Monólogos de Primero. Junio 2014

Publicado junio 23, 2014 por elsimagico
Categorías: Textos para publicaciones de la Escuela

LOS ESCRITORES

 

Paul Auster

Paul Auster

Paul Auster

Nacido en Newark (Estados Unidos) en 1947. Novelista de fama mundial, pero también guionista cinematográfico, ensayista y poeta. Entre sus novelas mejores: “Trilogía de Nueva York”, “El país de las últimas cosas”, “El palacio de la luna”, “Invisible”, etc. De Auster hemos elegido fragmentos de su «Diario de Invierno». Son interpretados por Pepe Gros, Crhistian Dragan y Daniel Alcalá.

 

Stefan Zweig

Stefan Zweig

Stefan Zweig

Escritor austríaco, nacido en 1881 y muerto en 1942 en Brasil, donde se refugiaba de la persecución nazi. Uno de sus textos más conmovedores es el que le sirve para despedirse del mundo antes de suicidarse junto a su compañera. En su tiempo tuvo una inmensa popularidad que más tarde desapareció casi por completo. Escritor magistral, entre sus textos destacan sus novelas “Carta de una desconocida”, “La embriaguez de la metamorfosis”, “Novela de ajedrez”, o su propia autobiografía, “El mundo de ayer”. De Zweig hemos elegido dos textos de «24 horas en la vida de una mujer». Serán interpretados por Yael Blasco y Ana García

 

Delphine de Vigan

Delphine de Vigan

Delphine de Vigan

Nacida en Francia en 1966, es una extraordinaria narradora de su propia vida. De algún modo, sus novelas son siempre autobiografías. En España tuvo un éxito enorme “Nada se opone a la noche”, que obtuvo en su país el Premio Renaudot, uno de los más importantes de la literatura francesa. Hemos escogido cuatro textos de «Dias sin hambre», interpretados por Belén Mirabal, Claudia Sancho, Laura Marco y Patricia Aragón.

 

Nick Hornby

Nick Hornby

Nick Hornby

Escritor británico nacido en 1957. Ha escrito guiones para películas, como por ejemplo “An Education”, dirigida por Lone Scherfig. Sus principales novelas, además de muy leídas en todo el mundo, han sido adaptadas al cine. Por ejemplo, “Alta fidelidad”, “Fiebre en las gradas”, “Un gran chico”, “Todo por una chica” o “Juliet desnuda”. De Hornby hemos elegido cuatro textos de «En picado». Interpretados por Pablo Lasala, Gema Lázaro, Iván Miguel y Marcos Gómez.

 

Amélie Nothomb

Amélie Nothomb

Amèlie Nothomb

Escritora de origen belga, nacida en 1966, vivió sus primeros años en Japón. Es en estos momentos un fenómeno literario internacional. De algunas de sus novelas se han hecho excelentes versiones teatrales, como por ejemplo “Cosmética del asesino”, “Barba Azul” o “Matar al padre”. DE Nothomb hemos elegido tres textos de «Estupor y temblores», interpretados por Myriam López, Zoé González y Dorinda Conde.

 

¿Porqué elegir textos extraídos de novelas (habiendo tan buenas obras de teatro)…?

Los textos teatrales tienden a la concisión: a decir mucho con pocas palabras. Y eso es muy bueno.

 

Los novelistas, especialmente los mejores, disponen de otro tipo de reglas: construyen sus textos sin los mismos límites temporales que los dramaturgos: hay novelas que dicen mucho también con pocas palabras, como las de Jean Echenoz, Pierre Michon, o Amélie Nothomb, o los que emplean muchas páginas para desarrollar su propia teoría de la vida, de la novela, además de poderosos argumentos: Cervantes, Tolstoi, Proust o Javier Marías pueden servirnos de ejemplo, por encima de estilos y barreras temporales.

 

Pero en cualquier caso, una novela ofrece, la mayoría de las veces, más información explícita sobre los personajes que la mayoría de las obras de teatro. Por eso, por ese plus informativo, nos ha parecido oportuno utilizar en esta ocasión textos no pensados inicialmente para ser representadas, para que nos sirvieran como base para hacer estos monólogos de Primer Curso.

 

Una cierta ventaja que no soluciona el problema: los escritores nos dan las palabras –mucho es eso ya- pero los actores ponen sus cuerpos y sus voces. Es un trueque del que todos salimos beneficiados. Y de paso, éstos últimos aprenden un oficio y… leen.

 

Leer o no leer, esa es la cuestión… Porque el dilema de nuestro tiempo es dejar anestesiarse despacio por la televisión basura, por los videoclips vacíos de contenido, por la extensión de las redes sociales que nos aíslan cada día más en vez de comunicarnos, por las películas de una acción consistente en ir más rápido que nadie a ningún sitio, o reencontrase con el pensamiento profundo, la fascinación por la intriga bien trabada, los personajes bien construidos, y el placer por la belleza. Y eso solo lo encontramos en el buen teatro, el mejor cine y, de una manera especial, en el tiempo detenido y solitario de la lectura.

 

Mejor leer, pues. ¡Acabemos con el “neoanalfabetismo”!, ese magnífico término acuñado por el filósofo Félix de Azúa y que define la paradoja, desgraciadamente muy extendida, de saber leer desde la infancia pero no practicar ese ejercicio durante la madurez.

 

Señoras y señores: asistan ustedes en calidad de invitados interactivos a esta clase abierta que significa también un homenaje a la lectura. Asistan recogidos, apaguen sus móviles (especialmente los que llevan en el interior de su cabeza) y devuélvanos el favor de la invitación con su silencio y su risa más inteligente.

 

Paco Ortega

 

Sin Fronteras Zaragoza 2014: el cuerpo

Publicado May 10, 2014 por elsimagico
Categorías: Textos en Los ojos de Caín (blog)

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EL CUERPO

 

El alma tiene mucho prestigio, sí. Pero nadie ha visto pasar un alma por la calle, a pesar del dicho, que confunde más que esclarece. El cuerpo parece una maldición, sí, pero estamos en contacto con cuerpos a todas las horas del día. Nietzsche decía: “El que está consciente y despierto dice: soy todo cuerpo, no hay nada fuera de él”.

 

Cuerpos bellos, feos, cuerpos estilizados, deformes, delgados, maltrechos, apetecibles, horrorosos.

 

Cuerpos que despiertan en otros cuerpos deseos inconfensables, (o confesables deseos), que nos excitan y nos repugnan; el cuerpo se deshace en fluidos, secreciones, excrementos, olores, y se concreta tanto en contornos monstruosos e intolerables como en formas apolíneas y perfectas.

 

¿Perfectas? ¿Perfectas ahora y no tan perfectas hace cien mil años? Porque nuestros cuerpos ahora son cuerpos inservibles, y seguramente feos, para vivir en una incierta y gélida prehistoria en donde el cuerpo era abrigo de sí mismo y, probablemente, de otros cuerpos ateridos… O en momentos en que el ser humano hubiera deseado descorporeizarse para no morir abrasado por un calor incomprensible que hacía desaparecer ante sus aterrados ojos especies animales, árboles y vegetaciones.

 

Poder y miseria del cuerpo: todo lo que tenemos. Porque el concepto cuerpo se entrecruza con otro: el del tiempo, con sus catástrofes, sus climas cambiantes, sus caprichosos patrones de belleza. El cuerpo es, ha sido, pues, muchos cuerpos.

 

Pero el cuerpo, con sus dolores, con sus mensajes, con sus gritos, ha estado ahí siempre, acompañando al ser humano en esta paradójica aventura que llamamos vivir. Ya lo decía el gran Quevedo: “Has de tratar el cuerpo no como quien vive con él, que es necedad, ni como quien vive por él, que es delito, sino como quien no puede vivir sin él”.

