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Palabras para Mariano

marzo 28, 2013

Estas palabras fueron escritas y leídas por mí en el homenaje a Mariano Cariñena que la Escuela Municipal de Teatro organizó en colaboración con el Teatro Principal de Zaragoza, ayer, día 27 de Marzo de 2013, a las siete y media de la tarde.

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Como no tengo muy claro poder hablar sin cortarme alguna vez por la emoción que siento en estos momentos, he decidido escribir estas líneas y trataré de leerlas de un tirón, lo más brevemente posible.

En primer lugar, gracias a todos y todas por venir a este homenaje a Mariano Cariñena que hemos organizado desde la Escuela Municipal de Teatro, en colaboración con el Teatro Principal.

Como podéis comprender, la noticia de la muerte de Mariano ha estallado como una bomba en el corazón de las personas que trabajamos con él durante tres largas décadas, compartiendo alegrías y tristezas, periodos de bonanza, como cuando inauguramos los locales en donde ahora nos hallamos, pero también periodos de incertidumbre, en los que vimos peligrar la propia existencia de la Escuela. Durante dieciocho largos años, Mariano nos ha dirigido en nuestro día a día, sin reblar ni un ápice en su ánimo, que siempre fue mucho y muy constante. Para nosotros su presencia sigue siendo una evidencia: las paredes de las aulas están pintadas del color que él eligió para conseguir un adecuado clima de trabajo, las estanterías de la biblioteca están exactamente iguales de accesibles y ordenadas, las encuadernaciones de algunos libros se mantienen exactamente de la misma manera, el cuadro del Don Juan, que a él se le ocurrió colocar en la escalera, sigue presidiendo nuestro subir a las aulas todas las mañanas, y tantos y tantos detalles que crearon y siguen creando un ambiente estimulante y acogedor, que subrayan ese aire de libertad y de felicidad compartida, que hemos disfrutado durante este largo e intenso periodo de nuestras vidas.

Ese ambiente se lo debemos a él en una enorme proporción, pero el ambiente no solo lo crean las cosas, los objetos o los colores. El ambiente, sobre todo, lo crean las personas, y, de modo especial, las personas con un carisma especial, como Miguel Garrido, el primer gran ausente, y como el propio Mariano.

Le debemos mucho. No hay palabras suficientes para expresar ese “debe” en nuestras vidas… Le debemos su constancia, su magisterio, su sentido inigualable del humor, su cercanía personal… Pero hoy quiero destacar especialmente la capacidad de Mariano para transformarse cada día, para no estar anclado en un lugar fijo e inamovible. Los que más tiempo llevamos en la Escuela, hemos contemplado, admirados, su propio proceso de transformación personal y artística. Aunque Mariano fue siempre fiel a una manera de comprender el hecho teatral, en sus múltiples facetas de director, dramaturgo, pedagogo, escenógrafo, e incluso de actor, esa fidelidad no le impidió comprender e incluso acercarse a otras maneras de entender estas cuestiones. En concreto,  a lo largo de sus treinta años de enseñante, fue transformando sutilmente su propio concepto de la interpretación, entendiendo de otra manera, y de forma profunda, paulatina y progresiva, que el actor era poseedor de un cuerpo, pero también de un tesoro interior de recuerdos, emociones y sentimientos. Desde un teatro más pictórico, muy influido por la filosofía y la praxis del Berliner Ensemble, y en particular de la teoría de su fundador, Bertold Brecht, Mariano pasó poco a poco a concebir un concepto teatral en el que el actor fue adquiriendo una diferente y mejor jerarquía, de índole más humana, más sensorial, más relevante, más verdadera, si se me permite la expresión. Y, en consecuencia, sus clases fueron también transformándose en aspectos teóricos y prácticos para conseguir que sus alumnos aprendieran a caminar hacia ese objetivo.

Mariano será siempre recordado por haber estado en los momentos fundacionales del teatro de Cámara y del Teatro Estable, por haber dirigido espectáculos increíblemente europeos en el contexto de una ciudad como ésta, con inequívoca tendencia a la mediocridad. Para mí es inolvidable el efecto que me produjo ver en el desaparecido Teatro Argensola, “El molinero de Sansoucci”, de Peter Hacks, y lo sitúo en mi memoria como la primera vez que me enfrenté conscientemente como espectador a lo que conocemos como puesta en escena. Es decir, un cruce de lenguajes ordenados por alguien para hacernos comprender un determinado mensaje. Ese alguien era él en un momento importante de su carrera y de su vida, cuando había empezado a madurar y cuando ya se adivinaba nítidamente en su trazo de artista una seguridad en la elección de los procedimientos y las decisiones estéticas. En esas compañías, y entre algunas personas que compartían su mismo aliento, y que hoy nos acompañan, como María José Moreno y Eduardo González y otros, ejerció un magisterio excepcional, dirigiendo espectáculos y diseñando escenografías, eligiendo un repertorio de incalculable valor cultural, en una Zaragoza franquista, aburrida y apolillada, pero, no nos olvidemos, en el contexto también de un país carente de libertad y de referencias, en donde a Brecht prácticamente solo lo conocía la policía, y de oídas.

Fue un pionero, pues, un iluminado, un estudioso, un precursor. Pero, como digo, no se quedó ahí. Evolucionó. Y lo hizo, me atrevería a decirlo, gracias a la Escuela, a su labor en el interior de las aulas, a su cercanía con los alumnos con los que trabajó. Porque la Escuela nos permitió a todos desde el principio, experimentar con las ideas, desentrañar el sentido profundo de los textos, crear espacios íntimos de comunicación entre alumnos y profesores, borrando en muchos momentos -los mejores momentos-, las distancias aparentes entre unos y otros.

En ese arte de derribar fronteras y crear espacios comunes Mariano es un ejemplo excepcional. No hay más que ver el número de exalumnos que hoy estáis aquí, y de las palabras de gratitud y de afecto que habéis pronunciado estos días, o habéis escrito en algunas redes sociales al enteraros de la noticia de su muerte.

Mariano, sé que hablando tan bien de ti, te estoy desobedeciendo. Pero no puedo evitarlo, porque tengo que decir en mi nombre, y en nombre de otros muchos, que te hemos querido inmensamente y que vamos a sentir tu ausencia, aunque la queramos revestir con presencias rellenas de poesía y de un sentimentalismo que cuando salgamos de este teatro que tanto amaste, será absolutamente inútil. No, hay que decirlo claro, como a ti te gustaba decir algunas cosas: esto que ha ocurrido es una gran putada, no hay nombre que la edulcore, tu muerte nos deja lamentablemente huérfanos.

Pero voy a obedecerte desde este momento. Como antes decía, tu vida fue siempre vivida en clave de libertad y de independencia de criterio. En este difícil momento de tu marcha, voy a intentar ser como tú, y pienso que, de este modo, te rindo de verdad un homenaje. Tu vida, tus ideas, tus textos, fueron siempre perlas de libertad. No te importaron las convenciones en el vestir, en el escribir o en el hablar. Fuiste siempre directo al grano. Tus pantalones de pana y tus botas con tierra pegada son mucho más que un descuido. Tus agujeritos en las camisas fueron siempre un signo de independencia. Algún imbécil puede interpretar como tosquedad tu manera de caminar por el mundo sin pizca de arrogancia ni engolamiento. Fuiste único en tu presencia, único en tu inteligencia, único en tu magisterio, único en tu extraordinaria y rotunda bonhomía.

Y por eso estamos aquí: para escucharte. Para escucharte decir lo que siempre nos dijiste, implícita o explícitamente. Que un país sin cultura no merece ser vivido. Que una ciudad sin instituciones que hagan crecer la sensibilidad de sus habitantes, no merece ser transitada. Que los tranvías sirven para que los ciudadanos se trasladen de un lugar a otro, pero que la cultura, la música, las artes y el teatro, sirven para que los ciudadanos sepan estar quietos consigo mismos, vivan mejor y más felices, y probablemente sean más críticos. Que la cultura finalmente es un derecho, y que hay que luchar contra quienes la hacen imposible, quienes la restringen, quienes la recortan. Y que en ese sentido, esta ciudad, esta comunidad autónoma, esta población, se merece una escuela superior de arte dramático. Que tal exigencia no es un capricho decorativo: que es una necesidad, en la medida que continúa una tradición, consolida un trabajo, afirma una tradición teatral, mantenida contra viento y marea.

Mira que hemos luchado… Mira que lo hemos intentado… Mira que hemos estado a punto… ¿Verdad, Mariano?

Tengo que ir terminando. No sé cómo hacerlo. El folio en blanco me atormenta y me precipita a buscar palabras para despedirme. No se me ocurre nada. Solo esto:

Adios, gracias, amigo, maestro. Tenías razón. No existe el cielo. O, mejor dicho, el cielo estaba donde estabas, y de alguna manera sigues estando. Entre tus libros. En tu espaciosa casa de la calle Costa. En tu juventud parisina. En tus inicios en el teatro. En el llanto de tu nieta. En la mirada de Marisol. En los diseños de Bucho. En tus clases de interpretación. En tus inagotables cartones de 46. En tus hilarios y en tus hombricas… En tu huerto. En tus botas de agricultor. En tus maquetas. En tus textos. En aquellas largas discusiones en el Colectivo de dirección de la Escuela de teatro. En la piscina en que te remojabas todos los veranos. En aquellos choricicos tan apetitosos. En la música de Hindemit. En las canciones socarronas de Brassens. En las interpretaciones de tu amigo González Uriol. En tus felicitaciones navideñas. En las horas pasadas con José Antonio Labordeta. En el inmenso amor a tus actores. En tu mirada nostálgica cuando regresabas a la escuela y decías muy bajito: “Lo importante, Paco, es que esto todavía sigue…”

En todo eso estaba tu cielo. En todo eso sigues estando.

Quiero acabar con unas palabras escritas por Laura Ariste, una alumna suya que las ha escrito en Facebook como un tributo de agradecimiento al que fue su maestro. Creo que ejemplifican muy bien el cariño que la mayoría de las personas que han asistido a sus clases han sentido por Mariano. Y creo que a él también le gustaría escucharlas:

Tu teatro, tus clases, tus perros, tu ceniza encima de los abrigos…

tus escenografías, tu generosidad, tu cachondeo socarrón e inteligente…

vives de tantas maneras en el corazón de tantos

que resulta imprudente decir que has muerto.
Fue él quien me dijo que la muerte es cuestión de estadística

y que las estadísticas siempre tienen un margen de error…

allí estas tú.

En el fallo de la probabilidad.

Un beso enorme.

Textos de la segunda parte de la Gala del Bicentenario del Teatro Principal de Zaragoza

mayo 22, 2009

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Primer Texto (Leído por Benito de Ramón)

 En la primera parte de nuestro espectáculo José Luis Pellicena nos leyó una Loa, escrita por él mismo, en recuerdo de la que abrió la ceremonia de inauguración de este teatro. En la misma, en aquella noche de Agosto de 1799, también se leyeron unos sonetos de autores diversos y desconocidos.

 Los usos poéticos de nuestro país han cambiado desde entonces, qué duda cabe. Pero hay poetas que, nacidos y muertos en este periodo de tiempo, serán recordados en el interior del selecto club de los clásicos, leídos y disfrutados como lo serán siempre Gonzalo de Berceo, el Arcipreste de Hita, Fray Luis de León o Garcilaso de la Vega.

 Uno de ellos es Rafael Alberti, autor de Marinero en Tierra, Sobre los Angeles y de tantos libros memorables. Rafael también escribió para el teatro. Es oportuno recordar que en varias ocasiones el escenario del Principal acogió algunas de sus obras: El hombre deshabitado, El Trébol florido, El adefesio, etc.

 La muerte del poeta hace unas semanas y la presencia en este acto de su gran amigo José Luis Pellicena nos han parecido argumentos suficientes como para trastocar levemente el orden de esta segunda parte incluyendo una breve escena en la que el actor aportará su cálida voz a lo que quiere ser un homenaje en esta noche al inolvidable poeta de los largos cabellos, cuyas cenizas flotan ahora mismo sobre el agua plateada de su querida bahía de Cádiz.

