutar del sencillo calor de una casa, de una familia… Sé de otros personajes que también les hubiera encantado dejar de serlo y convertirse en público normal, y perdonen esta expresión. Pero los personajes de teatro no tenemos la posibilidad de dar ese paso porque pertenecemos ya a los sueños de muchas generaciones. Lo que no había conocido directamente es el caso de unos espectadores que tan claramente como ustedes sean ya, quieran o no serlo, personajes de teatro. ¡Ah, si les hubiera conocido Pirandello qué obra más magnífica hubiera escrito!. Yo, modestamente, lo único que puedo hacer es brindarles la posibilidad de que suban aquí y se confundan con todos nosotros. Tal vez arriba del escenario les sea más fácil decirse lo que tanto tiempo han callado aunque ambos habían intuido. El teatro también tiene esa virtud de unir. En este caso de unir el patio de butacas y el propio escenario. Suban, pues, si les place… Aunque les advierto que… si lo hacen… regresar abajo les será completamente imposible. (Les tiende la mano.)

(Después de vacilar unos instantes, el Señor de Blanco atraviesa el patio de butacas y va a buscar a la Señora de Negro. Ambos se dirigen hacia el escenario y suben por la escalera. Allí les está esperando Don Juan y el resto de los personajes que han intervenido en esta Gala Conmemorativa del Bicentenario del Teatro Principal de Zaragoza. Todos se funden en un emocionado abrazo. Se escucha esa música que todos quisiéramos escuchar en un momento como éste. Lentamente cae el

TELON

 

Textos de la segunda parte de la Gala del Bicentenario del Teatro Principal de Zaragoza

mayo 22, 2009

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Primer Texto (Leído por Benito de Ramón)

 En la primera parte de nuestro espectáculo José Luis Pellicena nos leyó una Loa, escrita por él mismo, en recuerdo de la que abrió la ceremonia de inauguración de este teatro. En la misma, en aquella noche de Agosto de 1799, también se leyeron unos sonetos de autores diversos y desconocidos.

 Los usos poéticos de nuestro país han cambiado desde entonces, qué duda cabe. Pero hay poetas que, nacidos y muertos en este periodo de tiempo, serán recordados en el interior del selecto club de los clásicos, leídos y disfrutados como lo serán siempre Gonzalo de Berceo, el Arcipreste de Hita, Fray Luis de León o Garcilaso de la Vega.

 Uno de ellos es Rafael Alberti, autor de Marinero en Tierra, Sobre los Angeles y de tantos libros memorables. Rafael también escribió para el teatro. Es oportuno recordar que en varias ocasiones el escenario del Principal acogió algunas de sus obras: El hombre deshabitado, El Trébol florido, El adefesio, etc.

 La muerte del poeta hace unas semanas y la presencia en este acto de su gran amigo José Luis Pellicena nos han parecido argumentos suficientes como para trastocar levemente el orden de esta segunda parte incluyendo una breve escena en la que el actor aportará su cálida voz a lo que quiere ser un homenaje en esta noche al inolvidable poeta de los largos cabellos, cuyas cenizas flotan ahora mismo sobre el agua plateada de su querida bahía de Cádiz.

 

Segundo texto. (Leído por Santiago Meléndez)

El Teatro Principal ha sido un espacio en donde se estrenaron las producciones más importantes del teatro aragonés. En esa medida ha contribuido a afianzar a nuestras compañías, de modo especial desde los tiempos no demasiado lejanos del Teatro de Cámara de Zaragoza hasta los actuales en los que se abre paso un inequívoco concepto de la profesionalidad en nuestros directores, actores y demás creadores de la escena.

 De aquel Teatro de Cámara surgieron algunos nombres imprescindibles de la escena aragonesa y nacional: Mariano Cariñena, Juan Antonio Hormigón, Rosa Vicente, María José Moreno, Eduardo González, Angela Domingo, Javier Anós, Mariano Anós, Pilar Laveaga, Juancho Graell y otros.

