Archive for the ‘Textos en Roberto Zucco (blog)’ category

Mitomanías (y 5)

junio 18, 2009
George Harrison

George Harrison

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Me parece una buena manera de acabar este recorrido por mis propias mitomanías refiriéndome a las personas que no he conocido y me hubiera gustado conocer.

Manuel Azaña

Manuel Azaña

Es el caso de Manuel Azaña, el Presidente de la II República. He leído ávidamente sus escritos, sus biografías. Le considero un hombre doliente, tal vez demasiado humanista y con un poso intelectual demasiado profundo como para ser un político pragmático. De su generación, en ese Madrid prebélico de los señoritos fascistas, de Chicote y de las tertulias literarias, me hubiera hecho gracia conocer a Ramón Gómez de la Serna y disfrutar de su talento en el Café del Pombo, e incluso me hubiese animado a subir con él a ese elefante, aunque solo fuera para sostenerle las cuartillas durante la mítica conferencia que impartió en las alturas del gigantesco cuadrúpedo. No hubiera aguantado más que un par de horas con Unamuno, una con Pio Baroja y media con Ortega y Gasset, pero las hubiera aguantado. Creo que con Valle Inclán podría haber estado una tarde entera y creo que hubiera sido capaz de preguntarle si la barba al dormir se la dejaba por fuera o por dentro de las sábanas.

Marlon Brando

Marlon Brando

También me gustaría decirle cuatro cosas a Al Pacino, pero sobre todo me gustaría verle ensayar algún monólogo de Brecht. A Marlon Brando me hubiera gustado llevarle un café durante el rodaje de “El último tango en París”, para que me contara entre sorbo y sorbo los pormenores de otro: el de “Un tranvía llamado deseo”, a las órdenes de Elia Kazan dos años antes de yo nacer. Ya puestos, hubiera dado un ojo de la cara por asistir a alguna clase de Lee Strasberg, un día que hubiera sacado a hacer una improvisación a Marilyn Monroe, en el Actor´s Studio de Nueva York. Y no sé qué hubiera hecho si Woody Allen me hubiera invitado a ser su ayudante en el rodaje de Manhattan por las calles de la ciudad, o en el interior del “planetarium” al lado del Museo de Historia Natural.

Luis Buñuel

Luis Buñuel

Con Buñuel me hubiera ido al fin del mundo, y especialmente al restaurante “Le Train Blue” en París a compartir unos profiteroles, y echar de menos con él los atardeceres de Zaragoza. Seguro que también hubiésemos hablado mucho sobre los jesuitas, nuestros comunes educadores. Me imagino con mi paisano llevando por Madrid esa cabeza de burro muerto que sabe dios dónde encontramos… Un jueves lluvioso en París con Cesar Vallejo y Pablo Neruda no hubieran tampoco estado nada mal, aunque se hubiera enfadado Georgette Vallejo, y ejercer de carabina una tarde con Albert Camus y María Casares por las callejuelas del boulevar Saint Germain me hubiera colmado de gozo a mí y de desesperación a ellos. Tampoco me hubiera importado moderar en la Brasserie Lipp una comida silenciosa con Samuel Beckett y Emile  Ciorán, mientras nos acomodábamos en el estómago una buena porción de codillo con choucrout. A los postres podría haberse presentado Giuliette Grecó para animar la velada.

El Real Zaragoza de "Los magníficos"

El Real Zaragoza de "Los magníficos"

No me hubiera importado compartir una concentración antes de algún partido importante con Johan Cruijff, por ejemplo antes de aquel 0-5 en el Bernabeu, con Pelé en Sao Paulo, o haberme ido de copas alguna noche por la parte alta de Barcelona con Diego Armando Maradona. Un paseo por el Retiro de Madrid con Raúl tampoco me hubiera importado, qué duda cabe. Y mis ambiciones deportivas se hubieran colmado plenamente jugando unos minutos con Marcelino, Villa y Lapetra ante los ojos de mi padre, o dándole el pase a Nayim el día que el Real Zaragoza ganó la Recopa de Europa frente al arsenal en el Campo de los Príncipes de París.

Paul Auster

Paul Auster

En su casa de Brooklin me encantaría que Paul Auster me adelantara algún capítulo de su nueva novela, y ya puestos a imaginar, estaría dispuesto a pertenecer a la compañía de Molière durante un par de meses, justo antes de que sus miembros se establecieran en el Palacio del Rey Sol. Si hubiera podido elegir oficio dentro del “Ilustre Teatro” me hubiera gustado ayudar a vestir a Theresa Duparc antes de salir a escena con un traje morado y con un gran escote diseñado por la mismísima Madeleine Bejart. Al maestro Jean Babtiste Poquelin, burlando todas las lógicas temporales, me hubiera gustado leerle un fragmento de “Seis personajes en busca de autor”, de Luigi Pirandello, texto que sin duda le hubiera ayudado a escribir su “Impromptus de Versalles”. También le hubiese preguntado muchas cosas a Shakespeare, en una de esas noches tabernarias que tanto le gustaban, a Cervantes, a Quevedo, a Montaigne, a Kafka, a Borges, y con Koltés no habría sabido exactamente qué decirle, pero algo se me habría ocurrido tarde o temprano de camino a los urinarios de la estación de Austerlitz en donde le hubiera dejado solo.

Rolling Stones

Rolling Stones

Si alguna vez hubiera sabido tocar bien la batería hubiese acudido a las audiciones de Supertramp, Pink Floyd, King Krimson, Rolling Stones, Pink Floyd y actualmente a las de Travis y Keane. Creo que mi estilo personal de tocar este instrumento, más rockero y contundente, no le vendría demasiado bien al de Jacques Dutronc ni al de su esposa Françoise Hardy, pero al menos lo intentaría también, como con Jane Birkin, Lucio Dalla, Paolo Comte y Giani Morandi. Me hubiera gustado ser de alguna utilidad para Beethoven, prestándole uno de mis oídos y para Mozart prestándole cincuenta euros para paliar sus apuros.