 

Segundo texto. (Leído por Santiago Meléndez)

El Teatro Principal ha sido un espacio en donde se estrenaron las producciones más importantes del teatro aragonés. En esa medida ha contribuido a afianzar a nuestras compañías, de modo especial desde los tiempos no demasiado lejanos del Teatro de Cámara de Zaragoza hasta los actuales en los que se abre paso un inequívoco concepto de la profesionalidad en nuestros directores, actores y demás creadores de la escena.

 De aquel Teatro de Cámara surgieron algunos nombres imprescindibles de la escena aragonesa y nacional: Mariano Cariñena, Juan Antonio Hormigón, Rosa Vicente, María José Moreno, Eduardo González, Angela Domingo, Javier Anós, Mariano Anós, Pilar Laveaga, Juancho Graell y otros.

 Después, El Teatro Estable, el Teatro de la Ribera, El Teatro del Temple, El Silbo Vulnerado, El Nuevo Teatro de Aragón, El Teatro del Alba, La Rueda Teatro, Tántalo, El Teatro Imaginario, y otros, quedaron aquí citados en numerosas ocasiones con el público de su ciudad.

 Por otra parte, el Principal nunca fue una isla desierta. Siempre estuvo acompañado.

 Junto a él existieron otros que complementaron la oferta teatral en esta ciudad. La mayoría de ellos desaparecieron con el tiempo. Pero ahí están sus nombres: Parisiana, Circo, Argensola, Pignatelli y algunos otros.

 Nunca deberíamos olvidarlos porque también contribuyeron a hacer nuestras vidas más felices.

 En la actualidad, junto al Teatro del Mercado, existen dos salas con programación permanente, organizadas y dirigidas desde la iniciativa privada.

 Ese es su mérito, esa es su grandeza y en una noche como ésta convendría que valoráramos como se merecen este tipo de esfuerzos, que se hacen no sólo por amor, no cabe duda, pero que no pueden explicarse sin él.

 El Teatro Arbolé desde hace más de diez años programa teatro para niños, con especial dedicación a la utilización de las marionetas. El Teatro de la Estación, de nacimiento más reciente, se dirige preferentemente a un público de adultos intercalando en su repertorio obras de diferentes estilos y épocas.

 Interpretado por Cristina Yáñez, una de las actrices de su compañía titular, y dirigido por Rafael Campos, veremos un fragmento extraido de obras de Darío Fo y Franca Rame, autores muy queridos en esa casa.

 

Tercer Texto (Leído por Gabriel Latorre)

 El escenario de este teatro ha estado abierto, a lo largo de estos doscientos años, a todo tipo de manifestaciones artísticas.

 Por esa razón han tenido cabida también en él aquellas que se interrogaban a sí mismas e interrogaban al espectador sobre las propias claves de la creación teatral.

 Dicho de otro modo: aquí también se han visto propuestas audaces, rompedoras, sorprendentes, incomprendidas incluso en algunas ocasiones.

 El teatro ha cambiado, como nosotros hemos ido cambiando.

 Algunos espectáculos que produjeron sorpresa inicial en nuestro público, e incluso su rechazo más extemporáneo, en realidad estaban abriendo sus ojos a manifestaciones y estilos que después fueron aceptados sin problemas.

 Aquí se escuchó muy pronto a Lorca, a Genet, a Beckett, a Ionesco, a Arrabal, a Bertold Brecht, entre tantos otros autores.

 El Living Theatre y Tadeusz Kantor, por poner sólo dos ejemplos ilustres, mostraron algunas de las creaciones que marcaron un antes y un después en la escena mundial.

 La danza y la música contemporáneas tuvieron también su espacio y encontraron también a quien quiso reconfortarse con ellas.

 Por eso, esta noche hemos querido comenzar la segunda parte de nuestra gala, presentando el trabajo de un actor aragonés, vinculado a muchos proyectos renovadores. Mariano Anós dirige y escribe teatro, pinta y enseña. Resume, por tanto, en sí mismo, muchos aspectos de lo que conocemos como artista de nuestros días.

 Shakespeare y Heiner Müller le sirvieron para crear este Hamlet o no que nos aprestamos a ver y a escuchar a continuación

 

 CuartoTexto. (Leído por Pilar Laveaga)

 Durante muchos años Don Juan y Doña Inés se presentaban a su cita novembrina, como diría el poeta Miguel Labordeta.

 A veces los tiempos cambian para mal, no cabe duda, y ya no es tan frecuente verlos ni escucharlos declararse ese trágico amor que a la postre les arrastrará indefectiblemente hacia el abismo.

 José Zorrilla escribió un texto que bien podríamos encuadrarlo entre los que mejor definen nuestras costumbres, nuestra idiosinsicrasia y nuestras contradicciones como pueblo. Es decir, como un clásico.

 ¿Porqué no pedir un deseo en esta noche del bicentenario? Por ejemplo que nuestros clásicos no se conviertan en piezas de museo, en un tesoro apolillado. Que sirvan, por el contrario, para revitalizar nuestra escena, para estimular a nuestros directores.

 Que la grandeza que encierran no se convierta sólo en  alimento de eruditos y de especialistas.

 Que no tenga más tiempo razón Louis Jouvet cuando se extrañaba, allá por los años cuarenta, de que los franceses, con un puñado muy reducido de obras de Racine, Corneille y Molière, hubiesen creado un verdadero teatro nacional, mientras que los españoles, con ese abrumador número de textos, algunos de una asombrosa belleza, firmados por Lope, Tirso, Calderón y otros, lo que hemos construido es un problema sin solución.

 Busquemos esa solución continuando los pasos de Margarita Xirgú, de Cipriano Rivas Cherif, Federico García Lorca, apoyando iniciativas privadas e institucionales, leyéndolos, asistiendo a sus representaciones

 Con este deseo, sin duda, tres actores aragoneses nos presentan, para acabar, dos fragmentos del Don Juan Tenorio, de José Zorrilla.

Textos de la primera parte de la Gala del Bicentenario del Teatro Principal de Zaragoza

mayo 22, 2009

Teatro Principal

Teatro Principal

(Estos textos fueron leidos por el actor Joaquín Murillo)

Primer Texto.

El olor, el aire de los viejos teatros…

Ramón Gómez de la Serna decía que «al levantarse el telón viene del escenario un viento frio, como del otro mundo, del mundo de la inmortalidad de los grandes repertorios…»

Tantos aplausos, tantas emociones vividas aquí arriba y provocadas ahí abajo.

El público y los artistas, unidos en una especie de fuego que les calienta sin quemar, que les da vida de una u otra manera.

Conmemoramos hoy los doscientos años de la existencia de este teatro. En realidad celebramos la existencia de un espacio de sosiego en mitad de los afanes de una ciudad que se ha ido transformando al compás de la vertiginosa lentitud de la Historia.

El edificio también ha ido cambiando, reformándose, adaptándose a los tiempos. Un pavoroso incendio, sucedido el 12 de Noviembre de 1778, acabó con la vida de setenta y siete personas y destruyó el edificio de la Casa de Comedias, situado enfrente de donde actualmente nos encontramos. Aquel lamentable suceso provocó una inmensa conmoción. El Rey, a propuesta del Ayuntamiento y con la aquiescencia de la mayoría de la población, prohibió la actividad teatral, que siguió realizándose, a pesar de todo, en determinados círculos privados, de forma sigilosa y clandestina.

El teatro fue durante un tiempo sinónimo de sufrimiento y destrucción…

Pero a las seis de la tarde del 25 de Agosto de 1799 dió comienzo el acto de inauguración. La nueva Casa de Farsas, aunque todavía con carácter provisional, se presentaba ante los zaragozanos que la abarrotaban. El nuevo edificio era el resultado de muchos esfuerzos personales y colectivos. El propio Conde Aranda, y el Marqués de Ayerbe, fueron dos de las muchas personas que lucharon para que nuestra ciudad volviera a contar con un lugar adecuado para albergar actividades escénicas.

Según cuentan las crónicas, a aquella sesión de inauguración asistieron el Ayuntamiento en Pleno, el Capitán general, los  representantes de la Real Audiencia, de la Universidad, y otras muchas personas, con especial mención de multitud de estudiantes. Durante la misma se cantó una tonadilla que, sin duda, serviría para rebajar el grado de solemnidad de la ceremonia y aligerar la atmósfera entre los asistentes…

Con ese mismo deseo, nos ha parecido muy oportuno que sea la cantante Carmen París quien oficie de conductora musical en la primera parte de este espectáculo, que quiere ser también un emocionado homenaje a aquellos artistas y operarios que restablecieron la normalidad escénica de la ciudad el día en que se celebraba también el santo de la Reina María Luisa.

Pero, atención… Empezó el acto -no podía ser de otra forma-, con la lectura de una Loa…

El gran actor José Luis Pellicena, hijo predilecto de Zaragoza, ha escrito la de esta noche -igualmente alusiva- para todos nosotros.

 Escuchémosle.

 

Segundo Texto.

El telón que ahora mismo desciende fue presentado ante la sociedad zaragozana la noche del sábado 29 de Septiembre de 1877, entre el primer y el segundo acto del drama de Echegaray O locura o santidad.

El autor de este hermoso telón, que ya desde entonces nos acompaña, es el pintor Marcelino de Unceta, excelente dibujante y frecuente colaborador de esta sala durante aquellos años, como autor de diversos decorados. Antes que éste habían estado colgados los realizados por Ramón Urquizu, Cristóbal Garrigo, Vicente García de Vera y Mariano Pescador.

El telón representa el Templo de la Fama. En el centro, una figura femenina encarna la Inmortalidad, acompañada de la Tragedia y la Comedia. En el lado izquierdo están representados insignes autores de nuestro teatro: el Duque de Rivas, Calderón, Cervantes, Lope de Vega, y otros. Una de esas figuras, la de Juan Ruiz de Alarcón, parece que en realidad representa al propio pintor, que quiso aparecer en su obra, aunque con cierta discreción. A la derecha, constatamos la presencia de actores y actrices de gran renombre. Ahí están, entre otros, Julián Romea, Emilio Mario, Matilde Díez, y nuestra querida Teodora Lamadrid.

(El presentador se queda callado. Se dirige hacia el centro del telón, dando la espalda al público durante unos instantes. Al poco, regresa a su lugar. A modo de disculpa, dice:)

 «Ustedes disculpen. Me había parecido ver también a Pilar Delgado…»

 Cuando este telón fue presentado, la Casa de Farsas había sido ya objeto de sucesivas reformas. Lo que en su día se había planteado como algo relativamente provisional, comenzaba, gracias a ellas, a consolidarse.

 La actividad escénica había sido continuada. Zarzuela, óperas italianas, muy del gusto de la época, y teatro, se habían presentado gracias a la iniciativa de un puñado de empresarios a quienes el Ayuntamiento fue alquilando la sala. Ni que decir tiene que más de uno tuvo problemas para pagar los salarios.

 A lo largo de estos doscientos años pisaron las tablas del Teatro Principal todos los grandes actores españoles. Algunos de ellos se encuentran esta noche con nosotros. El eco de las voces de muchos otros, ya desaparecidos, los gestos de sus rostros, la expresión de esos cuerpos que prestaron tantas veces a los personajes más emblemáticos de la historia del teatro, flotan todavía en el aire y en nuestro recuerdo.

 (Confidencialmente.) Un vigilante nocturno creyó ver juntos sobre este escenario, en una alucinante madrugada, a Margarita Xirgú, María Guerrero, Pepe Bódalo, Isidoro Maíquez, José María Rodero, Lola Membrives, Catalina Bárcena, Enrique Borrás, Aurora Redondo, Rosario Pino, Luis Prendes, y algunos más que no supo reconocer… Por lo visto, ensayaban, a las ordenes de José Luis Alonso, un nuevo texto de Enrique Jardiel Poncela, de Miguel Mihura o de Alejandro Casona. Esto último nunca lo precisó con total certeza…

 La noche del estreno de la Casa de Farsas, la compañía de comedias de Francisco Garcilaso, bastante más modesta que la citada anteriormente, representó para la ocasión el sainte de Ramón de la Cruz, titulado El Careo de los majos.

 Hoy será Cervantes, uno de los autores más representados, quien contribuirá con su palabra, levantada del libro por siete magníficos actores zaragozanos, a homenajear a cuantos actores, autores, directores, escenógrafos, y figurinistas, hicieron posible que el teatro en Zaragoza haya sido, durante estos dos largos siglos, una realidad ininterrumpida y arraigada.