 Después, El Teatro Estable, el Teatro de la Ribera, El Teatro del Temple, El Silbo Vulnerado, El Nuevo Teatro de Aragón, El Teatro del Alba, La Rueda Teatro, Tántalo, El Teatro Imaginario, y otros, quedaron aquí citados en numerosas ocasiones con el público de su ciudad.

 Por otra parte, el Principal nunca fue una isla desierta. Siempre estuvo acompañado.

 Junto a él existieron otros que complementaron la oferta teatral en esta ciudad. La mayoría de ellos desaparecieron con el tiempo. Pero ahí están sus nombres: Parisiana, Circo, Argensola, Pignatelli y algunos otros.

 Nunca deberíamos olvidarlos porque también contribuyeron a hacer nuestras vidas más felices.

 En la actualidad, junto al Teatro del Mercado, existen dos salas con programación permanente, organizadas y dirigidas desde la iniciativa privada.

 Ese es su mérito, esa es su grandeza y en una noche como ésta convendría que valoráramos como se merecen este tipo de esfuerzos, que se hacen no sólo por amor, no cabe duda, pero que no pueden explicarse sin él.

 El Teatro Arbolé desde hace más de diez años programa teatro para niños, con especial dedicación a la utilización de las marionetas. El Teatro de la Estación, de nacimiento más reciente, se dirige preferentemente a un público de adultos intercalando en su repertorio obras de diferentes estilos y épocas.

 Interpretado por Cristina Yáñez, una de las actrices de su compañía titular, y dirigido por Rafael Campos, veremos un fragmento extraido de obras de Darío Fo y Franca Rame, autores muy queridos en esa casa.

 

Tercer Texto (Leído por Gabriel Latorre)

 El escenario de este teatro ha estado abierto, a lo largo de estos doscientos años, a todo tipo de manifestaciones artísticas.

 Por esa razón han tenido cabida también en él aquellas que se interrogaban a sí mismas e interrogaban al espectador sobre las propias claves de la creación teatral.

 Dicho de otro modo: aquí también se han visto propuestas audaces, rompedoras, sorprendentes, incomprendidas incluso en algunas ocasiones.

 El teatro ha cambiado, como nosotros hemos ido cambiando.

 Algunos espectáculos que produjeron sorpresa inicial en nuestro público, e incluso su rechazo más extemporáneo, en realidad estaban abriendo sus ojos a manifestaciones y estilos que después fueron aceptados sin problemas.

 Aquí se escuchó muy pronto a Lorca, a Genet, a Beckett, a Ionesco, a Arrabal, a Bertold Brecht, entre tantos otros autores.

 El Living Theatre y Tadeusz Kantor, por poner sólo dos ejemplos ilustres, mostraron algunas de las creaciones que marcaron un antes y un después en la escena mundial.

 La danza y la música contemporáneas tuvieron también su espacio y encontraron también a quien quiso reconfortarse con ellas.

 Por eso, esta noche hemos querido comenzar la segunda parte de nuestra gala, presentando el trabajo de un actor aragonés, vinculado a muchos proyectos renovadores. Mariano Anós dirige y escribe teatro, pinta y enseña. Resume, por tanto, en sí mismo, muchos aspectos de lo que conocemos como artista de nuestros días.

 Shakespeare y Heiner Müller le sirvieron para crear este Hamlet o no que nos aprestamos a ver y a escuchar a continuación

 

 CuartoTexto. (Leído por Pilar Laveaga)

 Durante muchos años Don Juan y Doña Inés se presentaban a su cita novembrina, como diría el poeta Miguel Labordeta.

 A veces los tiempos cambian para mal, no cabe duda, y ya no es tan frecuente verlos ni escucharlos declararse ese trágico amor que a la postre les arrastrará indefectiblemente hacia el abismo.

 José Zorrilla escribió un texto que bien podríamos encuadrarlo entre los que mejor definen nuestras costumbres, nuestra idiosinsicrasia y nuestras contradicciones como pueblo. Es decir, como un clásico.