 

                            Paco Ortega

Director Artístico de Sin Fronteras Zaragoza 2014

«La reunión»: Mariano Cariñena: autor (también…) de teatro del absurdo.

Publicado abril 13, 2014 por elsimagico
Categorías: Biografías y semblanzas, Colaboraciones en libros, Teatro en Aragón

(Este texto lo escribí como prólogo a «la reunión», texto de Mariano Cariñena, editado por Arbolé)

 

Dibujo de Mariano Cariñena

Dibujo de Mariano Cariñena

Dibujo de Mariano Cariñena

 

-Yo creo que…, podríamos empezar a hablar.

-No. Hemos de estar todos. Para eso se nos ha convocado.

-Será mejor esperar a que vengan.

-Es lo mejor. Esperemos.

-Pero, entre tanto, podemos hablar de cualquier cosa.

-Bueno. Yo no veo inconveniente.

-Pues lo hay. ¿Sabéis alguno de qué tenemos que hablar?

-No… No…. No…

-Entonces no podemos hablar de nada.

-¿Y eso?

-Porque si lo hacemos, podríamos hablar precisamente de lo que hemos de hablar.

 

 

En la ya larga vida de la Escuela Municipal de Teatro de Zaragoza, “La reunión”, texto escrito y dirigido por Mariano Cariñena, fue el taller número cuarenta y uno que se presentaba ante espectadores de la ciudad en uno de los llamados talleres de tercero. Concretamente el estreno tuvo lugar en Febrero de 1998 en el Teatro del Mercado, y en el reparto participaron Javier Bruna, Javier Carrascosa, Daniel Durán, María Ferrer, Paco Formento, Silvia García de Pé, Lucía Grafal, Arancha Martín, Susana Miranda, Beatriz Ortez, Ana María Pavía, Marian Perea y Amanda Recacha.

 

Para los que no lo sepan, puedo afirmar que los profesores de interpretación nos morimos de ganas de dirigir talleres. Es un trabajo específico y diferente al que normalmente realizamos dentro de las aulas. Y lo es por su doble condición de trabajo público, que exige que el resultado no solo sea digno, sino que aspire a rozar la profesionalidad, y porque que es también un momento en que los alumnos ponen en juego las habilidades aprendidas a lo largo de los tres años que dura su adiestramiento.

 

Aquel año le tocó a Mariano, y eligió su propio texto. Un texto que tiene una larga historia, que yo contaré, sin embargo, brevemente.

 

Mariano no solo adaptaba magistralmente textos de otros –de autores como su querido Arrabal, o Shaw, o Fassbinder, sino que escribía… de todo. Letras de canciones, narraciones breves, poemas satíricos, artículos de opinión, obras teatrales, y expedientes, muchos expedientes, porque su condición de director de la Escuela de Teatro le obligaba a ello. Y todo lo hacía con un estilo propio, meticuloso, perfeccionista, producto de su sabiduría, su intuición y su conocimiento de las leyes internas de la dramaturgia. Y, además, con persistente tendencia a proyectar en lo que hacía, un desbordante sentido del humor.

 

Desde hacía años –me atrevo a aventurar que más de quince- sacaba a relucir éste del que ahora estoy escribiendo. Yo he visto a chicos y a chicas de muchas generaciones peleándose contra sus palabras y sus silencios. Porque inicialmente “La reunión” fue concebida como un simple ejercicio en donde alumnos y alumnas debían defender y expresar un personaje, que siempre se llamaba Manuel, y que, en realidad era un número. Mariano modificaba el número de Manueles en función de alumnos y alumnas que en ese momento asistían a sus clases de interpretación. Hubo que esperar hasta 1998, por tanto, para dar el texto por concluido, porque ya iba ser puesto de largo en un teatro de la ciudad. Y, que yo recuerde, nunca más volvió a utilizarlo después.

 

La reunión es… una reunión. Una reunión de personas citadas de un modo absurdo, que están en un lugar absurdo, por una razón absurda, con el objetivo de hablar de algo que desconocen. Situación teatral sencilla y, a la vez, enormemente compleja, que obliga al actor y a la actriz a crear un personaje desde las desnudas palabras que le tocó en suerte decir. Nada más y nada menos. Porque de un plumazo Mariano se pasa por la piedra las teorías manidas de la construcción del personaje, de la elaboración a partir de una cierta verdad, una cierta sicología, un cierto porqué. Mariano con “La Reunión” les hacía la faena a sus alumnos de tenerse que enfrentar con algo diferente a lo que estaban acostumbrados, y los situaba justo en el ojo del huracán, en el corazón de la intemperie.

 

No hace falta ser muy culto teatralmente hablando, para descubrir el aroma del mejor teatro del absurdo, de Ionesco, en particular, de Beckett, o del propio Fernando Arrabal, a quien Mariano ya había estudiado en profundidad, tanto en la Escuela como en el Teatro Estable, y de quien ya en Mayo de 1966 había montado “Pic Nic en campaña” con el Teatro de Cámara, siendo la primera vez en su carrera en que se encargaba de todo: de la adaptación, de la escenografía y de la dirección de escena.

 

Léase este texto sin complejos. El lector tiene el permiso de reírse desde el principio, si así lo desea. El lector tiene también permiso, si lo prefiere, para angustiarse, y no le faltarán razones poderosas para ello.

 

Porque angustioso es estar en un lugar en donde no sabes exactamente porqué estas; es decir, algo bastante parecido a la vida misma, ¿no les parece?

 

 

                                      Paco Ortega (Diciembre 2013)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Programa de Mano y Galería Fotográfica de la versión de «Don Juan… y si estuvieras aquí». 2013

Publicado abril 12, 2014 por elsimagico
Categorías: Clases y ejercicios de interpretación, Textos para publicaciones de la Escuela

  

Los actores entre la primera y la segunda función

Los actores entre la primera y la segunda función

REPARTO

 

Fernando Rojo               Don Juan. Juan.

Sheila Magali                  Inés.

Ana Izquierdo                Isabela, Doña Ana, Abadesa, Amigo 4.

Alba Gallego                  Ciutti, Turista 2.

Vicky Tafalla                  Alcaldesa, Brígida, Amigo 2.

Oscar García                  Comendador, Guardia 1, Periodista 1.

Víctor Navarro               Don Luis, Director del Museo.

Rita Lorenzo                  Doña Inés Carlota, Periodista 3.

Borja Inglés                   Butarelli, Peridista 2.

Daniel Andrade              Desconocido (Marido de Carlota), Avellaneda.

Guillermo Oliveira          Padre, Guardia 2, Periodista 4.

 

 

Vicki Tafalla (Alcaldesa) y Víctor Navarro (Director del Museo)

Vicki Tafalla (Alcaldesa) y Víctor Navarro (Director del Museo)

FICHA ARTISTICA Y TECNICA

 

Dramaturgia                                      Benito de Ramón.

Colaboración textual                         José Sanchis Sinisterra

Ayudante de dirección:                     Marissa Nolla, Chati Calvo.

Profesora de Esgrima                        Anabel Hernández (Javier Arellano).

Profesora Dicción                             María Pérez Collado.

Escenografía                                     José Luis Cano.

Banda sonora                                    Estudios CODA (Paco Aguarod)

Colaboración                                    Mariano Cariñena.

Carpintería                                        Toño Bagués.

Pintura                                              Mariano Hernández.

Iluminación                                       Gregorio Germes.

Bocetos iniciales de vestuario            Alicia Rabadán, Silvia Mascaray

Realización de vestuario                    Josefina Graus.

Ayudante de Vestuario                      Virginia Allué.

Maquillaje                                          Ana Bruned.

Cartel y Programa                             Amor Pérez.

Fotografías                                       María Vecino.

Producción                                       Paco Sevilla.