Imagen del Mayo del 68

Imagen del Mayo del 68

Neil Armstrong y yo pisamos la luna juntos después de unos instantes de vacilación: “¿quién va primero, tú o yo?”, le dije a las 22 horas y 56 minutos, hora estadounidense, de aquel 20 de Julio de 1969. Antes me había preparado físicamente a conciencia en las calles del barrio latino corriendo delante de los guardias y haciendo el amor con una joven morena, alta y con flequillo, en una boardilla cercana al Polly Magoo.

 

Carmen Kass

Carmen Kass

Me hubiera gustado también llevarle flores alguna vez a Brigitte Bardot, Marie Laforet, Sophia Loren y ahora mismo a Sandra Bullock, Angelina Jolie, Lena Headey, Halle Berry, Charlize Theron, Carmen Electra, Carla Bruni, Carmen Kass, iconos de eterna belleza,  y otras muchas señoras y señoritas a las que admiro en diferentes facetas de la vida.

Pero al que verdaderamente me hubiera gustado conocer es a George Harrison. Aunque hubiera sido diez minutos. Una vez tuve un extraño sueño: coincidimos en la sala de espera de un hospital. Estábamos él y yo solos, y la conversación en español sin subtítulos fue tranquila y suave. Me dijo, creo que recordar, que a lo largo de la vida era imprescindible saber morir. Algo así les dijo a Ringo y a Paul en un hospital de Nueva York poco antes de que su mujer Olivia, su hijo Dhani y yo arrojásemos sus propias cenizas en el río Ganges.

Sí, yo también estaba allí aquel día, silencioso y triste, despidiendo para siempre a un hombre que ejerció sobre mí una atracción extraordinaria. Ahora sí que era imposible que los Beatles se juntaran de nuevo.

Mitomanías (4)

junio 18, 2009
Con Fernando Fernán Gómez

Con Fernando Fernán Gómez

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En el campo de la política me dejó una imagen muy cálida José Luis Rodríguez Zapatero, a quien conocí unos días antes de ganar las elecciones y pasar a ser presidente del Gobierno de España. La casualidad hizo que este hombre, inteligente, cabal y simpático, y yo coincidiéramos en un meeting de su partido al que me invitaron. No nos conocíamos de nada, pero creo que simpatizamos pronto y me contó algunas intimidades personales e intuiciones políticas, por ejemplo alguna con respecto a José María Aznar, que después la realidad y las circunstancias confirmaron con creces.

Tierno Galván

Tierno Galván

 En este capítulo debo incluir el encuentro fugaz pero divertido con Enrique Tierno Galván, en aquel momento alcalde de Madrid. Coincidí con él en un despacho del Centro de la Villa de Madrid, y nos presentó Eduardo Huertas, el entonces director de programación. Ambos estábamos invitados al estreno del espectáculo de una compañía brasileña. En un momento en que el alcalde y yo nos quedamos solos, me dijo: “me temo, señor Zucco, que la representación de hoy va a ser un coñazo…” ¡Qué razón tenía Don Enrique! El no lo sé, pero yo desaparecí en el primer entreacto.

Simon Peres

Simon Peres

 Por último, recuerdo que en Jerusalem, la primera noche de una estancia salpicada de anécdotas y curiosas peripecias, me presentaron a Simón Peres, que me causó también una magnífica impresión. En ese momento Peres era Ministro de Exteriores y entró casualmente en el restaurante en donde estábamos cenando el director Robert Bedós, una periodista francesa de cuyo nombre no me acuerdo, un funcionario del Ministerio de Cultura israelí que oficiaba de anfitrión, y yo. Hablé con él durante unos minutos en un perfecto español, y me dijo cosas sobre España que me rebelaron no solo un conocimiento exhaustivo de nuestro país, sino una gran capacidad para analizar la realidad política internacional. En su rostro se reflejaba un deseo y una esperanza para la paz en oriente medio, algo que no encontré en casi ninguno de los políticos y personas de la cultura en Palestina que había conocido días antes.

 Me dejaron, sin embargo y por razones diferentes, una imagen borrosa algunas personas que no por eso he dejado de admirar y valorar en sus respectivos oficios. Ser simpático no es un requisito ineludible para ser brillante. Por ejemplo, el cantante Hilario Camacho, perdido en sus reflexiones y amarguras, Amancio Prada, los críticos Joan de Sagarra y Eduardo Haro Tecglen, el filósofo Fernando Savater, los directores teatrales Salvador Távora y Lluis Pasqual, y bastantes más, tal vez porque el talento innegable de todos ellos se escondía detrás de un muro que para mí resultó en ese momento infranqueable.

Maribel Verdú

Maribel Verdú

Por el contrario me ha gustado tener relación profesional y personal con Maribel Verdú (fui su primer director en teatro siendo ya una actriz muy conocida en el cine, y siempre me lo  recuerda con gran cariño), Antonio Valero, Gerardo Malla, un maestro cercano y amable, Tony y María Isbert, una mujer increíble donde las haya, Joaquín Hinojosa, ahora uno de mis mejores amigos, Ramón Barea, Paco Casares, José Luis Pellicena, con quien la amistad, sin embargo, se fue enfriando, el autor José Sanchis Sinisterra, el director argentino David Amitín, el escritor oscense Javier Tomeo, a quien me presentó mi querido Joan Ollé en Barcelona en el restaurante Flor justo cuando llevaba leídas al menos cinco novelas suyas seguidas, en una comida en la que también asistieron el crítico Marcos Ordóñez y el periodista y escritor Joan Barrill. Hace poco conocí a dos mujeres periodistas que las incluyo en la nómina de buenas amigas: Pepa Bueno, inteligente y magnífica, conductora de “Los desayunos de la 1”, de TVE, y Silvia Tarragona, mordaz, culta y graciosísima, que en las madrugadas conduce con gran acierto en Radio Nacional de España el programa “Imaginario”. Y, por supuesto, no puedo olvidarme de José Antonio Labordeta, admirable por tantas cosas, que me animó y ayudó siempre en todo lo que le pedí.

Joan Manuel Serrat

Joan Manuel Serrat

Pero hubo dos personas que su “directo” literalmente me arrolló: me refiero a Joan Manuel Serrat y a Fernando Fernán Gómez.