 ¿Porqué no pedir un deseo en esta noche del bicentenario? Por ejemplo que nuestros clásicos no se conviertan en piezas de museo, en un tesoro apolillado. Que sirvan, por el contrario, para revitalizar nuestra escena, para estimular a nuestros directores.

 Que la grandeza que encierran no se convierta sólo en  alimento de eruditos y de especialistas.

 Que no tenga más tiempo razón Louis Jouvet cuando se extrañaba, allá por los años cuarenta, de que los franceses, con un puñado muy reducido de obras de Racine, Corneille y Molière, hubiesen creado un verdadero teatro nacional, mientras que los españoles, con ese abrumador número de textos, algunos de una asombrosa belleza, firmados por Lope, Tirso, Calderón y otros, lo que hemos construido es un problema sin solución.

 Busquemos esa solución continuando los pasos de Margarita Xirgú, de Cipriano Rivas Cherif, Federico García Lorca, apoyando iniciativas privadas e institucionales, leyéndolos, asistiendo a sus representaciones

 Con este deseo, sin duda, tres actores aragoneses nos presentan, para acabar, dos fragmentos del Don Juan Tenorio, de José Zorrilla.

Textos de la primera parte de la Gala del Bicentenario del Teatro Principal de Zaragoza

mayo 22, 2009

Teatro Principal

Teatro Principal

(Estos textos fueron leidos por el actor Joaquín Murillo)

Primer Texto.

El olor, el aire de los viejos teatros…

Ramón Gómez de la Serna decía que «al levantarse el telón viene del escenario un viento frio, como del otro mundo, del mundo de la inmortalidad de los grandes repertorios…»

Tantos aplausos, tantas emociones vividas aquí arriba y provocadas ahí abajo.

El público y los artistas, unidos en una especie de fuego que les calienta sin quemar, que les da vida de una u otra manera.

Conmemoramos hoy los doscientos años de la existencia de este teatro. En realidad celebramos la existencia de un espacio de sosiego en mitad de los afanes de una ciudad que se ha ido transformando al compás de la vertiginosa lentitud de la Historia.

El edificio también ha ido cambiando, reformándose, adaptándose a los tiempos. Un pavoroso incendio, sucedido el 12 de Noviembre de 1778, acabó con la vida de setenta y siete personas y destruyó el edificio de la Casa de Comedias, situado enfrente de donde actualmente nos encontramos. Aquel lamentable suceso provocó una inmensa conmoción. El Rey, a propuesta del Ayuntamiento y con la aquiescencia de la mayoría de la población, prohibió la actividad teatral, que siguió realizándose, a pesar de todo, en determinados círculos privados, de forma sigilosa y clandestina.

El teatro fue durante un tiempo sinónimo de sufrimiento y destrucción…

Pero a las seis de la tarde del 25 de Agosto de 1799 dió comienzo el acto de inauguración. La nueva Casa de Farsas, aunque todavía con carácter provisional, se presentaba ante los zaragozanos que la abarrotaban. El nuevo edificio era el resultado de muchos esfuerzos personales y colectivos. El propio Conde Aranda, y el Marqués de Ayerbe, fueron dos de las muchas personas que lucharon para que nuestra ciudad volviera a contar con un lugar adecuado para albergar actividades escénicas.

Según cuentan las crónicas, a aquella sesión de inauguración asistieron el Ayuntamiento en Pleno, el Capitán general, los  representantes de la Real Audiencia, de la Universidad, y otras muchas personas, con especial mención de multitud de estudiantes. Durante la misma se cantó una tonadilla que, sin duda, serviría para rebajar el grado de solemnidad de la ceremonia y aligerar la atmósfera entre los asistentes…

Con ese mismo deseo, nos ha parecido muy oportuno que sea la cantante Carmen París quien oficie de conductora musical en la primera parte de este espectáculo, que quiere ser también un emocionado homenaje a aquellos artistas y operarios que restablecieron la normalidad escénica de la ciudad el día en que se celebraba también el santo de la Reina María Luisa.