 

Puesta en escena y dirección:

Francisco Ortega

 

Sheila Magali Benitez (Inés)

Sheila Magali Benitez (Inés)

Hace más de un cuarto de siglo…

 

Hoy repaso estos veintiséis años desde que estrenamos la primera versión de este “Don Juan… y si estuvieras aquí” con el que un joven dramaturgo llamado Benito de Ramón nos sorprendiera a todos, y constato que las ausencias son muy notables, las certezas son menores, y las dudas, sin embargo, han crecido.

 

Honestamente creo que el texto sigue funcionado, porque tiene algo de imperecedero: es una historia de amor, de un amor entre lo imposible y lo imaginado. (Ya sabemos que no hay nada más seguro que ir aplazando el amor para que se conserve más fresco…) Y creo que los actores y actrices que entonces intervinieron dejaron un poso que todavía puede ser útil: personajes creíbles, momentos dramáticos bien construidos, gags divertidos, que los actores de hoy han recibido como un regalo anónimo y han asumido como una exigente propuesta de trabajo. Por eso, entre otras cosas, merecía reponerse lo que en su momento gustó a mucha gente, incluidos los alumnos y profesores de la Weber Douglas Academy o Dramatic Art, de Londres, a la que fuimos gracias a las buenas artes del gran amigo y magnífico profesor, Michael McCallion, el primero que nos dejó hace unos años.

 

Recientemente se fueron tres más: Lucio Dalla, que nunca llegó a saber que utilizamos “Cara”, una de sus más bellas canciones, como sintonía de nuestra obra; Fernando Soriano, que hizo un excelente Guardia 2, y Mariano Cariñena, director de la Escuela y colaborador de lujo en el proceso que culminó el pintor José Luis Cano. A todos ellos les recordamos emocionadamente en aquella Escuela, hermosa, gélida, apuntalada, poblada de fantasmas nocturnos, en donde entre los profesores y los alumnos había una línea tan difusa que solíamos confundirnos de sitio, mezclando vida y teatro con una naturalidad en la que todos aprendimos y gozamos.

 

No hay duda: lo mejor de aquella Escuela Municipal de Teatro es que tenía pocas jerarquías y mucho futuro, todo el futuro por delante. Estamos ahora en ese futuro, ay, convertido en un presente incierto, escuchando pasar trenes que nunca paran y que cargan con esperanzas y promesas de hacernos finalmente oficiales. Pero resistimos como Inés: enamorada. Como nosotros del teatro. Convencidos de que tener en Zaragoza una Escuela Superior de Arte Dramático es el antídoto mejor contra el cáncer y la anomalía de convertirnos en meros consumidores de lo que hacen los demás en otros lugares, de ver solo actores formados en otros sitios.

 

Paco Ortega.

 

Cartel de Amor Pérez Bea

Cartel de Amor Pérez Bea

Escena de los periodistas (1)

Escena de los periodistas (1)

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Montaje de la escenografía en el Teatro Principal

Montaje de la escenografía en el Teatro Principal

El despertador que Inés (Rosa Lasierra, Sheila Magali) utilizó en las dos versiones.

El despertador que Inés (Rosa Lasierra, Sheila Magali) utilizó en las dos versiones.

Vicky Tafalla (La Alcaldesa)

Vicky Tafalla (La Alcaldesa)

Borja Inglés (Butarelli)

Borja Inglés (Butarelli)

Escena del cuadro

Escena del cuadro

Fernando Rojo (Don Juan) y Rita Lorenzo (la aldeana)

Fernando Rojo (Don Juan) y Rita Lorenzo (la aldeana)

Isabela (Ana Izquierdo) e Inés (Sheila Magali)

Isabela (Ana Izquierdo) e Inés (Sheila Magali)

Escena de los Periodistas (2)

Escena de los Periodistas (2)

Oscar García (Comendador) y Fernando Rojo (Don Juan)

Oscar García (Comendador) y Fernando Rojo (Don Juan)

Sheila Magali Benitez (Inés)

Sheila Magali Benitez (Inés)

Fernando Rojo (Don Juan) y Ana Izquierdo (Doña Ana)

Fernando Rojo (Don Juan) y Ana Izquierdo (Doña Ana)

Alba Gallego (Ciutti)

Alba Gallego (Ciutti)

Escena de los turistas (1)

Escena de los turistas (1)

Escena de los turistas (2)

Escena de los turistas (2)

Rita Lorenzo (Doña Inés) y Vicky Tafalla (Brígida)

Rita Lorenzo (Doña Inés) y Vicky Tafalla (Brígida)

Sheila Magali (Inés) y Ana Izquierdo (Isabela)

Sheila Magali (Inés) y Ana Izquierdo (Isabela)

Fernando Rojo (Don Juan) y Alba Gallego (Ciutti)

Fernando Rojo (Don Juan) y Alba Gallego (Ciutti)

Fernando Rojo (Don Juan) Daniel Andrade (Estatua del Comendador)

Fernando Rojo (Don Juan) Daniel Andrade (Estatua del Comendador)

Escar García (Comendador) y Guillerme Oliveira (Padre)

Escar García (Comendador) y Guillerme Oliveira (Padre)

Guillerme Oliveira (Guardia)

Guillerme Oliveira (Guardia)

Sheila Magali (Inés) y Fernando Rojo (Juan)

Sheila Magali (Inés) y Fernando Rojo (Juan)

Ensayo del saludo

Ensayo del saludo

Ensayo del saludo

Crónica de dos Don Juanes (1987-2013)

Publicado abril 12, 2014 por elsimagico
Categorías: Clases y ejercicios de interpretación, Teatro en Aragón, Textos para publicaciones de la Escuela

26042011824Fue una experiencia muy bonita la que vivimos en 1987. Yo, al menos, así la recuerdo. Profesores y alumnos estábamos aprendiendo, y, de pronto, surgió en forma de taller de tercero una experiencia que iba a acelerar ese aprendizaje. Ese año me tocaba encargarme del segundo taller del curso escolar 86-87.   Le propuse a Benito de Ramón que pensara una adaptación de Don Juan.

 

A mí, el personaje de Don Juan, en cualquiera de sus versiones, es la de alguien que no me cae nada bien. Veo más calidad en la de Molière que en la de Zorrilla, pero eso lo ve cualquiera con dos dedos teatrales de frente. Pero esencialmente, un tipo que nace, crece, se desarrolla y muere haciendo el mal, y especialmente, siendo cruel y despiadado con las mujeres, solo me inspira asco y desprecio, por mucho que él padezca su propia desgracia o se ufane de ella. Finalmente, es un tipo sin gracia, sin humor, sin humanidad… Pero tal vez porque me interesa lo que me aterra y me fascina lo que no me gusta, (como me ocurre con algunos programas de la TV basura), empecé a pensar en la posibilidad de que cuando llegaran a tercero, los alumnos que habían sido mis alumnos de interpretación desde el principio (antes se hacía así), hicieran un Don Juan al final. Lo que yo no sabía era cuál.

 

Y así empezó la cosa. Hablando con Benito. Y él se puso a pensar en una historia de amor entre una loca (Inés) y un personaje de un cuadro en un museo rural que representaba las fechorías de este deleznable monstruo y sus colegas. Y empezó a hacer una dramaturgia que me gustó desde el principio y que culminó siendo el texto final, al que José Sanchis Sinisterra le dio algún retoque una tarde en la que nos leyó con su cálida voz algún adelanto de “Ay, Carmela” en su casa de San Cugat del Vallés (Barcelona), atestada de libros y de soledad, porque acababa de separarse de Magüi Mira.   Sucedió que, por aquel entonces, daba clases en nuestra Escuela Michael McCallion y su mujer Anna. Ambos eran, además de ingleses de libro (aspecto, porte, afición a beber vino caliente y cosas así…), y de autoridades mundiales en el tema de la voz para el actor, unas excelentes personas. Yo me hice muy amigo de los dos, y solíamos cenar en mi casa de la calle Cádiz –otra república del placer, como saben los que la frecuentaban- los sábados por la noche-. ¡Qué tiempos aquellos!