 Veamos, por tanto, El Viejo celoso.

 

Tercer texto.

 La música, la ópera -como privilegiado lugar de encuentro entre ésta y el teatro-, y la danza, tuvieron aquí su espacio privilegiado.

 La música en todas sus manifestaciones. Desde la más culta a la más popular y cercana. Monserrat Caballé y Raquel Meller, Alfredo Kraus y Concha Piquer, Maurice Ravel y Joaquín Sabina, Pilar Bayona y Oscar Peterson, Luis Galve y Wim Mertens, son sólo diez nombres de los cientos que podríamos mencionar para demostrarlo.

 Y qué decir de la danza…

 Esta ciudad ha sido, sin duda, una de las que más estrellas internacionales ha dado a nuestro país. Victor Ullate, Cristina Miñana, Carmen Roche, Carmen de la Figuera, Ana Laguna, Arancha Argüelles, Trinidad Sevillano, Antonio Castilla, Margarita Barahona, Gonzalo García Portero y tantos otros, bailaron sobre estas tablas en infinidad de ocasiones recibiendo las mayores ovaciones. En algún caso hasta debutaron sobre ellas siendo apenas unos niños.

 El Teatro Principal se enorgullece profundamente de haber contribuido a impulsarlos hasta el lugar que ahora mismo ocupan.

 Y también de ser la sede material y espiritual del Ballet de Zaragoza, una institución afamada y aplaudida, que merece atención y apoyo para poder desarrollar su labor con la calma que requiere la consolidación de cualquier proyecto de primer nivel artístico.

 Todas estas realidades tienen un punto de encuentro. Una causa última.

 Pocas dudas podemos tener sobre su nombre. El milagro de la danza en Zaragoza se llama Lola… María de Avila, es una mujer excepcional a la que desde aquí y en esta noche no podemos menos que agradecerle ese esfuerzo tenaz y generoso.

 La tarde de la inauguración de este lugar Blasillo «El manchego», un artista muy querido por el público de aquel tiempo interpretó «El baile inglés». Los zaragozanos le aplaudieron a rabiar. Como ha quedado escrito, «su donaire, sus contoneos y su mímica» eran muy del agrado de nuestros predecesores.

 El Ballet de Zaragoza presenta a continuación «Anónima», coreografía de su actual responsable, Patsy Kuppe Matt.

 Sobre el escenario, la maravillosa bailarina zaragozana Elia Lozano, también acompañada al piano por el maestro Javier Laboreo.

 

Cuarto texto.

 Carmen Paris también es autora de esta Savia nueva con la que se ha despedido de todos nosotros.

 Y llegamos al final…

 En mayo de 1987 el arquitecto José Manuel Pérez Latorre presentó a los zaragozanos la última gran intervención sobre el edificio, culminando, hasta el momento presente, un largo recorrido de mejoras y ampliaciones. Algunas de las anteriores fueron las que se hicieron coincidiendo con la llegada a nuestra ciudad de Fernando VII, en 1828; las de 1858 y 1875; la de Ricardo Magadalena a finales de siglo; las de Regino Borobio y José Beltrán a finales de la guerra civil; y las que tuvieron lugar a finales de los años sesenta dirigidas por el arquitecto José Beltrán.

 Paralelamente, el teatro fue también modernizando sus instalaciones técnicas: desde las iniciales lámparas de aceite y las velas de sebo, para iluminar tanto los espectáculos mismos como el interior del edificio, se pasó en 1868 a la instalación de la luz de gas, y la eléctrica a partir de 1894.

 Hoy este teatro está equipado con los aparatos más sofisticados y modernos.

 Eso es importante, no cabe duda, puesto que el objetivo sigue siendo que la ciudad pueda albergar los mejores espectáculos nacionales y extranjeros, en unas condiciones técnicas adecuadas. Pero más importante es, sin duda, reconocer la capacidad, la experiencia y la entrega del personal que presta aquí su servicio. Acomodadores, técnicos de iluminación, tramoyistas, atrezzistas, utilleros, fueron y son los que, en definitiva, hacen posible ese milagro de la continuidad.

 No podemos olvidar que fue precisamente un tramoyista, Vicente Martínez, quien aplicó su sabiduría y su talento al primitivo proyecto de construcción de la Casa de Farsas, que fue el germen de donde ahora mismo nos encontramos. Gracias al trabajo abnegado de todos ellos, seres anónimos en su mayoría, los zaragozanos pudimos disfrutar de las actuaciones de personalidades tan reconocidas en sus respectivos ámbitos, como Rudolf Nureyev, la Argentinita, Giorgio Strehler, Pilar Lorengar, Alicia Alonso, Tete Montoliu, el bailarín Antonio, o la mismísima Sarah Bernhardt.

 Tampoco podemos olvidarnos de los empresarios y responsables de gestión y programación que este teatro ha tenido a lo largo de su historia. Casar Lapuente, Ramón Casas, Waldo González, Enrique Marín, Manuel Romeo, Tomás Gascón, Antonio Sierra, Manuel Reula, Pirula Ariza y otros, aportaron su energía y su imaginación, atravesando y superando, en demasiadas ocasiones, difíciles situaciones económicas.

 Y qué decir del último gran nombre de este teatro…

 Muchos de los que esta noche nos encontramos aquí asociamos indisolublemente el Teatro Principal al suyo propio: Angel Anadón.

 Parece como que el edificio y él hayan crecido y madurado juntos. Curiosamente ambos presentan, a la vez, un magnífico aspecto, cada vez más rejuvenecidos y vitales. Angel ha sido el alma del Teatro Principal de Zaragoza durante las últimas décadas y todos conocemos su irrefrenable y contagioso amor por esta casa y su capacidad de trabajar por ella, día y noche, siete días a la semana, año tras año. Es decir, durante toda una vida.

 Acabamos la primera parte de nuestro espectáculo. No hemos citado muchos nombres. Era imposible hacerlo al ser tan numerosa la nómina de artistas que por aquí han pasado.

 Queremos terminar presentando un breve trabajo escénico, brillante y original. La Compañía catalana Els Comedians, que durante estas últimas décadas han inaugurado o puesto el broche final a tantos acontecimientos históricos en diversas partes del mundo, incorporan a esta gala, como sólo ellos podrían hacerlo, una pincelada de magia y de creatividad.

 Atención… Su título es Zenit

Homenaje

mayo 22, 2009

Con algunos de los actores y actrices que pasaron por el NTA

Cuando en 1992 el Nuevo Teatro de Aragón celebraba su décimo cumpleaños con la presentación de un libro de fotografías, ya advertí que si a lo largo de esos años no me había dedicado al teatro como actor era, entre otras razones, por la dificultad manifiesta para aprenderme los papeles de memoria, y que por eso iba a leer unas palabras… En ese sentido, casi otros diez años más tarde, las noticias no son más esperanzadoras.

Quiero daros las gracias de corazón a todos. A los que, con una dedicación conmovedora y una discreción algo más discutible, habéis organizado este acto, y a los que habéis venido a él. También a los que desde lejos han mandado unas palabras, o una pausa, o un aparte, o un silencio cómplice y amistoso. Que nadie se sienta raro. El estar aquí no significa estar de acuerdo con nada. Seguro que nadie os ha pedido un cheque en blanco para el futuro y menos para el futuro del homenajeado. Sólo os han pedido una flor para el recuerdo y la habéis traído. El estar aquí sólo significa que todos valoráis como importante que alguien lleve tantos años en una empresa tan descabellada como ésta y no haya perecido en el intento.

Curiosa profesión… Cuando alguien decide dejarla, sus amigos le dan unos canapés y le animan a que la deje definitivamente.

Siento que efectivamente han pasado los años y creo que he concluido una etapa de mi vida. En 1982 yo era poco más que un soñador despierto, y creía que ciertas metas eran asequibles y que, por tanto, había que pelear duro para conseguirlas. Sin red, es decir, sin certezas de ningún tipo, me embarqué con otros locos en crear una compañía que llenara un hueco en el incipiente teatro profesional aragonés. Allí estábamos Carlitos Martín, Gabriel Moreno, Eusebio Gay, Jesús Baselga, Clarita Pérez, Elena Gómez y yo, convencidos de la empresa y animados ante nuestro primer reto escénico: Los amores de Don Cristóbal y la señá Rosita.

Desde entonces hasta este reciente Shakespeare´s del pasado Noviembre, la compañía ha producido dieciséis espectáculos, de los que yo he dirigido quince. Pero sobre todo, han pasado multitud de personas, muchas de las cuales os encontráis hoy aquí. Vosotros habéis sido la gran varita mágica de este pequeño milagro. En realidad no ha habido otra. El maestro Brook ha escrito que no hay nada en una función de teatro más importante que las personas que la componen, y mi vida profesional me lo ha enseñado con creces. Vuestro talento, vuestro esfuerzo, vuestra lealtad durante el tiempo que estuvisteis con nosotros, hicieron posible que el tren del NTA avanzara siempre hacia delante, a veces a gran velocidad, otras a menos, pero que nunca se quedara parado del todo.

Y yo veo su estela humeante alejarse por los caminos…, porque los trenes de mi memoria siguen siendo de carbón y en los túneles la carbonilla escuece en los ojos. Paradójicamente, os veo subidos en él a todos los presentes, asomados a las ventanillas. Por la del primer vagón veo a mi padre, enarbolando a sus noventa años la bandera de la república española de la dignidad proletaria, y veo también a mi madre llena de globos de colores, y a mi hijo, sonrientes y felices porque la vida es mudanza y alegría, y esta mañana no hay cole, qué caramba, y veo a Paquito Orduna, mi primer amigo del alma, y veo a mi abuela Carmen, que fue la que de verdad me embarcó en esto del teatro, en aquel caserón del número 35 de la calle San Miguel, y veo a todos y todas las que me han querido y os he querido, y, por tanto, veo nítidamente a Nieves, cargadísima de maletas y de prisas, con esa cotidiana percepción surrealista y maravillosa del tiempo y de las cosas, y ese corazón construido de hermosas cicatrices.

Y, ¿quién es aquel jovenzano, vestido de soldado raso que lee el Mercader de Venecia en el segundo vagón? ¡Menuda pinta! Mirad como, imbuido de sueños y preso de realidades, esboza, mientras desliza su mirada por las palabras de Shakespeare, una dramaturgia propia, inverosímil y compleja. Es de Borja y se llama Benito, y está llamado a ser el maquinista de ese tren cuando yo me jubile anticipadamente. ¡Corre, Benito, escribe pronto “Los Cinco magníficos”, y ya verás lo que son las tortas y las envidias y las injusticias históricas, digeridas con vino nocturno y alevoso y palmaditas de resignación! Móntate aquí y verás Paris, pero también lo que es el frenesí magnífico del teatro, sus múltiples lados; beberás su veneno y olerás su aliento trágico, y escribirás dramaturgias perpetuando esta cadena ferroviaria que conduce hasta “vete a saber dónde”, este fascinante “viaje a ninguna parte”, atravesando túneles en forma de “oscuros lentos”, y parado en remotas estaciones, como ésta en la que yo me encuentro, que tu bautizarás como “pausas tensas”. Te deseo toda la suerte del mundo, y te exijo, si es que a estas alturas me permites que te exija algo, toda la honradez, todo el arrojo y toda la paciencia que seas capaz de reunir. El talento, como el valor, se te suponen. Adiós, amigo, no tengas miedo nunca, y, si tienes alguna duda, fíate de esa intuición agreste, de niño encoloniado y rural, que aún queda por debajo de tu erudita compostura urbana.

El tren se aleja. Me quedo sólo en el andén. En la maleta llevo algunos libros, la fotografía de todos vosotros, y, por si acaso, el traje de arzobispo que me ponía de niño para celebrar misas concelebradas. Escucho, como toda mi vida a Mozart y a los Beatles, y el traquetreo del tren alejándose parece uno de los efectos de sonido que tantas veces puse en los espectáculos. En mi cabeza, la realidad y el teatro se entremezclan una vez más, pero no debo preocuparme: también el maestro Brook nos ha informado de que eso a lo que llamamos vivir “es un intento de leer las sombras, traicionado cada dos por tres por lo que con tanta facilidad creemos real”.