Serrat (Tarres) es un hombre increíblemente interesante, cálido, inteligente. Transmite dos cosas a la vez: serenidad y talento, siempre a través de un lenguaje cordial, modesto y cercano, nunca exento de un fino sentido del humor, de una suerte de permanente y profundo rigor intelectual y personal. Comí con él poco después de su reaparición pública tras su operación quirúrgica y poco más tarde, en un recital al que asistí con Isabel, nos dedicó “Mediterráneo” a ella y “No hago otra cosa que pensar en ti” a mí. Hace poco compartí sus nervios en Zaragoza al comienzo de su gira con Joaquín Sabina en la que ambos están sencillamente soberbios.

Con Emma Cohen en Expo 2008

Con Emma Cohen en Expo 2008

Fernando, por último, es un compendio de sabiduría, experiencia y libertad de espíritu. Fernando es un amigo y me honro de poder decirlo. Fernando creo que me quiere bastante, y yo, desde luego, le quiero, y ambos, cada uno a su manera, queremos a Emma Cohen, la joya de la corona de una casa a las afueras de Madrid en donde el cielo y las estrellas están debajo del techo, y no por encima.

Mitomanías (3)

junio 18, 2009
Thierry-Hancisse, actor de la Comedie Française

Thierry-Hancisse, actor de la Comedie Française

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En cuanto al trato personal, a lo largo de mi vida profesional he tenido la oportunidad de tener una relación más o menos cercana con algunas de las personas por las que sentía en ese momento una profunda admiración. En algunas ocasiones, de la admiración pasé al cariño, y en bastantes al cariño recíproco, traspasando con mucho la frontera de las relaciones laborales. Seres en su mayoría brillantes y magníficos, ejemplos de superación para mí, de los que siempre recibí algún consejo, alguna idea valiosa, algún detalle de generosidad.

Eliseo Subiela

Eliseo Subiela

Me impresionó recientemente, por ejemplo, la sencillez del cineasta argentino Eliseo Subiela, un hombre que me esperaba sonriente a pesar del retraso con el que llegué a la cita que me concedió en un hotel de Buenos Aires. También la coreógrafa alemana Pina Bausch, por la que tengo una admiración extraordinaria y a la que considero la inventora de una danza que tiene mucho de teatro, incluso de teatro de texto, sin palabras. Con Pina apenas estuve unos minutos en la puerta de un teatro en Madrid, pero su mirada me llenó de paz interior. He estado también varias veces con la directora teatral francesa Ariane Mnouchkine. La primera vez en el Festival de Avignon, el año en que su compañía, Le Theatre du Soleill, vivía una crisis profunda. Después la he visto en París varias veces, y siempre me dio una imagen de reciedumbre moral, de talento y de absoluta ausencia de divismo. Con Peter Brook tuve una relación anecdótica: en su teatro Bouffes du Nord, al norte de París, me colocaron casualmente a su lado para asistir a la representación de unos de sus espectáculos. El, en la penumbra de la sala, sacó un pequeño cuaderno y estuvo anotando durante todo el espectáculo las correcciones y mejoras que después les iba a pedir a sus propios actores. Ni que decir tiene que yo perdí la perspectiva del espectáculo desde el principio y me concentré en su autor a través del rabillo de mi ojo derecho.

Imma Colomer

Imma Colomer

Fueron importantes, por razones diversas, mis contactos y entrevistas con algunas personas del mundo del escenario. Por ejemplo con el director  José Luís Gómez, a quien considero en algunos asuntos mi maestro y a estas alturas de la vida, un buen amigo. Fui muy afortunado de quedar a comer tres veces con Jean Pierre Miquel, siempre en un restaurante de la plaza de la Bastilla de París que a él le encantaba y en donde me solía citar para hablar de un proyecto que se truncó paralelamente a su propia existencia. Jean Pierre había dejado de ser director de la Comedie Française hacía muy poco tiempo, y estaba gravemente enfermo. Conocía admirablemente bien el teatro clásico español, en especial a Tirso de Molina. Me dedicó su libro “La Ruche, mythes et réalités de la Comedie Française”, y a los pocos días de la tercera cita murió. Siempre lo recordaré como un hombre amable y sabio, que guardaba un secreto que sólo él sabía (después entendí que era la certeza de su propia muerte inminente), y que me dio un par de consejos realmente valiosos.

Jean Pieere Miquel, antiguo director de la Comedie Française

Jean Pieere Miquel, antiguo director de la Comedie Française

De esta compañía pública francesa, heredera de la del propio Molière, tuve también una excelente relación con Thierry Hancisse, actor de origen belga, con la quien la casualidad me había hecho coincidir machaconamente en diferentes lugares de París, y a quien le propuse un proyecto que le entusiasmó pero que finalmente tampoco pudo llevarse a cabo.  También recuerdo con gran cariño al director suizo Felix Prader, un hombre inteligente y complejo. Recientemente he conocido a Pichón Baldinú, director de la compañía argentina Delaguarda, otra persona fascinante y cercana, que se pasa el día volando por los lugares de la creatividad. Qué decir de mi “novio” Juanito Ollé, pura brillantez y sensibilidad, y del fallecido Adolfo Marsillach, con quien me corrí una juerga extraordinaria en una noche zaragozana de comienzos de la democracia cuando él interpretaba junto a José María Prada, otro gran actor, un personaje de “El arquitecto y el emperador de Asiria”, de Fernando Arrabal.
Pepe Rubianes

Pepe Rubianes

De una manera o de otra, son importantes también para mí  los momentos compartidos con actores como Josep María Flotats, Ferruccio Soleri, primer actor del Piccolo Teatro de Milano y hombre de confianza de Giorgio Strehller, a quien conocí en Lisboa, Pepito Rubianes, que me transmite siempre optimismo y buen rollo, con el que casi me fui a vivir a Cuba una noche de caos, y Albert Vidal, que se vino a vivir a mi casa en el casco viejo de Zaragoza durante medio año y allí preparó uno de sus más conocidos espectáculos vanguardistas que le hicieron recorrer el mundo.