 

En una de aquellas veladas debió nacer la idea de llevar el proyecto de ese Don Juan a la Weber Douglas Academy of Dramatic Art de Londres, escuela en donde los McCallion colaboraban con cierta frecuancia y eran muy amigos de Raf Yago, su director. Y ahí, viendo salir el sol y escuchando música de los Beatles y de Vaughan Williams, empezó todo.

 

Hasta Londres nos fuimos Benito y yo los últimos días de Febrero de 1987. Un viaje lleno de anécdotas increíbles, que empezó sin podernos tomar una pinta, porque todavía no era la hora para beber cerveza en una de las ciudades que más cerveza se bebe… Vaya por dios… Un antipático taxista, que parecía oficiar de académico de la lengua, no nos podía llevar a la dirección que le pedíamos porque el inglés de Benito no era exactamente el de Shakespeare… (cosa que yo me imaginaba ya en España…) y las primeras voces amables que escuchamos allí fueron las de unas chicas de Zaragoza, que estaban becadas por no sé qué institución y que nos encontramos casualmente en mitad de un descampado… Benito estaba extrañado de la cantidad de fotos del grupo de Dire Street, y es que, sin saberlo, la casa donde él dormía era del batería del famoso grupo inglés. Yo me tenía que levantar a las seis de la mañana, porque Anna utilizaba mi habitación para las clases particulares que daba a muy tempranas horas matinales. Sin embargo, esta hermosa e inteligente mujer compensó una tarde aquellos madrugones llevándome a Abbey Road para que, descalzo como Paul McCartney (Benito fue testigo de mi hazaña), pudiera atravesar el ya por entonces mítico paso de cebra. Michael, vestido de Sherlok Holmes, nos enseñó de tal guisa la mismísima Abadía de Wetminster, y ante la sorpresa de una señora que le preguntó por la personalidad de alguien retratado en un cuadro que allí se exponía, su respuesta fue rotunda, sorprendente y, lo que es más increíble, verdadera: “mi tío, señora, mi tío…”.

 

Por fin comimos con Yago. Llegó con una corbata reluciente y se marchó a dar clase de interpretación –según confesión propia- con la corbata manchada de licores y alimentos, haciendo eses hasta llegar a la puerta del restaurante. Pero antes de emborracharse, ya habíamos llegado a acuerdos esenciales: iríamos a representar “Don Juan… y si estuvieras aquí”, a Londres en una fecha convenida claramente en mitad del otoño. Afortunadamente no nos ocurrió lo que al protagonista de “Luces de la ciudad”, de Chaplin. Este señor tan inglés al día siguiente se acordó perfectamente de quiénes éramos y el convenio de colaboración entre las dos escuelas se mantuvo firme, a pesar del vino, la corbata manchada, la abundante comida y los dos o tres whiskies que se metió en el cuerpo antes de ir a dar su vespertina clase de interpretación…

Cristina de Inza (Isabela) y Rosa Lasierra (Inés)

Cristina de Inza (Isabela) y Rosa Lasierra (Inés)

Regresamos a Zaragoza con una alegría inconmensurable: ¡íbamos a actuar a Londres! ¡La Escuela de Teatro de Zaragoza iba a salir al extranjero, por primera vez en su historia, y actuar en un marco en el que se habían formado excelentes actores ingleses!

 

Y comenzamos a trabajar. Los ensayos transcurrieron con normalidad. Recuerdo que hubo mucha intensidad en las primeras fases, en concreto en las improvisaciones del comienzo que me sirvieron para intuir el reparto de los personajes. Recuerdo especialmente la tarde en que Rosa y a Cristina se defendían de los periodistas en los servicios de la Escuela… Luego hubo que repartir verdaderamente los personajes: tarea siempre ingrata que hice con Chati en una mesa de la Sala Metro, enfrente de la Escuela, que siempre abre heridas. Algunas de esas heridas no terminan nunca de curarse…

 

Y cumplimos los plazos aunque el proceso tuvo también sus cositas. Una de ellas la contaré solo a medias, evitando dar nombres concretos.  Yo quería que un pintor se encargara de la principal y única pieza escenográfica: un gran cuadro, teóricamente pintado en Holanda por un maestro de la figuración no muy demasiado conocido que, lógicamente, no había existido nunca. Necesitaba alguien que supiera falsificar cuadros. O, mejor dicho, alguien que falsificara falsificaciones… Jaime Bordonaba, amigo del alma, me habló de un sujeto de gran talento que tenía un pie en los pinceles y otro en la cárcel, porque ese tipo de trabajos los hacía de maravilla, siendo su campo de trabajo, el mismísimo Museo del Prado. Se trataba de un compañero suyo de la Escuela de Bellas Artes de Valencia, del que ya me advirtió que era un poco raro. Contactamos con él y lo metí en mi casa de la calle Cádiz. Por aquel entonces yo compartía piso con mi perro Caín y con Pili Serrat, profesora de acrobacia de la Escuela, que estaba aterrada, porque me decía que el pintor/falsificador se pasaba la noche entera en vela, dibujando bocetos y paseando por el pasillo… La sorpresa vino cuando hubo que despedirlo porque su lado malo (es una forma de hablar) le ganó el pulso al extraordinario pintor que sin duda era, y se metió en una especie de chanchullo de comisiones dinerarias que nos obligó a Mariano Cariñena y a mí a mandarlo para su Galicia natal, en donde, por cierto, al poco tiempo, se suicidó arrojándose a las vías del tren. Jose Luis Cano, extraordinario pintor zaragozano y amigo, nada proclive  a las falsificaciones, se encargó afortunadamente de pintar el cuadro, que reproducía con gran acierto las caras de los actores de aquella generación.

Don Juan (Juan Carlos Gracia) y Ciurtti (Chus Castrillo)

Don Juan (Juan Carlos Gracia) y Ciurtti (Chus Castrillo)

Estrenamos en el Teatro del Mercado el 25 de Junio de 1987. Aquella noche hubo euforia, creo recordar. Y digo, creo recordar porque, siguiendo ejemplos londinenses, acabé como Yago, pero sin la corbata manchada, entre otras razones porque no me puse corbata… Para que se me pasaran los efluvios del vino, recuerdo que con Fernando Soriano y alguien más, terminé en pelota picada bañándome en los Galachos de Juslibol al amanecer del día 26. ¡Yo, que tengo pánico a las acequias y charcos, metido en esos lagos cenagosos….! Después hicimos una minigira por Aragón: Recuerdo que estuvimos en Teruel, en el famoso Instituto Ibáñez Marín (aunque no pudimos actuar por razones técnicas), en donde Sanchis Sinisterra vatias décadas antes daba clases y había formado su grupo de teatro junto a Magüi, Joaquín Carbonell y el mismísimo Federico Jiménez Losantos, entre otros ilustres y controvertidos actores aficionados.   Y el 28 de Octubre estrenamos efectivamente en Londres. Toda una experiencia. Viaje en avión y los técnicos en una furgoneta alquilada que atravesó con cierta lentitud Francia e Inglaterra. Los alumnos y profesores de la Weber Douglas nos aplaudieron entusiasmados, aunque no entendieron demasiado la función, a pesar de que hicimos un programa de mano en inglés, resumiendo detalladamente el argumento de las escenas.