Pero, atención… Empezó el acto -no podía ser de otra forma-, con la lectura de una Loa…

El gran actor José Luis Pellicena, hijo predilecto de Zaragoza, ha escrito la de esta noche -igualmente alusiva- para todos nosotros.

 Escuchémosle.

 

Segundo Texto.

El telón que ahora mismo desciende fue presentado ante la sociedad zaragozana la noche del sábado 29 de Septiembre de 1877, entre el primer y el segundo acto del drama de Echegaray O locura o santidad.

El autor de este hermoso telón, que ya desde entonces nos acompaña, es el pintor Marcelino de Unceta, excelente dibujante y frecuente colaborador de esta sala durante aquellos años, como autor de diversos decorados. Antes que éste habían estado colgados los realizados por Ramón Urquizu, Cristóbal Garrigo, Vicente García de Vera y Mariano Pescador.

El telón representa el Templo de la Fama. En el centro, una figura femenina encarna la Inmortalidad, acompañada de la Tragedia y la Comedia. En el lado izquierdo están representados insignes autores de nuestro teatro: el Duque de Rivas, Calderón, Cervantes, Lope de Vega, y otros. Una de esas figuras, la de Juan Ruiz de Alarcón, parece que en realidad representa al propio pintor, que quiso aparecer en su obra, aunque con cierta discreción. A la derecha, constatamos la presencia de actores y actrices de gran renombre. Ahí están, entre otros, Julián Romea, Emilio Mario, Matilde Díez, y nuestra querida Teodora Lamadrid.

(El presentador se queda callado. Se dirige hacia el centro del telón, dando la espalda al público durante unos instantes. Al poco, regresa a su lugar. A modo de disculpa, dice:)

 «Ustedes disculpen. Me había parecido ver también a Pilar Delgado…»

 Cuando este telón fue presentado, la Casa de Farsas había sido ya objeto de sucesivas reformas. Lo que en su día se había planteado como algo relativamente provisional, comenzaba, gracias a ellas, a consolidarse.

 La actividad escénica había sido continuada. Zarzuela, óperas italianas, muy del gusto de la época, y teatro, se habían presentado gracias a la iniciativa de un puñado de empresarios a quienes el Ayuntamiento fue alquilando la sala. Ni que decir tiene que más de uno tuvo problemas para pagar los salarios.

 A lo largo de estos doscientos años pisaron las tablas del Teatro Principal todos los grandes actores españoles. Algunos de ellos se encuentran esta noche con nosotros. El eco de las voces de muchos otros, ya desaparecidos, los gestos de sus rostros, la expresión de esos cuerpos que prestaron tantas veces a los personajes más emblemáticos de la historia del teatro, flotan todavía en el aire y en nuestro recuerdo.

 (Confidencialmente.) Un vigilante nocturno creyó ver juntos sobre este escenario, en una alucinante madrugada, a Margarita Xirgú, María Guerrero, Pepe Bódalo, Isidoro Maíquez, José María Rodero, Lola Membrives, Catalina Bárcena, Enrique Borrás, Aurora Redondo, Rosario Pino, Luis Prendes, y algunos más que no supo reconocer… Por lo visto, ensayaban, a las ordenes de José Luis Alonso, un nuevo texto de Enrique Jardiel Poncela, de Miguel Mihura o de Alejandro Casona. Esto último nunca lo precisó con total certeza…

 La noche del estreno de la Casa de Farsas, la compañía de comedias de Francisco Garcilaso, bastante más modesta que la citada anteriormente, representó para la ocasión el sainte de Ramón de la Cruz, titulado El Careo de los majos.

 Hoy será Cervantes, uno de los autores más representados, quien contribuirá con su palabra, levantada del libro por siete magníficos actores zaragozanos, a homenajear a cuantos actores, autores, directores, escenógrafos, y figurinistas, hicieron posible que el teatro en Zaragoza haya sido, durante estos dos largos siglos, una realidad ininterrumpida y arraigada.

 Veamos, por tanto, El Viejo celoso.

 

Tercer texto.