Con Pichón Baldinú, en la última función de "Hombre Vertiente"

Con Pichón Baldinú, en la última función de "Hombre Vertiente"

Con la actriz Imma Colomer, fundadora del Teatre Lliure, de Barcelona, tuve un encuentro alucinante, más bien un topetazo, tras una representación del Circo Aligre hace bastantes años. Ahora es una amiga del alma que asiste en primera fila a los momentos más importantes de mi vida.

Y, por último, dejar constancia de que no había copas suficientes para beber la noche que Juan Diego me presentó a Juan Echanove, allá por el principio de los ochenta. Juan no era todavía demasiado conocido, pero su técnica y talento ya eran manifiestos en una puesta en escena de “Ivanov”, de Chejov, con dirección de su amigo Jorge Eines. La noche, como digo, se hizo muy larga, y él exhibió una de sus especialidades: realizar imitaciones magistrales de algunos personajes conocidos y algunos profesores suyos de la Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid, de la que todavía era alumno. No recuerdo haberme reído tanto en mi vida y él siempre que me ve me dice que tenemos que repetir aquellas gestas.

Mitomanías (2)

junio 18, 2009
Sentado en la mesa del jardín de la familia Brecht

Sentado en la mesa del jardín de la familia Brecht

 

 

 

 

 

 

 

 

El día 8 de Diciembre de 1980, el sicópata Mark David Chapman, después de pedirle un autógrafo, le asestó seis balazos a John Lennon en la puerta de su domicilio, en el edificio Dakota, situado en el número 1 de la calle 72 Oeste de Nueva York. Un edificio construido en 1881 que siempre ha estado rodeado de un halo de mal fario. Recuérdese al respecto la película de Román Polanski “La semilla del diablo”, filmada en 1961. Se terminó así de un plumazo la posibilidad de los cuatro músicos de Liverpool volvieran a reunirse en un estudio de grabación, algo que desde siempre sus seguidores habíamos mantenido el saco de nuestras mejores esperanzas, aunque fueran remotas.

 Enfrente del Dakota se encuentra ahora “Strawery Field”, una zona de Central Park que fue bautizada utilizando el título de la canción incluida en “Magical Mistery Tour”, compuesta por Lennon para los Beatles y que fue diseñada por el arquitecto y paisajista Bruce Kelly. Debo confesar que no ha habido viaje a esta ciudad en donde no me haya acercado a ese lugar para rendir un silencioso homenaje al músico asesinado, que representa, junto con George Harrison, una página abierta de manera permanente de mi vida personal. Allí, en una zona acotada, llena de referencias a la cosmovisión del músico inglés, suelen concentrarse (solemos concentrarnos) sus admiradores de un modo respetuoso y correcto.

Woody Allen

Woody Allen

De Manhattan recuerdo también con gran cariño la tarde en que escuché junto a Nieves, mi compañera entonces y madre de mi hijo, a Woody Allen tocar el clarinete en el Michael’s Pub. Previamente habíamos disfrutado viendo cómo se bebía tranquilamente una coca cola en la mesa contigua a la nuestra en compañía de su reciente compañera coreana.

Berlín fue para mí hace unos años, el lugar donde el tiempo se detuvo media hora y, junto con mis amigos Felix y Sara, tuve la suerte de pasear por la casa de Bertold Brecht y su esposa, la actriz Helen Weigel. Hicimos fotos, tocamos los muebles y los enseres domésticos de la pareja, acariciamos algún ejemplar de la librería –en concreto, el Fausto, de Goethe-, y miramos por el ventanal desde el que ellos descubrían cada mañana un pequeño jardín en donde ahora reposan precisamente sus propios restos. Parecida sensación a la sentida hace tan solo unas semanas, y que intento explicar en un post reciente, en la casa-taller de trabajo de Konstantin Stanislavski, en Moscú. Los dos grandes del teatro disponían de moradas razonablemente confortables, pero exentas por completo de elementos ornamentales vacuos. Por el contrario, un aire de esencialidad flota en ambos espacios interiores y en sus objetos. Parecido al que se respira ahora mismo en casa de Jean Claude Carrière, en París, dramaturgo de Peter Brook, biógrafo y guionista de seis o siete películas de Luis Bueñuel, en donde estuve invitado en tres ocasiones.

Antonio Gala en su casa de Madrid

Antonio Gala en su casa de Madrid

Las casas… Recuerdo que me impresionaron mucho las de Antonio Gala, en Madrid, a la que me invitó cuando yo tendría apenas veinte años, esta sí que lujosa y bellamente recargada; la de Lluis Llach en la plaza de San Jaume en Barcelona, de la que recuerdo un enorme piano de cola y las paredes prácticamente vacías; la de Albert Boadella, cercana a la cúpula, el lugar donde ensayaban sus espectáculos Els Joglars, una masía llena de cuadros y libros, entre otros los de Dolors Caminal, su esposa y también amiga mía. Esa casa se la quedó finalmente otro amigo, el actor fetiche de la compañía, Ramón Fontseré con quien he compartido horas de intimidad en el fragor de algunos bares.

Casas, cada una diferente a la otra, pero todas hechas a imagen y semejanza de las personas que las habitaban, como no podía ser de otra forma. Como la de Nuria Espert, enfrente del Teatro Real de Madrid, en la que estuve hace algunos años con José Monleón y José Sanchis Sinisterra, entre otras muchas personas, y a la que he vuelto recientemente un par de veces, de un refinado buen gusto, llena de libros y de recuerdos personales: premios, cuadros, dibujos de Rafael Alberti, etc.

Mitomanías (1)

junio 18, 2009
En la tumba de César Vallejo

En la tumba de César Vallejo

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A lo largo de mi vida he sentido admiración profunda por muchos artistas e intelectuales: escritores, músicos, actores, directores de escena… Sin embargo, hay pocos que han traspasado la frontera de la mitomanía. Es decir, soy un mitómano, sí, pero un mitómano muy selectivo. 