Rosa Lasierra (Inés) y Jesús Pescador (Juan)

Rosa Lasierra (Inés) y Jesús Pescador (Juan)

Marissa Noya, Paco Sevilla, Gregorio Germes y Chati Calvo, viendo el cuadro pintado por José Luis Cano

Marissa Noya, Paco Sevilla, Gregorio Germes y Chati Calvo, viendo el cuadro pintado por José Luis Cano

Pasan los años, exactamente veinticinco, y me toca hacer de nuevo un taller de tercero. Benito me recuerda en una comida de profesores de la EMT que ha pasado un cuarto de siglo desde que durmió en casa del batería de Dire Street y que esa era una buena razón para repetir el taller de Don Juan. ¿Porqué no? Mis planes eran hacer una versión de la novela “Amárica”, de Kafka, pero su propuesta me pareció mejor. Tenía sentido, además, en un momento en que la Escuela quería reivindicarse a sí misma para ser oficial, y la reposición de un taller que en su momento tuvo bastante trascendencia, podía ser útil a tal fin. Con tiempo por delante, yo les propuse a los alumnos de esa promoción la repetición del proyecto, y éstos aceptaron, creo que en alguna medida por la posibilidad de regresar 25 años después a la capital de Inglaterra, cosa que, finalmente, no ocurrió, porque, aunque se escribió una carta en este sentido, nunca obtuvimos respuesta. Tal vez ni Yago ni su corbata amarillenta ya no nos recordaban.

 

De esta segunda versión yo quisiera destacar algunos aspectos.

La nueva generación

La nueva generación

Los alumnos trabajaron sin saber cómo había sido la primera. De ésta solo conocían el cuadro, porque desde que la Escuela se trasladó a su actual ubicación en la calle Domingo Miral, y por idea del director Cariñena, presidía y preside la escalera interior de la Escuela. Solo al final, y para pulir algunos matices muy concretos, vieron el video de la obra. Yo, sin embargo, hice, con ayuda de Marissa Noya, de Gregorio Germes y de Paco Aguarod, una reconstrucción casi arqueológica de la puesta en escena. Llevé a los actores (incluyendo a Rita Lorenzo (que también fue una ayudante de dirección magnífica), Guillerme Oliveira, Carmen Córdova, Eve Sancho y Borja Inglés, que completaron  el reparto por necesidades ineludibles) al sitio que quería, pero el trabajo para ellos fue como si fuera la primera vez que se llevaba a escena. Es decir, no se resintió para nada, ni se empobreció (o, al menos esa es mi percepción), el trabajo de creación de personajes.  Gregorio Germes, con ayuda de Paco Sevilla, que se encargó de la producción, hizo la misma iluminación, mejorándola, claro. El espacio lo permitía: el Teatro Principal ofrece en cuestiones técnicas mejores posibilidades que el Mercado. Y con muy poco presupuesto, Josefina Graus, mi fiel colaboradora desde hace tantos años,  reconstruyó con mucha dignidad el vestuario que, en su momento, diseñaron Alicia Rabadán y Silvia Mascaray. Del cartel se encargó en esta ocasión, Amor Pérez Bea.

Ensayos de la segunda versión

Ensayos de la segunda versión

Un momento emotivo fue el encuentro de las dos generaciones de actores. Un par de semanas antes del estreno, hicimos un ensayo general para ellos. Para nuestra agradable sorpresa aparecieron la mayoría, a pesar de que a algunos no los pudimos encontrar, a otros, como a mi querida Marisol Fallola (la primera Alcaldesa) le fue imposible desplazarse desde Extremadura,  y alguno no quiso venir (lo de las heridas no cerradas seguía vigente, algo que no puedo comprender, pero que respeto…)

 

A Rosa Lasierra se le cayeron las lágrimas (y a mí también) viendo a la nueva Inés esperando la llegada de Juan al final de la obra, interpretada ahora por Sheila Magali, y al final, los “antiguos” aplaudieron con gran cariño a «los nuevos». Yo fui feliz viendo aquello. Un momento en el que sentí que el paso del tiempo no es una maldición sino un regalo de la vida. Sentí mucha emoción ese día y también la noche del estreno, el 29 de Junio de 2013, cuando ambos equipos salieron a saludar juntos en un Teatro Principal prácticamente lleno.  Chus Castrillo (la primera Ciutti) pidió previamente un abucheo para Mariano Rajoy, sentada entre el público, mientras yo explicaba algunos pormenores del trabajo antes de empezar la función. Y pensé en voz alta que ya estábamos haciendo algo extraordinario: ¡una obra de teatro que provoca abucheos antes de ser vista! Artaud se hubiera sentido muy feliz, sin duda. Pero con abucheo a Rajoy incluído, todo salió razonablemente bien.

 

Han pasado meses de aquel momento. Yo no sé con cuál versión, si es que puede llamarse así, me quedaría. Sinceramente las dos me parecen bonitas, y me siento orgulloso de ambas por igual.

 

Tal vez Lucio Dalla (grande, grande, grande…) que nos prestó su maravillosa canción “Cara”, desde algún lugar del remoto espacio sideral nos podría dar alguna opinión al respecto. O tal vez, Fernando Soriano, que estuvo en la primera versión como actor y no pudo ver en directo la segunda, o Mariano Cariñena, o Miguel Garrido, o el pintor insomne y suicida, todos ellos desaparecidos, nos podrían hablar con más objetividad que yo, que Chati, que Gregorio, que Marissa, o que Benito, que seguimos en la pelea.

 

Ah, por cierto. El personaje de Don Juan me sigue pareciendo odioso… Pero ese es otro tema.

 

Las dos generaciones juntas

Las dos generaciones juntas

Javier Tomeo (Quicena (Huesca)1932- (Barcelona), 2013): otra muerte más

Publicado junio 22, 2013 por elsimagico
Categorías: Biografías y semblanzas, Centro Dramático de Aragón, Obituario

Félix Prader, en primer término, y Javier Tomeo, desde el balcón del Centro Dramático de Aragón.

Félix Prader, en primer término, y Javier Tomeo, desde el balcón del Centro Dramático de Aragón.

Justo cuando estaba en un momento en el que leía sus novelas con auténtica pasión, le conocí en la Braserie Fló, de Barcelona. Alí estábamos Joan Ollé, Marcos Ordóñez, Rosa Lasierra, María Guillem y yo. Tomeo llegó a los postres –a los profiteroles, para ser exactos-, y recuerdo que le preguntamos cómo se había aclarado para escribir una de sus novelas –“Patio de Butacas-“, que se desarrolla, como su propio nombre indica, en la sala de un teatro en el que, al más puro estilo kafkiano, había más acomodadores que espectadores y en donde se cometió un crimen, creo recordar que en uno de los oscuros entre acto y acto. “Muy fácil”, nos dijo Tomeo, arrojando sobre el mantel inmaculado un montón de pequeños rotuladores de colores que sacó del bolsillo interior de su enorme chaqueta azul. Cada uno de ellos era el que le correspondía a cada personaje de la novela… Los estudios de criminología de Javier le sugerían y propiciaban este tipo de métodos a la hora de escribir sus obras que siempre tenían un tufillo siniestro, humorístico, inequívocamente autobiográfico…

 

Cuando eso ocurrió, un 30 de Diciembre gélido de 1991 en el que se hablaba mucho, y con una gran sorpresa sobre la desaparición de lo que habíamos conocido siempre como la URSS, y que precedió a escala doméstica al único fin de año de mi vida que me pasé entre antibióticos y sopores, sin enterarme  del cambio de año, Tomeo ya era para su propia sorpresa el escritor español más representado en todo el mundo, mucho más que Lorca o Valle Inclán. ¡Escritor teatral…!, siendo que nunca se le había ocurrido escribir específicamente para el teatro. Su “Amado monstruo” en el Teatro National de la Colline, de París, había sido su extraordinaria presentación internacional, título al que siguieron otros, no menos exitosos, como su “Diálogo en re mayor”, que tuvo una gran repercusión en la sala pequeña del Teatro Odeon, en Alemania y, posteriormente, en Barcelona. Por eso, este oscense de Quicena se codeaba con los grandes de la dirección escénica, y sus novelas –habitualmente monólogos-eran minuciosamente leídos por los que proponen los repertorios de los teatros más importantes del mundo.