Y en mi soledad me pregunto: ¿porqué me he bajado de un tren del que conozco todos sus ruidos, todos sus pasajeros y la frecuencia exacta de sus retrasos? Algunos, los peor pensados, dirán que porque va a pasar otro a una mayor velocidad y es más confortable que el viejo nuevo teatro que acaba de perderse por el horizonte. Están en su derecho de hacerlo. y de equivocarse haciéndolo.

¿Porqué me bajo, entonces, me preguntaréis mis amigos, dispuestos a creeros la sincera exposición de mis motivos?

Me bajo por las mismas razones que hace casi dos décadas me decidieron a subir: porque me lo pide el cuerpo, porque me da la gana, porque me sale del badajo de los pelicópteros, del colodrillo del alma. Me bajo por ver alejarse hijos y recuerdos, por el placer de decir adiós y emocionarme ante vosotros, para provocar su añoranza y alimentar nuevamente el deseo de volver a subirme en él. Me bajo porque soy bajo, porque soy bizco, porque soy bobo, porque estoy vivo. Me bajo porque soy buzo y porque soy barro. Me bajo…, como veis, por diferentes razones de peso, de paso, de piso y de poso.

Y, una vez abajo, recuerdo imágenes del último espectáculo producido en Aragón que he visto: Dalí, Goya y Buñuel, y me emociono yo solito. Y veo, con la claridad con que se ven las cosas obvias de la vida, que entre todos habéis construido, hemos construido, las sólidas bases de un teatro aragonés en el que firmemente creo y he creído siempre, hasta cuando me parecía un proyecto insuficiente e inmaduro. Porque cada vez veo más talento, porque cada vez hay mejores compañías, mejores actores, mejores textos, mejores productores y mejores empresarios. Porque ahora, como nunca antes, el teatro aragonés es algo más que resistencia y voluntarismo. Porque empieza a ser madurez sensata y creativa, construida con tozuda dedicación, con sagacidad empresarial, pero también con inteligencia y sensibilidad. Y veo también, desde este andén en el que me he quedado ya completamente solo, que por primera vez, desde algunas instituciones esto se contempla como un bien público y como una esperanza, y no como un problema, y creo, hasta que no se me demuestre lo contrario, en la sinceridad de unas políticas que dicen estar dispuestas a apoyarlo con firmeza y decisión.

Todo eso se ve desde aquí, fijaos. Y pienso que para verlo, y para creerlo, ha merecido la pena bajarse un tiempo del tren de mis propios sueños.

Tal vez para propiciar, lo mejor que sepa, si es que me dan oportunidad de hacerlo, que los trenes de los demás pasen más rápidos y sean más confortables todavía. Y si no lo consigo, sencillamente para descansar, ver con tranquilidad el paisaje, respirar hondo, y volver a embarcarme en el viaje fascinante que un día elegí realizar sin saber porqué, ni cómo, ni cuándo. Gracias a todos.

Gracias a todos.

Homenaje a Fernando Lázaro Carreter

mayo 22, 2009

(Leí este texto en el Paraninfo de la Antigua Facultad de Medicina con motivo de un homenaje que se hizo a la figura de Fernando Lázaro Carreter el 4 de Mayo de 2004).

Lazaro

Excmo. Sr.  Ilmos, etc, etc,,,

Estamos aquí para recordar la vida y la obra de un hombre excepcional nacido en Zaragoza el 13 de Abril de 1923. Un hombre del que el escritor Antonio Muñoz Molina ha dicho que “cazaba al vuelo los disparates lingüísticos con la misma delectación con que Navokov atrapaba una mariposa”. Un erudito que ha escrito más de cien monografías y estudios sobre filología y crítica literaria, y que ha consagrado su vida a reflexionar sobre la lengua con un inmenso e impagable rigor, del que se han beneficiado innumerables profesores -él que fue siempre un maestro de maestros-, pero, al mismo tiempo, con un sentido del humor y un espíritu divulgativo, en el más limpio sentido de la palabra, del que finalmente nos hemos beneficiado todos. Porque sus afilados y humorísticos “dardos en la palabra”, esparcidos durante años en los periódicos Informaciones, ABC o el País, han sido una de las lecturas más estimulantes y divertidas para quienes consideramos, como él nos enseñó certeramente, que “la lengua natural es el archivo adonde han ido a parar las experiencias, saberes y creencias de una comunidad”.

 Las personas que en este acto intervendrán para hablarnos sobre nuestro paisano Fernando Lázaro Carreter, fallecido en los primeros días del sangriento mes de Marzo de este año, irán desgranando los múltiples aspectos en los que su trayectoria ha sido sencillamente ejemplar. Por ello sólo anticiparé que el 11 de Junio de 1972 leyó su discurso de Ingreso que versó sobre el «Diccionario de Autoridades entre 1713 y 1740». Dirigió esta institución entre 1991 y 1998 sustituyendo a Manuel Alvar. Por último que, entre otros muchos premios y galardones obtuvo el Premio Aragón de las Letras en 1990.

 Permítanme, sin embargo, que en mi calidad de director del Centro Dramático de Aragón, destaque ahora uno de esos aspectos. El de haber amado profundamente la actividad teatral y haber conocido como pocos los mecanismos de la creación dramatúrgica y escénica. Uno de sus mejores alumnos, el también miembro de la Real Academia de la Lengua, José Antonio Pascual, hoy presente entre nosotros, recordaba recientemente con un inmenso cariño que “cuando se puso a dirigir a unos cuantos jóvenes alumnos una obra teatral, su mirada llegó a perder por unos momentos el brillo del acero que habíamos visto en sus clases, y, aunque distante y tensa siempre, empezó a dulcificarse con una escondida alegría que luego he podido entrever tantas veces en ella”.

 Además de autor de un considerable número de excelentes estudios sobre el teatro medieval o sobre la obra de Federico García Lorca, Leandro Fernández Moratín o Lope de Vega, de haber publicado en la revista Blanco y Negro críticas teatrales insuperables, fue también el guía que nos ayudó a muchos profesionales a conocer mejor a personajes tan relevantes en la escena europea como el propio Antonin Artaud. Recuerdo particularmente un memorable artículo en la revista Primer Acto aparecido en Septiembre de 1973 en el que, además de establecer curiosos e inteligentes paralelismos entre Artaud y Miguel de Cervantes, nos presentaba a este visionario genial, entonces prácticamente desconocido en España, como un impulsor de las vanguardias teatrales de los años setenta, representadas por el Living Theatre, el Roy Hart Theatre, el trabajo de Jerzy Grotowski o el teatro pánico de Fernando Arrabal. Es decir, que Lázaro Carreter fue también un experto conocedor de lo más renovador, y si se me permite la expresión, del menos literario de todos los teatros, aunque llamaba «texticidas» a los directores de escena que se dejaban llevar frecuentemente por su propia incontinencia. Pero también es cierto que su inmensa versatilidad le llevó a escribir la obra «La señal», publicada en 1956, o a realizar un ejercicio, que más parece una pirueta intelectual, escribiendo la obra “La ciudad no es para mí”, a la medida de su paisano Paco Martínez Soria, que fue llevada al cine por Pedro Lazaga en 1965. Para este último menester Lázaro Carreter decidió con cierto pudor llamarse Fernando Ángel Lozano. Como ha escrito su amigo el Catedrático Francisco Rico, Fernando Lázaro “que se sabía de corrido el teatro universal, aceptó el envite como una diversión, como una muestra de dominio, con distancia, sin involucrarse afectivamente”.

 Por todas estas razones, el Consejo de Administración del Centro Dramático de Aragón, dependiente de la Consejería de Educación y Cultura del Gobierno de Aragón, aprobó en su última reunión que uno de sus proyectos más queridos y que van a ponerse en marcha este mismo año -la concesión de un premio anual para un texto teatral original en lengua castellana llevara el nombre de este aragonés ilustre, de cuya aportación a nuestra cultura, y en concreto a nuestra actividad escénica, todos nos debemos sentir orgullosos.

 Y, sin más, escuchemos las voces de quienes de verdad conocen la importancia de la obra de este zaragozano que realizó sus primeros estudios en el Instituto Goya de nuestra ciudad, cuyos restos por su expreso deseo reposan en el cementerio de la localidad de Magallón, a cuya habla le dedicara en 1945 uno de sus primeros trabajos, y que, como Albert Camús o Bertold Brecht, gozaba con los éxitos y sufría con los fracasos del equipo de fútbol de su tierra, en una actitud personal que revela a las claras que no sólo poseía una enorme sabiduría intelectual sino que participaba de manera entusiasta de los pequeños afanes de la existencia.

Comparecencia en la Mesa de la Comisión de Cultura del Gobierno de Aragón (24 de Mayo de 2004)

mayo 21, 2009

Texto de la comparecencia del Director-Gerente del Centro Dramático de Aragón en la Mesa de la Comisión de Educación, Cultura y Deporte de las Cortes de Aragón (24 de Mayo de 2004).

  1. VALORACIÓN DE LOS RESULTADOS OBTENIDOS POR EL CENTRO DRAMÁTICO DE ARAGÓN DESDE EL MOMENTO DE SU CONSTITUCIÓN HASTA EL MOMENTO PRESENTE.
  2. 2. VALORACIÓN DE LA SITUACIÓN ACTUAL DEL CENTRO DRAMÁTICO DE ARAGÓN.
  3. PROYECTOS CONCRETOS DE DESARROLLO DE LAS FUNCIONES PREVISTAS PARA EL CENTRO DRAMÁTICO DE ARAGÓN A CORTO, MEDIO Y LARGO PLAZO.

 

  1. VALORACIÓN DE LOS RESULTADOS OBTENIDOS POR EL CENTRO DRAMÁTICO DE ARAGÓN DESDE EL MOMENTO DE SU CONSTITUCIÓN HASTA EL MOMENTO PRESENTE.

De cara a responder correctamente a las tres cuestiones planteadas, creo necesario detenerme unos instantes para recordar algunos aspectos que marcaron el nacimiento del Centro Dramático de Aragón (CDA) y que después tuvieron influencia, en mayor o menor medida, en su posterior desarrollo.

Decir, en primer lugar, que cuando se fundó el CDA no existía ningún precedente en nuestra comunidad de un teatro público de estas características, si exceptuamos el proyecto que se abortó en 1985 y cuyo funcionamiento apenas duró quince días. En esta ocasión, existían compañías privadas, agrupadas en dos asociaciones, ACTUA y ARTEAR, algunas de las cuales poseían abundante experiencia profesional; había un número considerable de actores y actrices, la mayor parte de ellos formados en la Escuela Municipal de Teatro de Zaragoza; y existían el Circuito de las Artes Escénicas, auspiciado por el Gobierno de Aragón y las Diputaciones Provinciales, algunos teatros municipales, festivales y las ferias de teatro de Alcañiz y de Huesca.

Sin embargo, no existía como tal una unidad de producción teatral financiada con fondos públicos, como ocurría desde principio de los años ochenta en Andalucía, Cataluña, Valencia o Galicia. Por tanto, esos centros, incluido el Centro Dramático Nacional, tampoco tenían una existencia demasiado superior a dos décadas, un periodo temporal muy pequeño si lo comparamos con la rica tradición de teatro público descentralizado, firmemente arraigada en países como Alemania, Francia o Inglaterra. Por decirlo con palabras llanas, esta carencia hacía imprescindible también ganar la batalla de explicar correctamente, no sólo a los profesionales del sector, sino a la sociedad en su conjunto, lo que se pretendía conseguir con la creación de un centro dramático que, utilizando los recursos propios de nuestra comunidad, produjera un teatro diferente y más ambicioso, tanto en sus planteamientos artísticos, como en sus propias dimensiones económicas, que el que habitualmente podían hacer las compañías privadas con sus propios recursos, teniendo éstas además que cifrar su interés prioritario en el beneficio empresarial.