Saco esto a colación después de haber leído un magnífico post escrito por Javier Rioyo sobre el asunto, en su no menos magnífico blog,  www.blogs.elboomeran.com. que desde ahora recomiendo. Como le ha ocurrido a Rioyo, periodista, escritor y actualmente conductor de “Extravagario”, programa que emite la 2 de TVE, París ha sido una de las ciudades especialmente importantes en mi modesta pero firme trayectoria como mitómano. Dentro de la ciudad, sus tres principales cementerios son lugares especialmente estratégicos: el de Montparnasse, el de Père-Lachaise, y el menos conocido de Montmartre.  

Del primero, recuerdo con auténtica emoción el hallazgo de la tumba de César Vallejo, el poeta sobre cuya obra comencé y no concluí una tesina en la Universidad de Barcelona a mediados de los setenta. Encima de su tumba hallé una piedrecita, que alguien abandonaría de manera intencionada y que me traje a mi ciudad en un acto del que después me he arrepentido miles de veces. En la lápida (ver foto) me conmovió leer esa frase extraída de su conocido poema: “Yo nací un día que Dios estuvo enfermo”. También se puede leer: “J’ai tant neige pourque tu dourmes, Georgette” (“He nevado tanto para que durmieras, Georgette”) Allí estuve sentado más de una hora, recordando sus poemas, “sus jueves parisinos con aguacero”, su relación de amor con Georgette, la mujer que sentía celos de Pablo Neruda, la manera como el poeta le describía a su madre la grandeza de la ciudad en la que vivió y murió finalmente. Junto a la de Vallejo, están también las tumbas de Eugène Ionesco, Samuel Beckett, Jean Paul Sartre, Simone de Beavoir, Charles Baudelaire, Margaritte Duras, el cantante Serge Geinsbourg, y tantos otros, que reciben cada día centenares de vistas, muchas de las cuales dejan su testimonio en forma de ramo de flores, tarjeta de visita o simple cajetilla de cigarrillos. 

Cementerio Pere Lachaise, de París

Cementerio Pere Lachaise, de París

En el Père-Lachaise, el más grande de París, ubicado en el distrito XX y concebido por el arquitecto Alexandre Theodore Brongniart, descubrí emocionado la tumba de mi admirado Molière, pero también la del pianista Michel Petrucciani, o la de Jim Morrison, el controvertido cantante de The Doors, que es siempre una de las más concurridas. Allí también están, entre otras muchas, las tumbas de Apollinaire, Maria Callas, Alfred de Musset, Marcel Proust, Isadora Duncan, la más reciente de Gilbert Becaud, etc. 

Pero debo destacar la emoción que sentí una fría mañana de invierno en el Cementerio de Montmartre, localizado en el 37 de la Avenue Samson, en el 18 arrondisrement, donde se encuentra la tumba de Héctor Berlioz, Alexandre Dumas hijo, etc. Yo buscaba la de Louis Jouvet, maestro de maestros, de quien acababa de leer varios textos sobre dirección de actores y sobre la experiencia del “Cartel”, el colectivo de directores de escena (Pitöeff, Dullin, Baty y el propio Jouvet) que cambió las directrices del teatro europeo a finales de los años veinte. Encontré finalmente la tumba de Jouvet, pero antes de hacerlo me di cuenta de que mis pies estaban nada menos que encima de los restos de Bernard Marie Koltès, al que considero como  uno de los dramaturgos más importantes del siglo XX, autor entre otros textos de “Roberto Zucco”, “En la soledad de los campos de algodón”, o “Muelle Oeste”. No quiero confesar públicamente lo que se me ocurrió hacer en ese momento, una acción en consonancia con la tormentosa vida de este genial escritor, muerto en Abril de 1989 y paradigma perfecto de los conflictos, pasiones y enfermedades de finales del siglo XX. 

Delante del Café "Les Deux Magots"

Delante del Café "Les Deux Magots"

Pero París, claro está, no son solo sus cementerios desde esta perspectiva mitomaníaca. También existen Pigalle con sus tugurios frecuentados por los surrealistas, el boulevard Montparnasse con mi adorados cafés de las que era asiduo Luis Buñuel (El Select, la Coupole, la Closerie des Liles, o la Rotonde), y el boulevard Saint Germain, con los no menos queridos Brasserie Lipp, Le Café de Flore o Le deux Magots, mi preferido, espacios de creación y debate intelectual para Albert Camus, María Casares, Sartre, Beauvoir, etc. Y qué decir del barrio latino, la plaza y el boulevard de Saint Michelle, que han sido lugares que por razones diferentes jamás olvidaré.

Ya conté en mi blog las sensaciones que viví en el primer viaje a comienzo de los años ochenta, en donde la casualidad me llevó hasta la iglesia de Saint Severin un jueves santo, en donde una anciana de pelo blanco bailaba una danza de cuyos compases era ella la única conocedora. Nosotros veíamos bailar a una diosa de la mitología, componiendo una mágica imagen, extraída de alguno de los mejores libros de Cortazar. Poco después el azar me llevó hasta le “Polly Maggo”, situado enfrente justo de la iglesia, un bar infecto pero entrañable, de mesas de madera apolillada  y permanente olor a humedad y aguardiente, en donde escuchar a Paco Ibáñez, Leo Ferré y Jacques Brel fue una costumbre mantenida desde hacía décadas. A ese lugar volví siempre, viaje tras viaje, porque, según me explicaron unos tipos completamente borrachos allí mismo, y Emma Cohen me ratificó después, los jóvenes airados del Mayo del 68 tenían aquí uno de sus campamentos base.  

Pocas decepciones tan grandes como la que sufrí el día en que pude comprobar que tanto este pequeño espacio, como el edificio que lo contenía, situado en la rue Sain Jacques, a pocos metros del boulevard Saint Germain, había sido demolido.

En casa de Stanislavsky

mayo 23, 2009
La casa/museo de Stanislavsky

La casa/museo de Stanislavsky

La gente que nos dedicamos al teatro tenemos un gran respeto por la figura de Konstantin Stanislavski. Muchos no creen demasiado en lo que ha venido a llamarse su “método”. Incluso hay algunos que lo consideran superado y hasta peligroso. Pero otros creemos que en él están contenidos algunos de los hallazgos más importantes para comprender y practicar el arte de interpretar encima de un escenario.