 

Cuando años más tarde en Zaragoza, Juan Bolea, entonces concejal de cultura, organizó una semana en su homenaje con la intención subterránea de solicitar para él el Premio Nobel de Literatura, a mí se me pidió que me hiciera cargo de un texto, tampoco inicialmente pensado para el teatro, llamado “Bestiario”, que contaba las pequeñas vidas de unos bichos que, sin duda, nos representaban bien, a los bichos más grandes, es decir a nosotros, los seres humanos. Recuerdo los ensayos y, en general, todo el proceso, con un cariño muy especial. Se estrenó en Abril de 1999 y lo hice con gusto porque conté desde el primer instante con su asesoramiento y complicidad, y porque en la aventura estuvieron amigos como Cristina Yáñez, Alfonso Desentre, Cristina de Inza, Blanca Carvajal, Carlos Vega, Pilar Doce, José Luis Esteban que sustituyó a Mariano Anós y muchos otros actores y actrices que lucieron un magnífico trabajo, Elegí el hall del Teatro Principal, creando un espacio cuadrangular para unos doscientos espectadores, y sé que a Javier le encantó el montaje, que, a través de su consejo y de su ayuda, volvió a repetirse en Junio de 2000, nada menos que en el Palau Maricel, de Sitges, dentro de su famoso festival de teatro.

 

Palau Maricel

Palau Maricel

El siguiente capítulo en nuestras vidas tuvo lugar al comienzo de la andadura del Centro Dramático de Aragón. Yo quería empezar con un texto suyo y él me propuso “La agonía de Proserpina”, pero la agenda de Félix Prader, el director que él había elegido por haberle montado un texto suyo en la Comedie Française, hizo imposible esta posibilidad, siendo finalmente Ricardo III, el que diera el pistoletazo de salida a una aventura que Javier entendió a la perfección y apoyó con verdadero entusiasmo. El CDA tenía esa voluntad, que solo la miopía o la mala fe, podían malinterpretar: estrenar autores aragoneses de proyección universal, contar con los mejores profesionales de nuestra tierra (escritores, actores, técnicos, etc), y solicitar la participación de profesionales que, como Prader, estuvieran situados en primera línea de la creación europea.

 

Los ensayos comenzaron en París, después de unos días de casting en el Teatro de la Estación, en el que terminaron siendo elegidos Beatriz Ortega y Balbino Lacosta. En esa ciudad intimamos un poco más, y será inolvidable para mí la noche en el que en un restaurante cercano a la Plaza de la República, y en donde nos dejaron fumar porque éramos los últimos clientes, Javier Tomeo y la musa polaca de Fassbinderr, Hanna Schigulla, se arrancaron a cantar canciones, coplas y duetos inverosímiles, que a todos los que allí estábamos nos hicieron vibrar de emoción.

Balbino Lacosta y Beatriz Ortega

Balbino Lacosta y Beatriz Ortega

 

Tras el estreno en el Teatro de la Abadía, de Madrid, y en el Teatro Principal de Zaragoza, y algunas otras actuaciones, el montaje para el que Gregorio Germes hizo una bellísima iluminación, dejó de hacerse y empezamos a meternos en otros proyectos. De todos modos, Javier siempre que venía a Zaragoza, solía visitarme en la oficina que el CDA tenía en el Paseo de la Independencia, después de saludar muy cariñosamente a Olga Herreros, Juncal Aparisi, Ana Muñoz y Pepa Marteles y soñábamos nuevos proyectos que nunca llegaron a ponerse en marcha.

 

Siento una profunda tristeza en este día en el que soy consciente de que ya no compartiré con Javier ninguna de esas comidas en las que el jamón y el ternasco eran el centro, sin que la bondad de uno u otro, eclipsaran la inteligencia, la bonhomía y la enorme sabiduría de este inmenso hombre al que tanto le gustaron las mujeres y tan solo se debió de sentir siempre.

 

Paco Ortega

 

 

En memoria de Mariano Cariñena

Publicado marzo 28, 2013 por elsimagico
Categorías: Biografías y semblanzas, Obituario, Otros artículos publicados

Este artículo ha aparecido en el Suplemento de Artes y Letras de Heraldo de Aragón el 28 de Marzo de 2013.

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Fotografía de José Miguel Marco

En una Zaragoza gris y destrozada por el franquismo, Mariano Cariñena supo sacar adelante proyectos que, como el Teatro de Cámara, primero, y el Teatro Estable, después, significaron islas de inteligencia teatral en medio de un mar de cerrazón y tristeza. Su conocimiento de las dramaturgias contemporáneas y en especial de la teoría y la práctica de Bertold Brecht, junto con su formación en el dibujo y la pintura, hicieron de él un director de escena renovador y europeo, si se me permite la expresión, en un contexto de tapias desdibujadas por el cierzo.

Fue un placer inmenso y un gran orgullo compartir con él muchos años de trabajo en la Escuela Municipal de Teatro. Fueron horas y horas de discusiones encendidas, respetuosas e inteligentes, que Mariano recuerda con emoción en un hermoso libro de conversaciones con Antón Castro. Junto a valiosos compañeros hemos compartido un proceso de enseñanza en el que, sin ninguna duda, hemos aprendido nosotros más que nuestros alumnos. Durante casi veinte años, pilotó esa nave de locos cuerdos, luchando por conseguir la oficialización de nuestros estudios, por dignificar la Escuela.

Lo sentí personalmente muy cerca también en la creación del Centro Dramático de Aragón. El, sabedor de lo que cuesta levantar este tipo de edificios, y mucho más, mantenerlos, apostó firmemente por la gestación de un teatro público que, junto con las compañías privadas que entonces existían, dieran trabajo de calidad a los actores que se habían formado en nuestras aulas. Lo hizo con decisión porque siempre estuvo resuelto a impulsar lo que se hacía en esa dirección y porque su mirada sabía distinguir sin problema alguno, intereses personales y particulares.

Se nos ha ido Mariano, pero nos queda su ejemplo de constancia, de rigor y profundidad en el trabajo. Nos queda para siempre su indesmallable amor por el teatro. Nos quedan también sus anécdotas, su modo de hablar, de presentarse en público.

Me viene a la memoria el día en que Mariano Anós, él y yo fuimos invitados en el Ayuntamiento a una recepción del Rey. Un servidor, prudente y formalito, se compró un traje en unos grandes almacenes, pero recuerdo a los dos Marianos vestidos con gran elegancia… Eran trajes de “comedias”, extraídos de baúles imposibles, que pertenecían a vete a saber qué personajes de teatro. El monarca no se dio cuenta de que le daban la mano dos republicanos convenientemente disfrazados de nobles o de marqueses, ni creo que tampoco nadie, pero mirándolos de reojo, comprendí que ambos eran miembros destacados de una extirpe de artistas a la que también quería pertenecer, a pesar de la frecuente indiferencia local ante el talento nacido en su perímetro.

Siempre lo recordaré así: disfrazado, riéndose y tosiendo. Lleno de barro en las botas, con sus pantalones de pana marrón. O con esa peluca que le pusieron para rodar no sé qué escena, o interpretando a Cristóbal Colón, en aquella obra alemana que montó el mismo año que Franco se fue al otro barrio. Y es que, además de una cultura abrumadora, de una inteligencia profunda, de un instinto especial para escuchar buena música, Mariano era un hombre con un asombroso sentido del humor, que se divertía viviendo, que contemplaba la propia vida como un extraordinario espectáculo.