En segundo lugar, recordar aquí que el nacimiento del CDA tuvo lugar en medio de una cierta polémica, en parte por la razón antes indicada. La noticia de que el Gobierno de Aragón estaba preparando un teatro público, mantenida durante muchos meses en forma de rumor, dio pie a todo tipo de comentarios. Aunque es preciso decir que en esto no fuimos muy originales: también en esas comunidades de España citadas, los orígenes de sus teatros públicos tampoco fueron fáciles, como resultado de un habitual mecanismo de defensa del sector privado de la producción artística que se despierta ante iniciativas novedosas de carácter público, de las que se teme que vayan a representar una “competencia desleal”, sin conocer todavía su verdadero perfil y sus intenciones reales. 

En tercer lugar, recordar también que, cuando finalmente se dio el pistoletazo de salida, todo se precipitó a gran velocidad, sin demasiado tiempo para reflexionar sobre algunos aspectos que después hemos tenido que ir corrigiendo sobre la marcha. En nuestro caso, en el escaso periodo de apenas tres meses, hubo que crear el equipo de trabajo, a través de un concurso oposición, y que, una vez seleccionado, ese mismo equipo, además de conjuntarse de manera adecuada, establecer las fórmulas de trabajo y coordinación internas ( la periodicidad de las reuniones entre sus departamentos, las prioridades, etc), tuvo al mismo tiempo que diseñar y poner en marcha los primeros proyectos: en particular la producción de sus dos primeros espectáculos, “Ricardo III” y “La Agonía de Proserpina”.

Por último, recordar que todo eso se hizo sin contar con una sede propia, circunstancia que todavía sigue vigente. Es decir, el CDA carecía y carece de un teatro en donde instalar toda su maquinaria administrativa, y de producción, y, por supuesto, exhibir sus propios trabajos durante un espacio temporal razonable. Esta carencia, como sabe perfectamente cualquier buen conocedor del hecho teatral, es un factor de una enorme importancia.

En mi opinión, y más si tenemos en cuenta todas estas circunstancias expuestas, los resultados obtenidos son muy superiores a los inicialmente previstos.

Hasta la fecha, el CDA ha producido tres espectáculos propios: “Ricardo III”, de William Shakespeare, con dirección de Carlos Martín; “La agonía de Proserpina”, de Javier Tomeo, con dirección del suizo Felix Prader, habitual colaborador del autor; y “Morir cuerdo y vivir loco”, escrito y dirigido por Fernando Fernán Gómez. También participó junto al Festival Grec de Barcelona y Bitó Producciones en la producción de “La hora en que nada sabíamos los unos de los otros”, de Peter Handke, con dirección de Joan Ollé.

Esos cuatro espectáculos han sido vistos por más de treinta mil espectadores, habiendo sido presentados en Madrid, (en espacios tan emblemáticos como el teatro de la Abadía o el María Guerrero), Barcelona, (en el Mercat de las Flors), Castilla la Mancha, Castilla-León, Cantabria, Comunidad Valenciana, País Vasco, Cataluña, y, naturalmente, Aragón (Zaragoza, Huesca y Teruel, y Ejea, Caspe, Tarazona, Alcañiz y Monzón). Han sido programados en festivales nacionales de prestigio, como el Clásico de Almagro, el Grec de Barcelona, el Festival Shakespeare de Santa Susana, o el de Nuevos Autores de Alicante; han obtenido importantes premios nacionales (como el “Clásicos” del último Festival de Almagro, tanto para el propio CDA como para José Luis Esteban, actor protagonista en “Ricardo III”), y han cosechado críticas excelentes en medios locales y nacionales, como Heraldo de Aragón, Primer Acto, El País, La Razón, el Mundo, La Vanguardia, El Periódico de Cataluña o ABC.

Estos incontestables resultados artísticos superan con creces, como he dicho, la mejor de nuestras expectativas. Es decir, podemos afirmar sin complejos que nuestros espectáculos han cosechado grandes éxitos, pero que, sobre todo, han servido para presentarnos en poco tiempo con enorme dignidad en los medios teatrales españoles, y han constituido, por tanto, un extraordinario escaparate del teatro y la cultura aragonesas en el contexto general del estado español. Una frase de Eduardo Haro Tecglen resume claramente esta apreciación: “El Centro Dramático de Aragón está acreditado por su buen teatro”. (El País, 12 de Junio de 2003.)

Pero si la producción de espectáculos ha sido el lado más visible del iceberg de nuestra actividad, no conviene olvidar la labor desarrollada desde el Departamento de Documentación del CDA, silenciosa y metódica, y, por ello, tal vez menos conocida.

En primer lugar, desde el citado Departamento, se han trazado las líneas maestras de una ambiciosa línea editorial y que se concretan en la publicación de textos teatrales inéditos, y en la Colección “Trayectorias”, destinada a recoger biografías de personajes emblemáticos y/o periodos históricos de nuestro teatro aragonés. Hasta el momento, hemos publicado los textos de nuestros espectáculos “La Agonía de Proserpina”, de Javier Tomeo (incluyendo la versión narrativa original y su adaptación escénica), “Morir cuerdo y vivir loco”, de Fernando Fernán Gómez, y el de “Gargallo, un grito en el desierto”, escrito por once autores aragoneses (Soledad Puértolas, José Antonio Labordeta, Félix Romeo, Alfonso Plou y Magdalena Lasala, entre otros)  para la compañía zaragozana Luna de Arena. Dentro de la segunda colección acabamos de presentar el libro “Conversaciones con Mariano Cariñena”, escrito por el periodista Antón Castro.

Igualmente se han organizado el Primer Ciclo de Lecturas Dramatizadas, sobre textos de autores aragoneses, en colaboración con la Sociedad General de Autores y la Caja de Ahorros de la Inmaculada, que se han desarrollado en Madrid y Zaragoza, y cursos de Dramaturgia, de Voz y de Interpretación, impartidos por profesores de gran prestigio nacional e internacional, tales como el autor y guionista televisivo Antonio Onetti, el actor y director italiano Franco de Francescantonio, la profesora de la Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid, María del Mar Navarro, y el conocido actor Emilio Gutiérrez Caba.

También se han ido generando o se han adquirido múltiples materiales hemerográficos, videográficos y bibliográficos    (como las mil quinientas fichas teatrales de la censura franquista, colecciones descatalogadas de textos teatrales españoles, etc.), y se han recibido algunas donaciones privadas, como la biblioteca teatral completa de Antonio Zapatero Vicente, miembro fundador del Teatro Universitario de Zaragoza en los años sesenta. Todo este conjunto es, sin duda, el germen de lo que dentro de pocos años será el Fondo Documental de las Artes Escénicas de Aragón, que deberá ponerse adecuadamente a disposición de estudiosos y aficionados en general.

Por último, podemos destacar que se han organizado eventos y se han anunciado otros de indudable importancia cultural.

Por ejemplo, en la pasada edición del Festival de Teatro de Alcañiz, el CDA organizó el “Encuentro sobre Teatro Público en España”, con asistencia de todos los responsables de teatros públicos y centros dramáticos españoles, que de esta manera quisieron además brindarnos su apoyo cuando apenas contábamos con unos pocos meses de existencia. Y en el acto que el Gobierno de Aragón celebró recientemente en el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza en honor a Fernando Lázaro Carreter, recientemente fallecido, se anunció la creación de un Premio de Literatura Dramática que llevará el nombre de nuestro ilustre paisano y lingüista y que se fallará anualmente.

Como puede verse, la actividad ha sido infatigable y personalmente me siento muy orgulloso de coordinar y dirigir el equipo de excelentes profesionales que la han hecho posible.

Entiendo, por último, a modo de síntesis valorativa de este primer periodo de existencia del Centro Dramático de Aragón, apasionante y difícil para quienes hemos tenido alguna responsabilidad en él, que podemos dar por concluida la fase de creación, sin duda siempre la más compleja, si tenemos en cuenta las trayectorias de la mayoría de los centros dramáticos españoles y europeos. Como  decía, nos hemos ganado en muy poco tiempo el respeto del conjunto del mundo teatral español, prueba de lo cual ha sido conseguir la participación en nuestro último proyecto, realizado hombro con hombro con el Centro Dramático Nacional, de Fernando Fernán Gómez, un hombre que llevaba 25 años sin dirigir una obra de teatro y al que convencimos sin demasiada dificultad para que colaborara con nosotros.

Tal vez ese sea el mejor resumen.

 

  1. VALORACIÓN DE LA SITUACIÓN ACTUAL DEL CENTRO DRAMÁTICO DE ARAGÓN.

Si la fase anterior ha sido la de la creación administrativa y organizativa del CDA, y la de presentación de su vocación estética, concretada en sus primeros espectáculos y actividades, tanto en nuestra propia comunidad como en buena parte del estado español, creo que en la que nos encontramos ahora es en la de la consolidación definitiva, y que, para conseguir este fin, se han dado ya una serie de pasos de gran trascendencia.

En primer lugar, el Gobierno de Aragón ha dotado por primera vez al CDA de un presupuesto propio. Hasta ahora los fondos asignados por la DGA llegaban a través de subvenciones, que, teóricamente sumadas, debían completar el presupuesto anual aprobado en su Consejo de Administración.

Esta circunstancia, sin duda difícilmente evitable en el momento fundacional, ha creado cierta dificultad en la gestión diaria, en el contexto de una actividad que exige una agilidad especial y en donde, por poner un ejemplo, la lentitud en un pago puede poner en grave peligro un estreno anunciado. Ahora, en este año 2004, desde la dirección del CDA sabemos con exactitud los recursos con los que contamos, y, por tanto, podemos acotar nuestra capacidad de acción, delimitando claramente el perfil de nuestros espectáculos y del resto de las actividades.

En segundo lugar, tras un año de funcionamiento, comprendimos en la práctica cuáles eran nuestras reales necesidades de personal. Emprendimos entonces una necesaria reforma de la plantilla, que incluía la supresión de dos plazas que se consideraba innecesario mantener durante todo el año, pues, su implicación en el trabajo de conjunto y su utilidad, se concretaban en periodos muy puntuales y siempre en fase de producción de espectáculos. De esta manera, no sólo se pretendía ahorrar recursos económicos, sino también conseguir una racionalidad interna superior y un mayor equilibrio de las responsabilidades y funciones en el seno de nuestros cuatro Departamentos: Producción, Gerencia y Personal, Distribución y Documentación.

Como comprenderán ustedes, no puedo congratularme al decirles que tenemos ahora el centro dramático con el presupuesto más pequeño de España y la plantilla más corta, pero asumo plenamente esta situación, porque tengo muy en cuenta que existen otras exigencias en la organización de la cultura en nuestra comunidad, e incluso en otros aspectos de las artes escénicas en Aragón. Pero puedo asegurarles que esta habilitación de un presupuesto propio, y la reestructuración de nuestra plantilla, aunque sea al menos de momento reduciendo el número de sus miembros, han creado unas condiciones mejores para el desempeño racional de nuestras funciones.

Sin embargo, siendo factores de gran importancia, los beneficios que hemos obtenido con estas medidas serían insuficientes si no consiguiéramos además, como más tarde o más temprano ha ido ocurriendo en otras comunidades españolas, la concurrencia de tres factores más.

El CDA, como cualquier centro dramático, necesita un clima de confianza y de serenidad a su alrededor. Dicho de otra manera: debemos concentrarnos en lo que específicamente es nuestro trabajo y en el cumplimiento de los objetivos para los que fuimos creados, como instrumento para elevar el nivel en su conjunto de las artes escénicas en nuestra comunidad.

Sin duda, como he dicho antes, todos los comienzos son complejos para este tipo de estructuras públicas de las que no existen precedentes, entre otras cosas porque la producción teatral, con unos ritmos y unas exigencias muy específicas, demasiadas veces no son coincidentes con los habituales de la administración pública. Todos los centros dramáticos españoles han tenido momentos de crisis, han tenido que reestructurar sus plantillas (el último ejemplo es el de los Teatres de la Generalitat Valenciana, a pesar de sus más de dos décadas de funcionamiento), y realizar ampliaciones de capital, (como es el caso del Centro Andaluz de Teatro), hasta que se ha engrasado correctamente la maquinaria y se ha delimitado su perfil por completo.  No olvidemos que afortunadamente tanto el teatro como lenguaje artístico, como los mecanismos de producción, son eternamente cambiantes, y que es inevitable, hasta un punto que marca el sentido común, ir acomodándose a las exigencias que conlleva esa realidad.