En mi caso, al menos es así. Entiendo que muchas de las cosas que Stanislavski escribe son la consecuencia lógica de las circunstancias específicas de su tiempo. Por lo tanto, su aplicación actual es anacrónica y poco aconsejable. Sin embargo, el meollo de su reflexión sigue vigente. ¿Cómo conseguir que un actor pueda incorporar y transmitir la sensación de vida real de su personaje encima del escenario, un lugar en donde paradójicamente es bastante difícil hacerlo? A partir de esa pregunta, Stanislavski elabora una serie de teorías en las que tiene en cuenta múltiples aspectos pero que podríamos dividir básicamente en dos. En primer lugar estaría la relación del actor consigo mismo: cómo entrenar el cuerpo y la mente para revivir y aprovechar emociones y recuerdos. En segundo, la relación del actor con ese personaje que, en realidad, no es más que un montón de palabras a las que hay que dar una forma escénica en relación con otras y en relación a una acción dramática. Me he pasado muchos años de mi vida leyendo sus escritos, y he invertido mucho tiempo explicando a mis alumnos mis propias conclusiones y motivándoles para sacar las suyas propias.

El aula donde enseñaba

El aula donde enseñaba

Por eso, sentí una emoción intensa en el momento en que entré en la casa en la que vivió durante sus últimos dieciocho años, desde 1920 hasta 1938, donde murió a los setenta y cinco, y en donde trabajó con sus alumnos/actores, especialmente cuando sus enfermedades le impedían salir a otro lugar. En esta casa museo también se encuentran las dependencias de su mujer, la actriz María Lilina.

La mansión dieciochesca está situada en el centro de Moscú. Se entra a la misma por una especie de patio interior y es necesario subir unos vetustos escalones de madera para llegar al primer piso. Allí nos recibe un hombre que nos advierte sobre la imposibilidad de hacer fotos a menos que se paguen cien rublos por cada una. La otra posibilidad es adquirir un folleto en donde todo está debidamente fotografiado.

En la entrada me llama la atención de manera especial una mesa de mármol blanco en donde el grupo realizaba su trabajo de análisis y reflexión sobre los textos dramáticos. Es muy interesante ver al lado el aula, una especie de pequeño teatro con unas sillas, un piano, y un sillón para el maestro en donde éste impartía sus clases. Pero lo más emocionante para mí fue penetrar en su cuarto de trabajo. Allí están, entre otros muebles y objetos, su librería y su escritorio de madera oscura en donde la dirección de la casa ha dejado unos papeles escritos de puño y letra por Stanislavski. A esta dependencia se entra por la mítica puerta que sirve para que sus alumnos comiencen a hacer adecuadamente sus improvisaciones y ejercicios y a la que se refiere una y mil veces en sus propios textos.

Al fondo, el escritorio.

Al fondo, el escritorio.

Cada una de estas dependencias era mostrada por una persona diferente, todas ellas mujeres. Primero le explicaban a Nathalie de forma pormenorizada todos los detalles de las mismas, naturalmente en ruso, y mientras yo aprovechaba para leer una hoja mugrienta escrita en francés. Finalmente, mi amiga me hacía un perfecto resumen de lo que le acababan de contar.

El sillón desde donde impartía sus clases

El sillón desde donde impartía sus clases

De esa tarde en Moscú en casa de Stanislavski me acordaré siempre también de algunos pequeños detalles. En su cuarto de trabajo, además de un boceto escenográfico de Gordon Craig, un regalo de Isadora Duncan, etc, me llamó la atención por ejemplo una estatua de Don Quijote de la Mancha.

La tarde anterior, Nathalie y yo habíamos visto un espectáculo en el mítico Teatro del Arte de Moscú, el que fundara el propio Stanislavski con Nemirovich Danchenko en 1897. Allí vimos “La trilogía del dragón”, de varios autores y dirección de Robert Lepage dentro del Festival Chejov que se celebra habitualmente en verano. Excelente espectáculo, por cierto, en un lugar en donde el dramaturgo que da nombre al festival estrenara en 1898 de la mano de Stanislavski “La gaviota”, tal vez su texto teatral más emblemático y todo un manifiesto de intenciones estéticas por parte de ambos artistas.

Fernando

mayo 23, 2009

Para mi fiel y querida Amaltea.

20071122202335-00

Llego a Madrid y un taxi me deja en breves minutos en los aledaños de la plaza de Santa Ana. Vengo para despedirme de mi amigo Fernando Fernán Gómez y para decirle a Emma Cohen lo mucho que la quiero.

En la puerta del Teatro Español se aglomeran los periodistas y los vehículos de los diferentes medios de comunicación. Es un gran montaje que da idea de la gran popularidad de Fernando. En el interior hay mucha gente en el patio de butacas, perdidos en sus propias reflexiones y en un océano de susurros. Gente que piensa, que habla bajito, mientras por la megafonía se escuchan algunos tangos de Carlos Gardel. La penumbra es envolvente y todo tiene un aire de puesta en escena entrañable y calculada: el ataúd, en medio de la escena, y una enorme foto de Fernando presidiendolo todo. Huele a flores y a respeto profundo. Yo voy directamente hacia donde está Emma que me mira un poco perdida, “obtusa”, como ella misma confiesa bromeando. Esta mujer tiene fuerzas para todo, pero hoy la veo muy cansada, con unas enormes ojeras. Me presenta al médico que por lo visto ha estado al cuidado de Fernando hasta el último momento. Le acaricio la cara. Me pide que me siente a su lado y ella desaparece al poco rato. Desde allí, a pocos metros del féretro, veo a las personas que entran y salen y escucho sin proponérmelo las conversaciones: todos hablan del magisterio de actor fallecido.

El féretro en mitad del escenario

El féretro en mitad del escenario

Aquí hay tristeza, pero también, no sé cómo expresarlo, hay alegría, incluso sentido del humor.

Cerca de mí, sentados también en las sillas dispuestas a ambos lados del escenario, están, entre otros, Paco Algora, Julieta Serrano, Tina Sainz y Nuria Espert, que acaban de leer unos poemas. También están Massiel, Carmen Calvo, el Presidente del Senado, José Luís Alonso de Santos, etc. Gente anónima y gente muy conocida que han venido a lo mismo: a despedirse del último maestro de verdad de los escenarios españoles.