Por todo ello, por sus luminosas peculiaridades, por ser “un hombre de matices”, como un día lo defendió Labordeta en una cena con un famoso autor del momento, por sus ocurrencias, por su fuerza física, por lo mal que jugaba al ping pong, por lo mucho que le gustaba la morcilla, por su oficio y su talento, por su profunda bondad, Mariano Cariñena será para mí siempre un hermoso recuerdo, un valioso ejemplo, un camino permanentemente abierto.

Y me gustaría que ahora, cuando todo parece más difícil, las instituciones entendieran que tener en esta tierra una escuela superior de arte dramático sería, sin ninguna duda, el mejor homenaje a su memoria.

Paco Ortega

Palabras para Mariano

Publicado marzo 28, 2013 por elsimagico
Categorías: Biografías y semblanzas, Leídos en público, Obituario

Estas palabras fueron escritas y leídas por mí en el homenaje a Mariano Cariñena que la Escuela Municipal de Teatro organizó en colaboración con el Teatro Principal de Zaragoza, ayer, día 27 de Marzo de 2013, a las siete y media de la tarde.

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Como no tengo muy claro poder hablar sin cortarme alguna vez por la emoción que siento en estos momentos, he decidido escribir estas líneas y trataré de leerlas de un tirón, lo más brevemente posible.

En primer lugar, gracias a todos y todas por venir a este homenaje a Mariano Cariñena que hemos organizado desde la Escuela Municipal de Teatro, en colaboración con el Teatro Principal.

Como podéis comprender, la noticia de la muerte de Mariano ha estallado como una bomba en el corazón de las personas que trabajamos con él durante tres largas décadas, compartiendo alegrías y tristezas, periodos de bonanza, como cuando inauguramos los locales en donde ahora nos hallamos, pero también periodos de incertidumbre, en los que vimos peligrar la propia existencia de la Escuela. Durante dieciocho largos años, Mariano nos ha dirigido en nuestro día a día, sin reblar ni un ápice en su ánimo, que siempre fue mucho y muy constante. Para nosotros su presencia sigue siendo una evidencia: las paredes de las aulas están pintadas del color que él eligió para conseguir un adecuado clima de trabajo, las estanterías de la biblioteca están exactamente iguales de accesibles y ordenadas, las encuadernaciones de algunos libros se mantienen exactamente de la misma manera, el cuadro del Don Juan, que a él se le ocurrió colocar en la escalera, sigue presidiendo nuestro subir a las aulas todas las mañanas, y tantos y tantos detalles que crearon y siguen creando un ambiente estimulante y acogedor, que subrayan ese aire de libertad y de felicidad compartida, que hemos disfrutado durante este largo e intenso periodo de nuestras vidas.

Ese ambiente se lo debemos a él en una enorme proporción, pero el ambiente no solo lo crean las cosas, los objetos o los colores. El ambiente, sobre todo, lo crean las personas, y, de modo especial, las personas con un carisma especial, como Miguel Garrido, el primer gran ausente, y como el propio Mariano.

Le debemos mucho. No hay palabras suficientes para expresar ese “debe” en nuestras vidas… Le debemos su constancia, su magisterio, su sentido inigualable del humor, su cercanía personal… Pero hoy quiero destacar especialmente la capacidad de Mariano para transformarse cada día, para no estar anclado en un lugar fijo e inamovible. Los que más tiempo llevamos en la Escuela, hemos contemplado, admirados, su propio proceso de transformación personal y artística. Aunque Mariano fue siempre fiel a una manera de comprender el hecho teatral, en sus múltiples facetas de director, dramaturgo, pedagogo, escenógrafo, e incluso de actor, esa fidelidad no le impidió comprender e incluso acercarse a otras maneras de entender estas cuestiones. En concreto,  a lo largo de sus treinta años de enseñante, fue transformando sutilmente su propio concepto de la interpretación, entendiendo de otra manera, y de forma profunda, paulatina y progresiva, que el actor era poseedor de un cuerpo, pero también de un tesoro interior de recuerdos, emociones y sentimientos. Desde un teatro más pictórico, muy influido por la filosofía y la praxis del Berliner Ensemble, y en particular de la teoría de su fundador, Bertold Brecht, Mariano pasó poco a poco a concebir un concepto teatral en el que el actor fue adquiriendo una diferente y mejor jerarquía, de índole más humana, más sensorial, más relevante, más verdadera, si se me permite la expresión. Y, en consecuencia, sus clases fueron también transformándose en aspectos teóricos y prácticos para conseguir que sus alumnos aprendieran a caminar hacia ese objetivo.

Mariano será siempre recordado por haber estado en los momentos fundacionales del teatro de Cámara y del Teatro Estable, por haber dirigido espectáculos increíblemente europeos en el contexto de una ciudad como ésta, con inequívoca tendencia a la mediocridad. Para mí es inolvidable el efecto que me produjo ver en el desaparecido Teatro Argensola, “El molinero de Sansoucci”, de Peter Hacks, y lo sitúo en mi memoria como la primera vez que me enfrenté conscientemente como espectador a lo que conocemos como puesta en escena. Es decir, un cruce de lenguajes ordenados por alguien para hacernos comprender un determinado mensaje. Ese alguien era él en un momento importante de su carrera y de su vida, cuando había empezado a madurar y cuando ya se adivinaba nítidamente en su trazo de artista una seguridad en la elección de los procedimientos y las decisiones estéticas. En esas compañías, y entre algunas personas que compartían su mismo aliento, y que hoy nos acompañan, como María José Moreno y Eduardo González y otros, ejerció un magisterio excepcional, dirigiendo espectáculos y diseñando escenografías, eligiendo un repertorio de incalculable valor cultural, en una Zaragoza franquista, aburrida y apolillada, pero, no nos olvidemos, en el contexto también de un país carente de libertad y de referencias, en donde a Brecht prácticamente solo lo conocía la policía, y de oídas.

Fue un pionero, pues, un iluminado, un estudioso, un precursor. Pero, como digo, no se quedó ahí. Evolucionó. Y lo hizo, me atrevería a decirlo, gracias a la Escuela, a su labor en el interior de las aulas, a su cercanía con los alumnos con los que trabajó. Porque la Escuela nos permitió a todos desde el principio, experimentar con las ideas, desentrañar el sentido profundo de los textos, crear espacios íntimos de comunicación entre alumnos y profesores, borrando en muchos momentos -los mejores momentos-, las distancias aparentes entre unos y otros.

En ese arte de derribar fronteras y crear espacios comunes Mariano es un ejemplo excepcional. No hay más que ver el número de exalumnos que hoy estáis aquí, y de las palabras de gratitud y de afecto que habéis pronunciado estos días, o habéis escrito en algunas redes sociales al enteraros de la noticia de su muerte.

Mariano, sé que hablando tan bien de ti, te estoy desobedeciendo. Pero no puedo evitarlo, porque tengo que decir en mi nombre, y en nombre de otros muchos, que te hemos querido inmensamente y que vamos a sentir tu ausencia, aunque la queramos revestir con presencias rellenas de poesía y de un sentimentalismo que cuando salgamos de este teatro que tanto amaste, será absolutamente inútil. No, hay que decirlo claro, como a ti te gustaba decir algunas cosas: esto que ha ocurrido es una gran putada, no hay nombre que la edulcore, tu muerte nos deja lamentablemente huérfanos.

Pero voy a obedecerte desde este momento. Como antes decía, tu vida fue siempre vivida en clave de libertad y de independencia de criterio. En este difícil momento de tu marcha, voy a intentar ser como tú, y pienso que, de este modo, te rindo de verdad un homenaje. Tu vida, tus ideas, tus textos, fueron siempre perlas de libertad. No te importaron las convenciones en el vestir, en el escribir o en el hablar. Fuiste siempre directo al grano. Tus pantalones de pana y tus botas con tierra pegada son mucho más que un descuido. Tus agujeritos en las camisas fueron siempre un signo de independencia. Algún imbécil puede interpretar como tosquedad tu manera de caminar por el mundo sin pizca de arrogancia ni engolamiento. Fuiste único en tu presencia, único en tu inteligencia, único en tu magisterio, único en tu extraordinaria y rotunda bonhomía.