También se hizo imprescindible para conseguir ese clima de serenidad necesaria, que las administraciones de las que dependían esos centros dejaran de considerarlos como el logro político de un partido o partidos, y los reconocieran de manera consensuada como propios, es decir, de todos ellos.

Por último, fue necesario que ese clima de serenidad se tradujera también en la confianza expresa hacia las personas que se responsabilizan de su gestión. Lo que digo no significa en absoluto que los teatros públicos y sus responsables funcionen en ninguna parte con una especie de cheque en blanco a partir del cual se les permite realizar sus actividades sin los controles administrativos, económicos y políticos adecuados. Pero se hizo necesario también que las administraciones comprendieran y asumieran lo específico de esa actividad, las peculiaridades propias que concurren en el mundo de la producción, exhibición y documentación de las artes escénicas, y aceptaran que éstas deben realizarse aplicando un cierto margen de autonomía y de confianza.

Creo, en este sentido, que, como se lleva a la práctica en la mayoría de los teatros públicos del mundo, es en periodos cuatrianuales cuando debe hacerse una valoración rigurosa de las conquistas y las carencias de lo conseguido, y que hasta ese momento sus responsables y sus equipos deben contar con el pleno respaldo de la institución que les ha colocado al frente de una tarea, que definíamos hace un momento como apasionante, pero también compleja.

Pero me piden una valoración del momento presente y la haré a partir de dos reflexiones paralelas.

En primer lugar, debemos mantener lo conseguido que, créanme, es bastante. Es decir, debemos apuntalar ese respeto nacional que nos hemos ganado en tan poco tiempo, y que a medio plazo debe traducirse en un incremento de nuestra presencia en todos los rincones del estado. Pero, en segundo lugar, creo que ahora estamos en condiciones de ganar lo que podríamos denominar “la batalla de Aragón”.

Esta incruenta batalla debe tener dos frentes: Por una parte, lograr que nuestros espectáculos sean vistos por el mayor número de espectadores posibles en nuestra comunidad, no sólo a través de nuestra mayor presencia en diferentes lugares de la misma, sino a través de la habilitación de ciertas fórmulas para que los espectadores potenciales de nuestros espectáculos, residentes en poblaciones donde no existe un lugar adecuado para representarlos, puedan verlos al menos en Zaragoza, o en lugares próximos, como cabeceras de comarca, si existen esos mínimos técnicos y esas infraestructuras adecuadas. En este sentido volvemos nuevamente a encontrarnos con el problema que representa para el CDA la carencia de una sede fija y propia en donde poder exhibirlos durante periodos temporales adecuados. Quiero recordar aquí que, lamentablemente, tanto “Ricardo III”, como, incluso en mayor medida, “Morir cuerdo y vivir loco”, debieron ser retirados del Teatro Principal de Zaragoza en un momento en el que desde hacía varias sesiones se habían agotado las localidades y las colas para conseguirlas daban la vuelta al emblemático edificio de nuestra ciudad, marcando todo un hito en la historia del teatro aragonés.

El segundo frente sería el de los profesionales aragoneses, con los que es necesario incrementar todavía más los vínculos de colaboración.

Al respecto quisiera apuntar, sin embargo, algunas matizaciones.

Cuando hablamos de “profesionales aragoneses” no estoy refiriéndome sólo a las compañías profesionales. Sin duda, éstas han cumplido y siguen cumpliendo un papel destacado en toda una labor de animación cultural que ya dura muchos años y que ha sido tan fértil como necesaria para mantener viva la llama de nuestra actividad escénica. Al fin y al cabo, un centro dramático no puede nunca nacer en mitad de un desierto profesional, como consecuencia de una bien intencionada pero caprichosa decisión política, sino a partir de la existencia de una realidad teatral consolidada, al menos en parte. Pues bien, esa labor teatral ha competido hasta la fecha, de manera exclusiva, a compañías como el Teatro de la Ribera, el Teatro Estable, el Nuevo Teatro de Aragón, Titiriteros de Binéfar, Teatro del Temple, Viridiana y algunas otras, herederas del Teatro de Cámara, Tántalo o La Taguara. En realidad, ellas han cumplido una meritoria función pública, siendo de naturaleza estrictamente privada. Por esa razón, su tarea hay que seguir apoyándola con el mayor de los entusiasmos, y así se hace desde las instituciones y, en particular, desde el Gobierno de Aragón, con ayudas económicas diversas, que, sin duda, es necesario mantener y, si se me permite decirlo, incrementar.

Pero dicho esto, quiero recordar que el perfil de compañía teatral ha cambiado enormemente a lo largo de los últimos años en España, y, por tanto, también en nuestra comunidad, en los que el concepto de teatro independiente tiene ahora otro significado muy diferente al que tuvo hasta los años ochenta. El antiguo concepto de núcleo de producción con trabajadores fijos y estables, coincidentes en una cierta ideología y una estética común, ha pasado al de núcleo empresarial que contrata actores para proyectos concretos, con puntuales excepciones. Los actores y las actrices, por tanto, “no son de nadie”, valga la expresión, excepto una minoría que tienen una vinculación contractual más dilatada y se ven implicados en un proyecto artístico a medio o largo plazo. La reciente aparición del Sindicato de Actores y Actrices de Aragón certifica esta nueva realidad en nuestro propio ámbito. Dicho Sindicato ha seguido los pasos que otras organizaciones similares han caminado antes en otros lugares de España, principalmente en Madrid o Barcelona, proponiendo a las empresas privadas, con mayor o menor fortuna, ciertas reivindicaciones salariales que deberían acabar en un convenio colectivo del sector.

Por eso, cuando se dice, con toda la razón, que el CDA debe contribuir a mejorar el nivel del teatro profesional aragonés, debería entenderse que debería mejorar el nivel de todos sus elementos, o dicho de otra manera, del panorama global del teatro, en donde en puridad también debemos incluir a los directores, escenógrafos, figurinistas, diseñadores de iluminación, diseñadores gráficos, compositores musicales, grabadores de efectos especiales, técnicos, actores, y, por supuesto, al propio público espectador, al que debemos ofrecer propuestas  escénicas interesantes y apetecibles, pero también novedosas, educativas y diferentes a las que desde el ámbito privado pueden ofrecérsele. No debemos convertirnos en protectores de sólo uno de los agentes de la producción teatral, por muy importante que sea, y mucho menos en un centro asistencial de las delicadas economías privadas a las que han llegado algunos proyectos artísticos y empresariales, bastante discutibles en sí mismos.

Tal vez sea esa una de nuestras más complejas tareas: favorecer al conjunto, sin lesionar a nadie en particular, pero sin perder de vista nuestra propia línea de actuación y nuestra propia personalidad como servidores públicos. Incluso creo que entre nuestras obligaciones está la de realizar una labor pedagógica consistente en tratar de evitar no sólo nuestra posible tendencia al solipsismo y a la endogamia, sino ayudar a los demás a que también los eviten,  convenciendo a todos los sectores de la profesión de que todos, sin excepción, son necesarios para mantener la brecha abierta por nuestros predecesores hace bastantes años.

Por eso, me parece oportuno recordar en este sentido que hasta la fecha, el CDA ha contratado, para completar sus repartos, a 35 actores y actrices aragoneses, ofreciéndoles unas condiciones salariales y contractuales similares a los de otros centros dramáticos españoles, pactadas previamente con el Sindicato que les representa de forma mayoritaria. Que en nuestros espectáculos han trabajado técnicos aragoneses, y que la mayor parte de los trabajos auxiliares se han realizado a través de empresas aragonesas y por profesionales aragoneses de muy diferentes especialidades. Esta realidad, poco conocida, debe considerarse como un paso decisivo en la concreción de ese apoyo a nuestros profesionales.

Pero, sin duda, esta favorable intervención del CDA en el panorama general, no debe hacernos olvidar que la asignatura pendiente es ahora mismo la de poner en marcha las coproducciones con compañías profesionales aragonesas, que vamos a iniciar de manera inmediata.

En la próxima edición de la Feria de Aragón en Huesca que se desarrollará dentro en el mes de octubre, se estrenará la primera coproducción. Se trata de “Cigüeñas”, un maravilloso proyecto presentado por los Titiriteros de Binéfar, ejemplo, desde hace muchos años, de virtudes artísticas, y prudencia y capacidad empresarial

Y que a esta primera coproducción le sucederán, sin duda, otras que servirán para establecer puentes de diálogo y colaboración con las compañías. Casualmente hoy aparecen en el Boletín Oficial de Aragón, las bases nuevamente revisadas, después de escuchar diversas opiniones de los interesados, para que éstas presenten sus proyectos de coproducción. Se trata de unas normas que favorecen este tipo de convenios entre lo público y lo privado, de una manera muy generosa y con escasos riesgos para el segundo. Unas normas a las que, sin duda, optarán aquellas empresas más sólidas, más coherentes y con el rumbo estético más claro y definido.

 

  1. PROYECTOS CONCRETOS DE DESARROLLO DE LAS FUNCIONES PREVISTAS PARA EL CENTRO DRAMÁTICO DE ARAGÓN A CORTO, MEDIO Y LARGO PLAZO.

Para responder de manera adecuada a esta tercera cuestión, debo recordar que el CDA es una empresa pública dotada de un Consejo de Administración, que debe conocer primero y aprobar después, los proyectos de producción y las actividades que el Director-Gerente se plantea realizar en cada temporada. Incumpliría, por tanto, mis obligaciones si expusiera proyectos o actividades no aprobadas por este Consejo, e incluso si apuntara cuáles podrían ser éstas.

Quiero recordar, sin embargo, que en la reunión del Consejo de Administración, mantenida el pasado día 24 de Febrero, se dio el visto bueno a las propuestas para el año 2005 que este Director-Gerente presentó, y que incluyen dos producciones propias (“Misiles melódicos” escrita y dirigida por José Sanchis Sinisterra, y “La vida es sueño”, de Calderón de la Barca, dirigida por Mariano Anós.) Del mismo modo, se aprobó la realización de dos o tres coproducciones con compañías aragonesas, la edición de diferentes publicaciones, la organización de cursos, y otras actividades de las que se dio cuenta en una posterior rueda de prensa ofrecida por la Directora General de Cultura y Vicepresidenta del Consejo de Administración del CDA y por mí mismo.

Si los proyectos del 2005 son ya conocidos, tan sólo puedo decir, a modo de declaración de intenciones, que los del 2006 y los de años sucesivos deberían, en mi opinión, respetar los siguientes argumentos:

  1. En cuanto al repertorio propiamente dicho, equilibrar, como hasta ahora se ha hecho, la puesta en escena de textos clásicos europeos y españoles con la de textos contemporáneos. En relación a los primeros, propiciar las miradas escénicas renovadoras, que tengan en cuenta la sensibilidad cambiante del público espectador y las nuevas tendencias del teatro europeo, y en cuanto a los segundos, intentar que sean en la mayor medida posible autores aragoneses quienes tengan la posibilidad de estrenarlos.
  2. Contar con el mayor número posible de profesionales y empresas aragonesas en todos los ámbitos de la producción.
  3. Normalizar las relaciones con el sector privado, a partir fundamentalmente de la realización de al menos dos coproducciones anuales.
  4. Seguir definiendo en la teoría y en la práctica cuáles son los ámbitos de funcionamiento de los sectores público y privado en las artes escénicas, intentando establecer puentes de comunicación y colaboración entre uno y otro, pero respetando las diferencias y las peculiaridades de ambos.
  5. Invitar a participar en nuestros espectáculos y actividades a profesionales nacionales e internacionales de incuestionable nivel, cuyo magisterio y experiencia puedan servir para mejorar el nivel medio de los nuestros y del teatro aragonés.
  6. Incrementar todavía más nuestra presencia en los circuitos de exhibición españoles, de forma especial llegando a acuerdos de colaboración con otros centros dramáticos y teatros públicos, con los que poder intercambiar nuestros espectáculos. Es por esta razón, una vez más, por la que la posibilidad de contar con una sede propia se convierte en altamente necesaria para poder exhibir tanto nuestros espectáculos y como los de los demás.
  7. Intentar llegar a acuerdos con estos centros para que el teatro público producido en España tenga un lugar propio en el contexto de una renovada Red de Teatros Públicos y Auditorios.
  8. Poner en marcha un Plan de Creación de Nuevos Públicos eficaz, relacionado con las iniciativas de la Dirección General de Cultura de crear una red autonómica de teatros públicos. En cualquier caso, poner en marcha campañas, como las que se aplican en otras comunidades españolas y otros teatros europeos, tendentes a incrementar el número de espectadores, pero también a ampliar su capacidad de disfrutar del hecho teatral elevando su nivel de exigencia.
  9. Dedicar una atención específica al público infantil y juvenil, elaborando igualmente actividades dirigidas a él, y campañas de captación de primeros espectadores.
  10. Mantener e incrementar las tareas, pero también los recursos económicos, de nuestro Departamento de Documentación teatral, de cara a poner en marcha ese Fondo Documental de las Artes Escénicas en Aragón.
  11. Elaborar Guías y catálogos de recursos de las artes escénicas que estén al servicio tanto de nuestros profesionales aragoneses como de los programadores, distribuidores, etc.