 La música, la ópera -como privilegiado lugar de encuentro entre ésta y el teatro-, y la danza, tuvieron aquí su espacio privilegiado.

 La música en todas sus manifestaciones. Desde la más culta a la más popular y cercana. Monserrat Caballé y Raquel Meller, Alfredo Kraus y Concha Piquer, Maurice Ravel y Joaquín Sabina, Pilar Bayona y Oscar Peterson, Luis Galve y Wim Mertens, son sólo diez nombres de los cientos que podríamos mencionar para demostrarlo.

 Y qué decir de la danza…

 Esta ciudad ha sido, sin duda, una de las que más estrellas internacionales ha dado a nuestro país. Victor Ullate, Cristina Miñana, Carmen Roche, Carmen de la Figuera, Ana Laguna, Arancha Argüelles, Trinidad Sevillano, Antonio Castilla, Margarita Barahona, Gonzalo García Portero y tantos otros, bailaron sobre estas tablas en infinidad de ocasiones recibiendo las mayores ovaciones. En algún caso hasta debutaron sobre ellas siendo apenas unos niños.

 El Teatro Principal se enorgullece profundamente de haber contribuido a impulsarlos hasta el lugar que ahora mismo ocupan.

 Y también de ser la sede material y espiritual del Ballet de Zaragoza, una institución afamada y aplaudida, que merece atención y apoyo para poder desarrollar su labor con la calma que requiere la consolidación de cualquier proyecto de primer nivel artístico.

 Todas estas realidades tienen un punto de encuentro. Una causa última.

 Pocas dudas podemos tener sobre su nombre. El milagro de la danza en Zaragoza se llama Lola… María de Avila, es una mujer excepcional a la que desde aquí y en esta noche no podemos menos que agradecerle ese esfuerzo tenaz y generoso.

 La tarde de la inauguración de este lugar Blasillo «El manchego», un artista muy querido por el público de aquel tiempo interpretó «El baile inglés». Los zaragozanos le aplaudieron a rabiar. Como ha quedado escrito, «su donaire, sus contoneos y su mímica» eran muy del agrado de nuestros predecesores.

 El Ballet de Zaragoza presenta a continuación «Anónima», coreografía de su actual responsable, Patsy Kuppe Matt.

 Sobre el escenario, la maravillosa bailarina zaragozana Elia Lozano, también acompañada al piano por el maestro Javier Laboreo.

 

Cuarto texto.

 Carmen Paris también es autora de esta Savia nueva con la que se ha despedido de todos nosotros.

 Y llegamos al final…

 En mayo de 1987 el arquitecto José Manuel Pérez Latorre presentó a los zaragozanos la última gran intervención sobre el edificio, culminando, hasta el momento presente, un largo recorrido de mejoras y ampliaciones. Algunas de las anteriores fueron las que se hicieron coincidiendo con la llegada a nuestra ciudad de Fernando VII, en 1828; las de 1858 y 1875; la de Ricardo Magadalena a finales de siglo; las de Regino Borobio y José Beltrán a finales de la guerra civil; y las que tuvieron lugar a finales de los años sesenta dirigidas por el arquitecto José Beltrán.

 Paralelamente, el teatro fue también modernizando sus instalaciones técnicas: desde las iniciales lámparas de aceite y las velas de sebo, para iluminar tanto los espectáculos mismos como el interior del edificio, se pasó en 1868 a la instalación de la luz de gas, y la eléctrica a partir de 1894.

 Hoy este teatro está equipado con los aparatos más sofisticados y modernos.

 Eso es importante, no cabe duda, puesto que el objetivo sigue siendo que la ciudad pueda albergar los mejores espectáculos nacionales y extranjeros, en unas condiciones técnicas adecuadas. Pero más importante es, sin duda, reconocer la capacidad, la experiencia y la entrega del personal que presta aquí su servicio. Acomodadores, técnicos de iluminación, tramoyistas, atrezzistas, utilleros, fueron y son los que, en definitiva, hacen posible ese milagro de la continuidad.

