Peter Brook


Teatro Bouffes du Nord

Peter Brook es uno de los pocos grandes maestros del teatro internacional que continúan vivos y en plena actividad. A lo largo de las últimas décadas hemos asistido a la desaparición de Konstantin Stanislavski, Bertold Brecht, Louis Jouvet, Julián Beck, Giorgio Streeler, y tantos otros, profesionales que le dieron al teatro no sólo una nueva dimensión lingüística, sino que lo relacionaron con las peripecias sociales. Todos ellos, además de las innovaciones técnicas que propiciaron, convirtieron al arte escénico en una tribuna privilegiada de reflexión social. Nos quedan bastantes seres valiosos, pero tal vez quien concita una admiración indiscutible y mayoritaria sea el inglés Peter Brook, nacido en Londres en 1925.

Haciendo un resumen tal vez demasiado esquemático, la vida profesional de Brook es la de quien lo tuvo todo para ser un reconocido profesional instalado en el confort del teatro público en Inglaterra, y, sin embargo, decide marcharse a investigar nuevas formas de comprender el hecho teatral, realizando un largo viaje por diferentes países africanos y orientales, en busca de la esencialidad, es decir, investigando sobre los elementos constitutivos que conforman la comunicación artística teatral. Atrás se quedarían Glenda Jackson, Jeanne Moreau, o Laurence Olivier a quienes había dirigido con apenas treinta años. Su viaje le sirve para conocer de primera mano otras maneras de hacer teatro, otras maneras de establecer vínculos con el espectador estableciendo una reflexión comparativa entre esa realidad desconocida y los procedimientos del teatro occidental y la tradición shakesperiana.

Peter Brook

Peter Brook

Fruto de esa experiencia fue la creación en 1971 del llamado Centro Internacional de Investigación Teatral integrado por actores y actrices de muchos de esos países, formando probablemente el equipo de creación teatral más intercultural e interracial del siglo XX. El momento culminante de esa andadura fue cuando el grupo se estableció a partir de 1974 en el teatro Bouffes du Nord, una sala abandonada al norte de París, en la Porte de la Chapelle y que la compañía descubrió casi por casualidad. Brook decidió dejar el lugar prácticamente igual a como se lo encontró, realizando sólo algunas mejoras técnicas que posibilitaran el desarrollo y la presentación adecuada de los espectáculos, pero renunciando a ornamentar las paredes del edificio que se mantienen todavía sin pintura.

Pocos lugares en el mundo me han producido una impresión semejante. La ausencia de elementos decorativos superfluos contribuye a que desde la puerta de entrada el público se concentre en lo que verdaderamente le interesa: el espectáculo y la propuesta estética e ideológica que en él va a encontrar. No hay sensación alguna de impostada pobreza, sino de esencialidad, de voluntaria ausencia de adorno, lo mismo que va a seguir ocurriendo a partir del momento en que las luces se apaguen y comience propiamente la acción dramática. Frecuentemente esas paredes sirven de escenografía de los propios trabajos escénicos, provocando que sea el espectador quien “se imagine” espacios y decorados y se concentre en el cuerpo y la voz de los actores. El suelo de la escena es la prolongación del plano en que los espectadores se sitúan, sentados en unos bancos de madera sobre un compartido lecho de arena.

Escena de "Mahabbharata". Dirección de Peter Brook.

De esta manera y en ese ámbito tan exento de la prosopopeya característica de los teatros burgueses del siglo XIX, Brook ha creado algunos de los espectáculos que han terminando siendo toda una referencia para el espectador mundial de nuestro tiempo: la reciente versión de Hamlet, interpretada por un joven y portentoso actor negro, su “Mahabharata” (1987) y “La Conferencia de los pájaros”, a partir ambos de sendos guiones escritos por Jean-Claude Carrière, el amanuense de la biografía de Luis Bueñuel. Son sólo algunos títulos.

Como casi siempre ocurre en estos casos, uno de los aspectos más sorprendentes y también destacados es la accesibilidad que las grandes personalidades de todos los ámbitos suelen ofrecer, a diferencia de los figurones que defienden una intimidad frecuentemente vacía. No es raro que a la salida Brook esté tranquilamente cenando en el pequeño restaurante que el teatro posee, departiendo con algún colaborador. A través de los cristales el gran creador observa de forma distraida el trajinar de la vida diaria de muchos parisinos de adopción: hombres y mujeres venidos también de todo el mundo.

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