Francisco Ortega.

Director-Gerente del Centro Dramático de Aragón.

(11 de Abril de 2003) Preentación del libro «Gargallo, un grito en el desierto».

mayo 21, 2009

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Sr. Consejero, Sr. Director General, Félix, Benito, amigos y amigas:

-Creo que fue Jean Louis Barrault el que dijo que toda una vida de teatro podía resumirse finalmente, y en el mejor de los casos, en un pequeño puñado de buenas fotografías. Barrault, al final de sus días, estaba definiendo un rasgo esencial del teatro: es en esencia irrepetible, efímero, y, como decía Rimbaud: «se desvanece como la bruma dejando un poso de esperanza en el corazón de las gentes». Ojalá Rimbaud siguiera teniendo razón en un momento de la historia en que ya casi nada deja un poso de esperanza en el corazón de casi nadie.

-Esto es lo que hace del teatro algo esencialmente diferente a cualquier otro arte. El teatro es, por encima de cualquier otra cosa, el mundo de la paradoja y una de las principales paradojas que encierra es precisamente ésta: su máximo defecto termina convirtiéndose en su gran virtud, su intrínseca fragilidad se convierte en su singular fortaleza, y tal vez en ello radique una de las causas por las que el teatro ha acompañado con mayor o menor protagonismo, con mayor o menos relevancia social, el devenir de la vida de los seres humanos, y es, finalmente, el espejo de costumbres más antiguo de cuantos existen en la tierra.

-Sin embargo, para intentar paliar esta supuesta debilidad, sin traicionar a la esencia de lo inmediato, lo efímero y lo irrepetible, desde hace unos años existen lugares en donde se guarda la memoria escénica a través de diferentes técnicas y soportes que han ido, a su vez, paulatinamente mejorando con el paso del tiempo. No es una casualidad que esos centros documentales estén habitualmente relacionados con centros dramáticos y teatros públicos como el nuestro. Es decir, lugares en donde se contemplan de manera homogénea, coherente y coordinada todas las vertientes y actividades escénicas, a saber, la producción, la distribución o exhibición de la ya hecho, y la documentación.

-Usted, Consejero, fiel a su origen y vacación universitaria, cuando el Centro Dramático era un mero proyecto defendió con todo el ardor la existencia de un espacio en donde se acumulara ordenadamente nuestra memoria patrimonial. Ahora, meses más tarde, cuando ya hemos puesto en marcha la práctica totalidad de nuestras actividades -las producciones que se han presentado en buena parte de nuestra geografía aragonesa, y en parte del territorio nacional-, podemos decir sin ánimo de triunfalismo que nuestro Departamento de Documentación funciona a pleno pulmón y que, en consecuencia, empieza a dar respuesta a los objetivos que se le encomendaron en ese primer momento:

-Se han adquirido los primeros fondos bibliográficos junto con materiales diversos que dentro de unos años, como Vd. no hace mucho dijo servirán de base previsiblemente para decenas de tesis doctorales.

-Se ha comenzado igualmente a recabar información sobre la historia de nuestras compañías, de cara a confeccionar más temprano que tarde un «Libro Blanco sobre el teatro aragonés! y una «Guía de las Artes Escénicas en Aragón» que será, sin duda, un instrumento fundamental para el trabajo de los programadores aragoneses y nacionales, y se han puesto también las primeras bases para realizar un fondo videográfico.

-Desde el Departamento de Documentación se organizó también el «Primer Encuentro de Teatro Público en España» que tuvo lugar durante la pasada edición del Festival de Teatro en Alcañiz, con asistencia de todos los directores de teatros públicos y centros dramáticos en España. En aquel espacio privilegiado y proclive a la reflexión y al conocimiento, pudimos escuchar la experiencia acumulada por los demás a lo largo de estos veinticinco años de teatro público en España, y de esas enseñanzas surgieron ideas, estímulos que marcarán nuestra trayectoria inmediata y solidicarán nuestros lazos de unión con los demás centros.

-Desde ese mismo Departamento, se han organizado en estos meses dos cursos para actores y actrices profesionales, impartidos respectivamente por Franco de Francescantonio y María del Mar Navarro, y un curso pensado para incentivar la escritura teatral en nuestra tierra, en estrecha relación con el Centro Andaluz de Teatro, tal vez el teatro público que más se ha distinguido en este tipo de actividades.

-Ni que decir tiene que todas estas actividades han sido posibles gracias al esfuerzo coordinado de quien ejerce su jefatura, esto es de Alfonso Plou, que, por encima de todo, y como se demuestra precisamente en este libro, es un hombre de teatro que conoce perfectamente el medio, y no sólo desde la perspectiva exclusivamente literaria, y que con su capacidad de trabajo y su templanza ha conseguido todo lo dicho, muchas veces en estrecha relación con las personas del Departamento de Distribución y Nuevos Públicos, Ana Muñoz y María José Marteles.

-Y por último, las publicaciones. Hoy presentamos la segunda de nuestras incursiones en el mundo de la edición teatral en España que tan grandes lagunas y carencias por desgracia exhibe, con notables excepciones como la que representa precisamente en Aragón la línea editorial de la compañía Arbolé.

«Gargallo, un grito en el desierto» es la suma de once voluntades literarias al servicio de una misma idea dramática de Félix Martín, un hombre que comienza a ser impresicindible en nuestro panorama teatral. Un libro que el Centro Dramático decidió editar, dentro del mismo apartado de textos teatrales que hizo su debut apenas unas semanas con la aparición de la versión teatral y novelística de «La agonía de Proserpina», de nuestro internacional Javier Tomeo. Textos teatrales y estudios sobre temas monográficos diversos, junto con semblanzas biográficas, como la ya anunciada sobre Mariano Cariñena que prepara el periodista y escritor Antón Castro, serán nuestras líneas de actuación. Líneas que convergen con el propósito último del Centro Dramático de fortalecer nuestra cultura desde el ámbito específico de las artes escénicas.

Muchas gracias.

Director del Centro Dramático de Aragón

mayo 20, 2009

No puedo evitar dirigirme a todos los presentes,  -personas vinculadas de una u otra manera a la actividad teatral de nuestra región y amigos en general-, y a quienes rigen en estos momentos con sus decisiones políticas los destinos de nuestra organización cultural, para expresar mi máxima satisfacción en un día que considero de especial importancia en la pequeña historia de nuestro teatro.

Pero esta satisfacción no es sólo personal: llevo más de treinta años, inicialmente junto con los compañeros y compañeras del Teatro de la Ribera, del Teatro Estable, de Tántalo, y después con muchos otros, intentando hacer teatro en nuestra tierra y conozco de primera mano, por haberlo sufrido, el esfuerzo añadido que supone remar tantas veces a contracorriente para poder hacerlo. Participé de una manera directa en aquella primera tentativa de crear un Centro Dramático y llevo desde entonces realizando una autocrítica, olvidando las culpas de los demás y centrándome en las mías propias, sobre el error que supuso contribuir a abortar un proyecto que hubiera conformado otra realidad actual muy diferente.

Por estas razones, estoy plenamente convencido de que nuestra comunidad necesitaba la creación de una institución de esta naturaleza que contribuyera de manera decisiva a vertebrar su actividad escénica. Es decir, que, por una parte, sirva para consolidar nuestro todavía endeble tejido profesional, y que, por otra, y de forma gradual pero decidida, favorezca la creación de un nuevo, mejor y más numeroso público espectador en nuestra región. Hace unos días Lluis Pasqual decía que el teatro es “una práctica elitista… para las mayorías”, y he elegido esta cita porque creo que en su sencillez encierra dos conceptos necesarios y que en la actualidad se complementan: el clásico de “teatro como servicio público”, que diera especial sentido en su día con su propia práctica el maestro Jean Vilar, y que sigue teniendo manifestaciones emblemáticas a lo largo y ancho del mundo, y el de autoexigencia artística como norma suprema de quienes a esta actividad nos dedicamos.

Sin embargo, no nos engañemos: el instrumento que debe servir para fortalecer nuestro teatro es todavía un velero muy frágil, expuesto a todo tipo de inclemencias. Entre todos deberíamos esta vez hacer un pacto de sentido común para preservarlo de ellas si pretendemos de verdad que se convierta no sólo en algo útil sino también en una referencia de ética, de transparencia en la gestión y de claridad y autonomía de criterios artísticos. Y en ese sentido, y esto debería quedar especialmente claro desde el principio, tenemos que comprender que no estamos ante la panacea que pueda curar todos nuestros males y carencias, y ni mucho menos el vehículo para enriquecer a unas cuantas compañías o a un puñado exclusivo de actores.

El Centro Dramático que acaba de crear nuestro Gobierno, por iniciativa de la Consejería de Cultura y Turismo, en un acto político generoso, valiente e inteligente de responsabilidad cultural y de compromiso con nuestra historia escénica, debe ser, por encima y sobre todo, un modelo de producción y de gestión teatral públicas, exento de cualquier otro tipo de presiones que no sean las de pretender dignificar globalmente nuestro panorama posibilitando el ejercicio de nuestra profesión y la difusión de sus resultados en nuevas y mejores condiciones.

Señor Consejero: agradezco profundamente la confianza que supone mi nombramiento y creo que al colocarme en este periodo inicial al frente de este fantástico e ilusionante proyecto, independientemente de reconocer la trayectoria de la persona concreta que os habla, estáis reconociendo en realidad el abnegado esfuerzo de otras, muchas de las cuales están aquí presentes, que han contribuido a que tengamos ya una memoria teatral en nuestra región de la que nos podemos sentir orgullosos, tanto con el sudor de su cuerpo sobre los escenarios –y en este momento quiero recordar la figura emblemática de nuestra querida Pilar Delgado, maltrecha en sus últimos años por la enfermedad pero animosa siempre en su ardiente pasión sobre las tablas-, como asumiendo riesgos empresariales, a veces desmedidos e impensables si los comparamos fríamente con nuestros escasos recursos.

Pero reconocer el esfuerzo de todos no significa pretender difuminar la responsabilidad personal que acepto con gran entusiasmo. En mi profundo agradecimiento va implícita también una férrea voluntad de trabajo y un deseo de hacer las cosas bien en este propósito de consolidar un movimiento en el que siempre he creído y al que inevitablemente pertenezco. Sólo os pido, como os decía, tanto a la institución que ha dado este paso al frente, como a quienes vais a ser protagonistas y, en gran medida, beneficiarios principales de la nueva iniciativa, ese apoyo y esa confianza imprescindibles para ponerla en marcha con la serenidad que precisa.

Porque inventarse un teatro público no es una tarea fácil y hacerlo navegar tampoco lo es. Así se ha ido demostrando a lo largo de estos años en aquellos lugares de España en donde iniciativas similares se pusieron en marcha a mitad de los ochenta con un balance global a todas luces positivo, pero con evidentes lagunas también en algunos casos. No hay mal que por bien no venga, y el retraso en crear nuestro Centro Dramático nos permite jugar ahora con la gran ventaja de poder nutrirnos de las enseñanzas que la experiencia de los demás nos han procurado, incorporando sus aciertos y tratando de evitar los errores más significativos y palmarios.