 No podemos olvidar que fue precisamente un tramoyista, Vicente Martínez, quien aplicó su sabiduría y su talento al primitivo proyecto de construcción de la Casa de Farsas, que fue el germen de donde ahora mismo nos encontramos. Gracias al trabajo abnegado de todos ellos, seres anónimos en su mayoría, los zaragozanos pudimos disfrutar de las actuaciones de personalidades tan reconocidas en sus respectivos ámbitos, como Rudolf Nureyev, la Argentinita, Giorgio Strehler, Pilar Lorengar, Alicia Alonso, Tete Montoliu, el bailarín Antonio, o la mismísima Sarah Bernhardt.

 Tampoco podemos olvidarnos de los empresarios y responsables de gestión y programación que este teatro ha tenido a lo largo de su historia. Casar Lapuente, Ramón Casas, Waldo González, Enrique Marín, Manuel Romeo, Tomás Gascón, Antonio Sierra, Manuel Reula, Pirula Ariza y otros, aportaron su energía y su imaginación, atravesando y superando, en demasiadas ocasiones, difíciles situaciones económicas.

 Y qué decir del último gran nombre de este teatro…

 Muchos de los que esta noche nos encontramos aquí asociamos indisolublemente el Teatro Principal al suyo propio: Angel Anadón.

 Parece como que el edificio y él hayan crecido y madurado juntos. Curiosamente ambos presentan, a la vez, un magnífico aspecto, cada vez más rejuvenecidos y vitales. Angel ha sido el alma del Teatro Principal de Zaragoza durante las últimas décadas y todos conocemos su irrefrenable y contagioso amor por esta casa y su capacidad de trabajar por ella, día y noche, siete días a la semana, año tras año. Es decir, durante toda una vida.

 Acabamos la primera parte de nuestro espectáculo. No hemos citado muchos nombres. Era imposible hacerlo al ser tan numerosa la nómina de artistas que por aquí han pasado.

 Queremos terminar presentando un breve trabajo escénico, brillante y original. La Compañía catalana Els Comedians, que durante estas últimas décadas han inaugurado o puesto el broche final a tantos acontecimientos históricos en diversas partes del mundo, incorporan a esta gala, como sólo ellos podrían hacerlo, una pincelada de magia y de creatividad.

 Atención… Su título es Zenit

Guión de la Gala del Bicentenario del Teatro Principal de Zaragoza (14 Diciembre 1999)

mayo 22, 2009

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Primera parte.

Recuerdo del Acto de Inauguración de La Casa de Farsas.

         1. Carmen Paris interpreta «Tiempos viejos» (Tango) (3′)

         2. Texto de introducción a la Gala del Bicentenario. (2′)

         3. Loa escrita e interpretada por José Luis Pellicena. (7′)

         4. Carmen Paris interpreta «Olé, catapum». (Tonadilla) (3′)

         5. Homenaje al teatro y a los actores. (3′)

         6. Entremes de El Viejo Celoso, de Cervantes (15′)

         7. Carmen Paris interpreta «La canción del lavadero».          (Adaptación del tema de «Nobleza baturra»). (3′)

         8. Homenaje a la Danza y la Música. (3′)

         9. Actuación del Ballet de Zaragoza. (5′)

         10. Carmen Paris interpreta «Savia nueva». (3′)

         11. Texto de despedida. (3′)

         12. Actuación de Els Comediants. (13′)

                                      (Duración aproximada: una hora y tres minutos)

Segunda parte.

         1. Introducción (1′)

         2.José Luis Pellicena recita a Rafael Alberti. (5′)

         3. Introducción (1′)

         4. El Teatro de la Estación presenta Ella dice…, de Darío Fo y Franca Rame. (8′)

         5. Introducción. (1′)

         6. Mariano Anós interpreta Hamlet o no, de William     Shakespeare-Heiner Müller. (10′)

         7 Introducción (1′)

         8. Fragmento de Don Juan Tenorio, de José Zorrilla. (8′)

         9. Homenaje al Público de Zaragoza. (7′)

                                                        (Duración aproximada: (52′)