El féretro está recubierto de una bandera roja y negra. Fernando fue toda su vida un anarquista vocacional, y este último homenaje a sus principios me parece que contiene mucho de desafío a lo políticamente correcto. Emma luce una sonrisilla que no puede ocultar su inmenso cansancio. Ayer mismo me mandó un mail en donde me anunciaba la inminencia de la muerte.

Con Fernando el 17 de Julio de 2003

Con Fernando el 17 de Julio de 2003

Desde mi silla recuerdo el día en que los conocí a los dos, en su casa de las afueras de Madrid, y en lo amables, hospitalarios y buenos que siempre fueron conmigo a partir de entonces. En el viaje he podido leer diversas crónicas sobre la vida y la obra de Fernando que me descubren facetas que yo no conocía demasiado bien. En alguna crónica sale mi nombre, porque tengo el honor de haber sido la persona que convenció a Fernando para que dirigiera teatro después de llevar más de veinticinco años sin hacerlo. Con esa obra, de la que Fernando también era autor, consiguió un Premio Max de las Artes Escénicas que tuve también el honor de recoger en su nombre. La estatuilla estuvo en mi poder varios meses hasta que se la llevé y nos tomamos unos whiskis y unos tacos de tortilla de patata que estaban inmensos, como siempre.

Teatro en Berlín (1)

mayo 23, 2009

PICT0037

1. 25 de Agosto de 2004. Viajo a Berlín por primera vez con motivo de la presentación de “Himmel der Fraüen” (“El cielo de las mujeres”), obra teatral del pintor Víctor Mira, muerto en Noviembre de 2003, representada en el Museo Deutsche Guggenheim. No estaré en el estreno, pero sí en el ensayo general. La puesta en escena es de Ulrike Kéller, la directora que ya había dirigido “Antihéroes”, otro texto de Víctor. Me hospedo en el Hotel Anglaterre, en Friedrichstrasse, muy cerca del famoso Check Point Charlie, lugar por donde se salía legalmente (quienes podían) de la República Democrática Alemana. Allí están los famosos tenderetes en los que se pueden comprar todavía uniformes del ejército, chapas diversas, cascos militares, y trocitos del muro envueltos en papel de celofán.

La primera impresión de Berlín la recibo en el taxi que me lleva desde el aeropuerto Tegel, el más importante de los cuatro que funcionan regularmente. En realidad no se podría considerar como tal. Más bien son imágenes caóticas: Postdamer Platz, llena de grúas y de edificios recién construidos, con un cierto aire al barrio de La Defense, de París. El Reichstag, majestuoso, a escasos metros de la Puerta de Brandemburgo, y la torre de la televisión, visible desde casi todos los puntos del recorrido.

Primer paseo. Calle Unter den Linden al atardecer. Grande, destartalada, prácticamente vacía a partir de las ocho de la tarde. La bellísima Berliner Dom, y la isla de los Museos a donde me encamino después del ensayo. En ella la impresionante silueta del Pergamonmuseum, que intentaré visitar al día siguiente. Me retiraré pronto a digerir lo visto en esas primeras horas.

2. “El cielo de las mujeres”. Cuatro de la tarde. Ulrike, menuda, enérgica, amable, da las últimas instrucciones a actores y técnicos. Ester Romero, compañera de Víctor, observa todo con una inmensa y contenida emoción. El patio interior cubierto por un césped artificial de un verde intenso. En el centro, un enorme árbol. De una de sus ramas cuelga un columpio, imprescindible para desarrollar la acción escénica que el autor propone. Las ventanas del patio, cubiertas con lienzos en donde se ven nubes a modo de etérea escenografía. Cinco actrices y un actor en escena. Vestuario colorista. Interpretación expresionista, medida, calculada. El pase dura un poco más de media hora. A pesar de lo cual, es un gran espectáculo.

3. Agotador paseo matinal solitario por Berlín. Unter den Linden/ Puerta de Brandemburgo/Avda. 17 de Junio/ la Kaiser-Wilhelm, conocida por los berlineses como “muela picada”, con su torre intacta, a modo de recordatorio permanente, tras los bombardeos de la segunda guerra mundial. Taxi hasta el Hotel Anglaterre, con los pies destrozados. La ciudad es bulliciosa, inmensa, destartalada. Trenes aéreos y tranvías por todas partes. Tráfico intenso. Grandes superficies. Sorprendentes bosques agrestes en mitad del asfalto. Ya en el hotel veo perder a España frente a EEUU en baloncesto. Una pena. Mañana iré al mítico Berliner Ensemble!

Roberto Zucco

mayo 23, 2009
Bernard Marie Koltés

Bernard Marie Koltés

Os recomiendo la lectura de los textos teatrales de Bernard-Marie Koltès, nacido en Metz en 1948. Para mí es el mejor autor teatral de las últimas décadas del pasado siglo en la medida de que le toma el pulso de la realidad de su tiempo y, a partir de ahí, escribe un teatro que es mitad crónica, mitad estilización poética de una deslumbrante belleza. Yo escribí de él que tenía un pie puesto en la cloaca y otro en la más bella poesía francesa, heredera de una tradición refinada y culta.

Koltès como persona es también una metáfora. Murió en 1989, a los cuarenta y un años, víctima del SIDA, como fatal resultado de una vida acorde con su percepción de la literatura y del arte.

Ahora el Centro Dramático Nacional estrena su “Roberto Zucco”, uno de los textos que me llevaría junto con “Mi último suspiro”, las memorias de Buñuel, y algún otro, a esa isla desierta referencial que todos llevamos en la cabeza. Su redacción coincide precisamente con el diagnóstico de su irreversible enfermedad. Se cuenta que una escena está escrita el mismo día en que supo que su destino tenía fecha de caducidad inmediata.
Esta pieza teatral, que pone en escena por segunda vez en España, Lluis Pasqual, y que antes ha tenido otros aterrizajes escénicos memorables, como el firmado por Peter Stein, en Alemania, y otras incursiones cinematográficas perfectamente prescindibles, nos narra la historia de un extraño y fascinante asesino, cuyos crímenes terribles no dejan de tener un punto de romántica desolación. Todo empezó cuando el propio Koltès vio la fotografía de un tal Succo en un vagón del metro parisino, y quedó fascinado con los dulces rasgos del enigmático personaje. Después de documentarse adecuadamente, escribe una pieza de escenas cortas, que incluye pequeños diálogos y monólogos de una fuerza dramática extraordinaria. Juntos forman un friso en donde lo sórdido y lo bello parecen aparearse con gran suavidad.