Entre los últimos, el primero -parece claro y ya está dicho-, sería que intentáramos construir un Centro Dramático a espaldas de nuestros profesionales, fascinados por un aldeano prejuicio de que lo de fuera siempre es mejor que lo de dentro. El segundo, que éstos, bajo el pretexto de que algo nace con un fuerte impulso y con más medios de los que ellos disponen, cedan iniciativas que solo a ellos les corresponden y que deben seguir desempeñando con igual dosis de entusiasmo, de generosidad, de rigor empresarial, e incluso de capacidad transgresora o de voluntad vanguardista. Porque el Centro Dramático, en mi opinión, debe venir para tratar de alisar en la medida de sus posibilidades el terreno de todos pero nunca a sustituir a nadie. Esa creo que puede ser su gran fuerza: un modelo de teatro público que se plantea como uno de sus objetivos esenciales fortalecer al teatro privado.

El tercer error sería intentar olvidar quiénes somos, dónde estamos y a quienes nos dirigimos de manera preferente. Hace más de treinta años el director alemán y miembro del Berliner Ensemble, Manfred Wekwerth, escribió que “el fundamento esencial del pequeño colectivo teatral está en preguntarse de qué gran colectivo forma parte…” En este sentido me parece algo más que una esperanza y un antídoto para lo que sería una tentación irresponsable y miope lo que se refleja en el artículo segundo del Decreto de Creación: “El objeto social del Centro Dramático de Aragón es la potenciación, producción, difusión y documentación de las actividades teatrales, con especial énfasis en la consolidación de las señas de identidad cultural aragonesa en la vertiente de las artes escénicas”.

Quiero que mis últimas palabras sean para recordar el lugar en donde he desarrollado gran parte de mi vida profesional en los últimos años: la Escuela Municipal de Teatro. El destino también me puso al frente al comienzo de los ochenta, junto con otras personas a las que mi estimación es superior incluso a mi valoración profesional, de ponerla a funcionar en la dirección adecuada para satisfacer las necesidades que entonces tenía la ciudad de Zaragoza. En mi corazón quedará durante el tiempo que esté al frente de este Centro Dramático el recuerdo de la dedicación y el ejemplo de mis queridos compañeros y de los alumnos y alumnas que han sido y son la semilla y el exponente más claro de que en esta tierra se necesita que exista y se afiance una actividad escénica, rigurosa, profesional y fecunda. Sé que antes o después volveré a ese maravilloso lugar en donde, como en el Nuevo Teatro de Aragón, he vivido las mejores páginas de mi vida profesional y personal. A ellos, y a todos vosotros, os prometo ahora que mi trabajo no tendrá otro objetivo que el de afianzar, en profundidad y con la máxima honradez, lo que ya existe, potenciarlo con toda la ilusión y con los medios de que dispongamos, y entregárselo al público de manera adecuada, intentando abrir vuestro talento, vuestro esfuerzo y nuestra memoria colectiva por todos los confines de nuestra tierra, de España y del mundo.

Muchas gracias.

(El día 21 de Junio de 2002 pronucié este discurso de aceptación de mi cargo como Director-Gerente del Centro Dramático de Aragón en el Salón de Actos del Gobierno de Aragón)

Debate sobre la puesta en escena (Feria de Alcañiz 2001)

mayo 19, 2009

(Moderé un debate sobre la dirección escénica en la edición de 2001 de la Feria de Teatro de Alcañiz. En la mesa estaban Luis Bitria, Joan Ollé, Fernando Bernués, etc. Este texto sirvió de acicate para empezar a hablar.)

 

“En una época tan sombría como la nuestra, los directores de escena, por culpa a la vez de una suma de impotencias y de grandes posibilidades y a causa de una preocupación por el “deber histórico”, tuvieron que separarse del coro de actores, no sin sufrir un desgarramiento interior del que no se curarán nunca.

En el fondo tuvieron que arrancarse de sí mismos para alcanzar un misterioso “limbo”, entre el escenario repleto de luces, voces, gestos humanos, y la oscuridad silenciosa y atenta de la sala, en la que pueden escucharse los latidos. Ellos fueron los que asumieron la pesada herencia y la difícil tarea de “ayudar” al teatro a realizarse, sin que se les permita en cambio prolongar hasta el final su presencia activa. Hacer teatro como algo que ya no nos concierne desde el preciso momento en que salta una chispa en medio de un grupo de seres humanos atrapados en un juego un poco loco, un poco monstruoso, con sus rostros pintados, sus grandes bocas abiertas que gritan y se callan, con los brazos levantados o distendidos, los ojos abiertos de par en par, por la tensión de la inteligencia o el trance de la ilusión teatral. Entonces poco importan ya los estilos o los métodos. Es el teatro el que se impone.

No hay nadie más solitario ni más inútil que el “director de escena” cuando se produce el acontecimiento teatral al que él ha contribuido con un sangriento pedazo de su existencia, y que se consume lejos de él y a menudo en contra suya”.

Giorgio Strehler (Fragmento de una carta a un joven director de escena)

 

El director como un ángel caído del cielo de los actores… El director como un demiurgo solitario y desposeído finalmente de su propia obra, ya en manos de los actores y del público. El director como decía Louis Jouvet, responsable último de establecer “el punto de vista de una noche y de la eternidad”. Para Appia, el director como prestidigitador: “Su arte es proyectar en el espacio lo que el dramaturgo ha podido proyectar solamente en el tiempo”. Para Grotowski el director como farsante: “es quien enseña a los demás algo que él no sabe hacer”. Para Copeau el director como piedra filosofal y centro del teatro: “es el que inventa e instaura entre los personajes ese nexo secreto y visible, esta sensibilidad recíproca, esta misteriosa correspondencia de relaciones, sin las cuales el drama, aunque sea interpretado por excelentes actores, pierde la mejor parte de su expresión”. Para Stanislavski, el director como individuo fuera de serie: “Mi experiencia me dice que no se puede crear un director. Un director nace. Posiblemente se pueda crear una atmósfera favorable en la cual él pueda desarrollarse. Pero tomar un hombre común y corriente y hacerlo director es sumamente difícil. El verdadero director encierra dentro de su propia persona, un director-maestro, un director-artista, un director-administrador. ¿Qué podemos hacer si unos tienen esas cualidades mientras que otros carecen de ellas?”.

Nada menos y nada más. ¿De quién estamos hablando por tanto, de un ángel o de un demonio? ¿De un traidor a su clase que necesita a los demás para vampirizarlos, para explotarlos, de un artesano cuya máxima virtud debería ser la invisibilidad de su trabajo, o de un hombre generoso e inteligente que potencia el talento y la capacidad artística de los demás, conduciéndolos a algún lugar seguro y compartido.

Para tratar de contestar a estas preguntas me parece fundamental que antes de comenzar propiamente el debate invirtamos unos minutos en recordar su origen y las razones que motivaron la separación del mundo de los actores de la que nos hablaba Giorgio Strheler.

En la presentación del libro sobre Mariano Cariñena

mayo 19, 2009

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Consejera, Directora General, Antón, Mariano, amigos y amigas:

 

Cuando uno tiene el honor de estar al frente de una institución como el Centro Dramático de Aragón hay que tomar decisiones fáciles y difíciles. Sin duda, una de las más fáciles ha sido mandar a la imprenta este libro que hoy presentamos y que es el cuarto en nuestro cómputo general de publicaciones a lo largo de nuestra corta pero intensa trayectoria.

Ya son cuatro, aunque los tres anteriores estaban relacionados con los textos de nuestros propios espectáculos, “La Agonía de Proserpina”, o “Morir cuerdo y vivir loco”, o con espectáculos de otras compañías, como “Gargallo, un grito en el desierto”. Hoy inauguramos lo que hemos venido a llamar “Colección Trayectorias” y que intentará ser un espacio editorial en el que se cuente la memoria de nuestro teatro, entresacando y analizado periodos relevantes del mismo, o desmenuzando, como es el caso, las peripecias biográficas y profesionales de protagonistas decisivos en ese mismo panorama teatral.

Decía lo de decisiones fáciles… Creo sinceramente que una de las razones que justifican mejor la existencia de un centro dramático es la de intentar poner en marcha proyectos razonables para no dejar morir el recuerdo de los nuestros y de lo nuestro en el ámbito específico de las artes escénicas. Para eso precisamente se creó nuestro Departamento de Documentación, dirigido por el dramaturgo Alfonso Plou, cuya cabeza bulle de iniciativas  y de capacidad para llevarlas a buen puerto.

En esa línea, recientemente nuestro Consejo de Administración aprobó la publicación de un trabajo del profesor Jesús Rubio que enmarcará tres décadas de ese esfuerzo apasionante y que aparecerá al final de la próxima temporada. Y posteriormente, deberán ir llegando otros libros necesarios y, permítaseme la expresión, “justicieros”. Es decir, libros que pondrán las cosas es su sitio, y que nos contarán y analizarán las trayectorias de personas como Pilar Delgado y su compañía “La Taguara”, o la de los primeros años del teatro de la Ribera, o la del Teatro de Cámara, la de Danilo Nieto de Losada y “Tántalo”, la de Angel Anadón al frente de diferentes etapas de este lugar que hoy nos acoge, y un largo etcétera de materias, personas y periodos en los que la mayoría de los presentes coincidiríamos sin dificultad, por encima de nuestras apreciaciones subjetivas, nuestras tendencias estéticas y nuestras amistades o enemistades. Porque, de una manera o de otra, todos somos deudores del magisterio pragmático y diario de esas personas que las lideraron en momentos difíciles, en los que prácticamente no existían circuitos y las subvenciones eran el mejor y el más improbable de los sueños, y en esas compañías heroicas, en donde había que actuar de vez en cuando, pero en donde siempre era imprescindible planchar, pintar, zurcir, cargar y descargar. Allí, sin escuelas regladas ni aulas confortables, en la intemperie de la escasez de los medios materiales, e incluso de los inconvenientes derivados de la situación política de un país que no reconocía tampoco la libertad de sus ciudadanos para producir y gozar de la cultura, aprendimos la mayoría de nosotros este oficio que todavía sigue siendo el nuestro.

Pero permíteme, Consejera, que acerque el plano hacia mí mismo durante unos instantes. Voy a confesar públicamente que muchas veces he pensado en este día. Un día como cualquier otro, pero un día en que muchas personas queridas nos reuníamos en torno a la figura de una persona que lo ha sido todo en el teatro aragonés, y del que me siento personalmente alumno, amigo y compañero. ¡Cuántas batallitas, Mariano, cuántas discusiones, Mariano, cuántas risas, Mariano, cuántos manifiestos, expedientes, órdenes del día…! Nos hemos pasado los últimos veinte años, en compañía de nuestros queridos compañeros de la Escuela Municipal de Teatro, en un permanente rifirafe intelectual que, lo digo sin asomo alguno de jactancia, ha sido un ámbito de reflexión humana y teatral de primerísimo orden en esta ciudad. Me siento, como tú también confiesas en estas páginas, profundamente feliz y orgulloso de haber estado ahí con vosotros, reflexionando sobre cómo debía concretarse un proyecto educativo cambiante y vital, que siempre aspiró a ser útil al teatro y a Aragón.

Mariano: te mereces este hermoso libro escrito por Antón Castro, y te mereces este homenaje que el Centro Dramático de Aragón ha querido hacer coincidir con el Día Mundial del Teatro. Te mereces que estemos aquí y que estas páginas que sintetizan tu pensamiento, condensadas por un periodista que conoce muy bien los entresijos de la creación artística, te perpetúe y perpetúe tu memoria, a ti que aún te queda tanta vida y tanta energía por delante para seguir polemizando, enseñándonos y creando nuevos espectáculos.

Por último, quisiera agradecer muy sinceramente a todos cuantos han colaborado en el libro. Al mencionado Alfonso Plou, las personas que han cedido material gráfico o escrito,  a quienes le han refrescado la memoria a Mariano, en especial a quienes lo hacen habitualmente sin necesidad de que nadie se lo pide, es decir a Marisol Albiac y a Bucho Cariñena, a Angel Lalinde y “Doble Color”, que han realizado propiamente el diseño y la edición, a Ana Muñoz y a Juncal Aparisi, que han desempeñado misiones discretas, pero imprescindibles, y, naturalmente a quien lo ha escrito: Antón Castro.

Muchas gracias.