Otros textos anteriores son “De noche, justo antes de los bosques” (1977), “Muelle Oeste”(1983), “En la soledad de los campos de algodón”(1985) y “Le retour au desert” (1988), espectáculo que tuve la suerte de ver protagonizado por Michel Piccoli y dirigido por Patrice Cherau, en el teatro Ranaud Barrault, de París. Personajes peculiares, que, de alguna manera representan grupos sociales, en espacios marginales, hablando de cosas reales, de transacciones, de peripecias, de heridas personales, de desarraigo étnico. Sólo serían lamentos si estos discursos no contuvieran caudales de poesía de muchos quilates. De hecho, Koltès conoce a la perfección los macanismos de la construcción dramática, pero también los de la propia lengua en la que escribe. Recordamos con auténtica veneración su traducción al francés de «Cuento de invierno», de William Shakespeare.

Una anécdota personal para acabar. Me encanta perderme por los cementerios de París. Yo paseaba una fría mañana de invierno por el de Montmartre, en la falda de la colina y con el Sacre Coeur de majestuoso decorado, a la búsqueda de la tumba de Louis Jouvet. Atareado como estaba en este menester, no me di cuenta de que estaba pisando una lápida de mármol gris. Era su tumba. El corazón me dio un vuelco del que todavía no me he repuesto. Por esa razón secuestré el nombre de su personaje para presentarme ante vosotros.

Aparece el teatro (y 4)

mayo 20, 2009

Así, pues, me quedé un poco solo, y, sin embargo, recuerdo esta época como una de las más intensas de mi vida: hice teatro, escribí, leí, y tuve alguna que otra experiencia sentimental.



Ramón del Valle Inclán

En el mes de Abril, todavía en el colegio, había organizado ya la revista “Mola 1-3”, que pretendía ser un punto de colaboración entre los alumnos y alumnas de los colegios de Jesuitas y del Sagrado Corazón, separados en realidad por una calle. Salieron dos números tan sólo, pero la experiencia tuvo bastante eco en ambos colegios y los artículos que fueron publicados creo que expresaban bastante nítidamente el nivel intelectual y la opinión de los chicos y las chicas de nuestra edad sobre los temas que nos interesaban. Siempre pensé que esta revista podía y debía ser la alternativa a la que se editaba desde el propio Colegio en la que se daba una imagen paternalista y manipulada de esos mismos problemas, aunque yo, en algún momento, también colaboré en ella.

Paralelamente, me convertí en el coordinador de las actividades de un grupo de teatro que formamos y que se llamó “Medina-Al-Baida” (La ciudad blanca), nombre que nos había sugerido Angel C., catedrático de Historia de la Universidad y padre de Javier, unos de mis compañeros y amigos por aquel entonces. Con este grupo aficionado nos presentamos en Marzo de 1971 a un certamen que organizaba Delegación Provincial de la Juventud, un organismo de corte fascista. Representamos “Los árboles mueren de pie”, de Alejandro Casona, con la eficaz dirección de Pedrito, que también sabía de estos temas artísticos o que al menos parecía saber, y obtuvimos el segundo premio. Yo interpreté, creo que con una cierta corrección, el personaje del Señor Balboa. De los principales personajes se hicieron cargo Gerardo Z. y Cristina N. , guapos, glamourosos y buenas personas, que poco tiempo más tarde iniciaron una relación sentimental que a todos nos tenía bastante fascinados.

Aquella experiencia fue muy gratificante. Perder fue triste, pero yo personalmente me llevé una gran sorpresa cuando comprobamos la gran calidad de la puesta en escena de la obra ganadora, “Farsa y licencia de la reina castiza”, de Valle Inclán, que había hecho Danilo Nieto de Losada, quien años más tarde dejó el teatro para ejercer la Medicina y se convertiría en un excelente amigo. A pesar de su modestia de medios, y de la distorsión que la memoria juega a favor de las cosas buenas convirtiéndolas en mejores, quiero creer que aquella representación de los ganadores, que se llamaban “Tántalo” y que ya arrastraban una cierta experiencia, fue para mí una excelente lección de pulcritud y acabado escénico que siempre he mantenido como un referente en el recuerdo.

Pero, además de actor, yo había tomado la decisión de dirigir. Lo hice por primera vez poniendo en escena nada menos “Todos eran mis hijos”, de Arthur Miller, una de las obras claves de la dramaturgia norteamericana, en donde se buceaba sobre algunos aspectos de la mala conciencia social de aquel país. Un texto difícil y hermoso que ahora se me antoja como absolutamente inalcanzable para nuestras propias capacidades artísticas. El resultado no fue del todo malo, y siempre he tenido la extraña sensación de haber hecho algo por lo menos aceptable sin tener los conocimientos ni la técnica adecuados para hacerlo. Es decir, que debí saber sacar, y poner al servicio de un proyecto teatral, un caudal de cierta capacidad creativa que tenía en la intuición su principal fuente e inspiración. Este extraño y sorprendente autodidactismo creo que me ha seguido acompañando, de una u otra manera y con desigual fortuna, el resto de mi vida profesional.

Para ensayar estos espectáculos y una puesta en escena de “Madrugada”, de Buero Vallejo, utilizábamos el pequeño teatro del Colegio del Sagrado Corazón. En realidad era un teatro a la italiana en miniatura, pero bastante bien dotado para ser un simple salón de actos. Siempre me acordaré de su pequeño telar y de sus rudimentarios focos, pero, al mismo tiempo, muchas veces a lo largo de mi vida profesional he echado de menos un espacio así, tan recoleto y acogedor, para ensayar.

(Fue publicado en Roberto Zucco el día 11 de Febrero de 2006)