Y por eso estamos aquí: para escucharte. Para escucharte decir lo que siempre nos dijiste, implícita o explícitamente. Que un país sin cultura no merece ser vivido. Que una ciudad sin instituciones que hagan crecer la sensibilidad de sus habitantes, no merece ser transitada. Que los tranvías sirven para que los ciudadanos se trasladen de un lugar a otro, pero que la cultura, la música, las artes y el teatro, sirven para que los ciudadanos sepan estar quietos consigo mismos, vivan mejor y más felices, y probablemente sean más críticos. Que la cultura finalmente es un derecho, y que hay que luchar contra quienes la hacen imposible, quienes la restringen, quienes la recortan. Y que en ese sentido, esta ciudad, esta comunidad autónoma, esta población, se merece una escuela superior de arte dramático. Que tal exigencia no es un capricho decorativo: que es una necesidad, en la medida que continúa una tradición, consolida un trabajo, afirma una tradición teatral, mantenida contra viento y marea.

Mira que hemos luchado… Mira que lo hemos intentado… Mira que hemos estado a punto… ¿Verdad, Mariano?

Tengo que ir terminando. No sé cómo hacerlo. El folio en blanco me atormenta y me precipita a buscar palabras para despedirme. No se me ocurre nada. Solo esto:

Adios, gracias, amigo, maestro. Tenías razón. No existe el cielo. O, mejor dicho, el cielo estaba donde estabas, y de alguna manera sigues estando. Entre tus libros. En tu espaciosa casa de la calle Costa. En tu juventud parisina. En tus inicios en el teatro. En el llanto de tu nieta. En la mirada de Marisol. En los diseños de Bucho. En tus clases de interpretación. En tus inagotables cartones de 46. En tus hilarios y en tus hombricas… En tu huerto. En tus botas de agricultor. En tus maquetas. En tus textos. En aquellas largas discusiones en el Colectivo de dirección de la Escuela de teatro. En la piscina en que te remojabas todos los veranos. En aquellos choricicos tan apetitosos. En la música de Hindemit. En las canciones socarronas de Brassens. En las interpretaciones de tu amigo González Uriol. En tus felicitaciones navideñas. En las horas pasadas con José Antonio Labordeta. En el inmenso amor a tus actores. En tu mirada nostálgica cuando regresabas a la escuela y decías muy bajito: “Lo importante, Paco, es que esto todavía sigue…”

En todo eso estaba tu cielo. En todo eso sigues estando.

Quiero acabar con unas palabras escritas por Laura Ariste, una alumna suya que las ha escrito en Facebook como un tributo de agradecimiento al que fue su maestro. Creo que ejemplifican muy bien el cariño que la mayoría de las personas que han asistido a sus clases han sentido por Mariano. Y creo que a él también le gustaría escucharlas:

Tu teatro, tus clases, tus perros, tu ceniza encima de los abrigos…

tus escenografías, tu generosidad, tu cachondeo socarrón e inteligente…

vives de tantas maneras en el corazón de tantos

que resulta imprudente decir que has muerto.
Fue él quien me dijo que la muerte es cuestión de estadística

y que las estadísticas siempre tienen un margen de error…

allí estas tú.

En el fallo de la probabilidad.

Un beso enorme.

Ha muerto Mariano Cariñena

Publicado marzo 28, 2013 por elsimagico
Categorías: Biografías y semblanzas, Obituario

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Me despierto con un mensaje en el teléfono: Ha muerto Mariano Cariñena. Los siguientes minutos los empleo en hacer lo mismo con las personas que considero puede interesarles esta triste noticia. Mientras lo hago, por mi cabeza circulan a gran velocidad imágenes, recuerdos, sonidos, voces, una catarata de recuerdos compartidos a lo largo de estos casi treinta años en la Escuela Municipal de Teatro. En realidad, toda una vida personal y profesional compartida con él.

Pasó lo mismo con Miguel Garrido. Desapareció sin más, a pesar de su trayectoria y del peso de sus enseñanzas. Los actores más jóvenes, los alumnos de la Escuela recién llegados, no conocen quiénes fueron estas personas, y desconocen, por tanto, la influencia que en ellos mismos tienen todavía. El color de las paredes de las aulas, la ordenación de los armarios, elementos de un paisaje que día tras día es el que nos rodea en el interior de las paredes del antiguo Cuartel de Palafox, son el resultado de su dedicación, justo en el momento en que nos trasladamos desde aquel vetusto edificio del cetro de la ciudad a éste en el que ya hace más de veinte años estamos.

Pero no solo eso, ni mucho menos. Mariano deja tras de sí la estela de un hombre polifacético, de una inteligencia preclara, de una sensibilidad exquisita, que fue, como suele decirse abusivamente, un maestro y un pionero. Maestro mío y de muchos otros de mi edad, a los que su trayectoria y su ejemplo nos precipitó de un modo u otro en la decisión de dedicarnos al teatro. Pionero, porque en unos años de dificultades políticas inimaginables en la actualidad, fundó, o estuvo en primera fila en ese instante, junto con otras personas no menos arriesgadas, las tres compañías de las que provienen todas las demás, incluidas las maltrechas actuales: El Teatro Universitario de Zaragoza, El Teatro de Cámara y el Teatro Estable.

Cuando fui director del Centro Dramático, quise hace años que su trayectoria no se perdiera de la memoria profesional y humana de nuestro teatro aragonés, y le encargué al periodista y escritor Antón Castro la redacción de un libro que terminó llamándose “Conversaciones con Mariano Cariñena”. Costó mucho hacerlo, y el pobre Antón sudó tinta para conseguir culminarlo en la fecha pactada. Me consta que Mariano se tomó tan en serio el asunto, consciente de que era un proyecto importante para él y para todos, que construyó unas estanterías gigantescas para ir almacenando materiales, fotografías, libretos, etc. Ese era Mariano: un hombre concienzudo, que llegaba hasta las últimas consecuencias de las cosas.

Últimamente se le veía en los estrenos de la Escuela, y me cuenta Rafael Campos que solía visitarlo en su despacho del Teatro Principal. Creo precisamente que en hall de ese teatro lo vi precisamente la última vez, con aspecto cansado, y compartimos los tres una agradable conversación sobre decenas de asuntos en los que él quería ponerse al día. Mermado físicamente, la nostalgia de una actividad profesional perdida anidaba en su corazón, sin duda. Y esa nostalgia devenía, a pesar de todo, en proyectos de futuro: me habló de escribir una historia del teatro en Aragón a partir de la cantidad de materiales textuales y gráficos que él atesoraba todavía. Y en eso estábamos Esteban Villarrocha, Blanca Resano, Pirula Ariza y yo cuando ahora me avisan de su desgraciado fallecimiento.

Quiero terminar ahora con unas palabras de agradecimiento y de homenaje. Supongo que en todas partes, pero en Aragón es evidente, hay dos tipos de personas: los que inventan y los que destruyen. Los primeros suelen ser estrafalarios y peculiares, suelen estar marcados por ciertos signos externos y ciertas peculiaridades en su carácter que los hacen sobresalir sobre los demás: son astutos, constantes, soñadores, atrevidos. Aciertan bastante y se equivocan mucho. Sufren y gozan de un modo extraordinario. Aprovechan al máximo el tiempo que les ha tocado vivir, y su vida termina siendo un camino en donde la generosidad y la altura de miras contrarresta con creces sus carencias y defectos. Mariano era uno de ellos.

Pero hay otros que no distinguen entre su trayectoria y la de los demás. Solo les importa la suya: son destructores y dañinos, envidiosos y cobardes. A estos últimos se les llena la boca de sandeces para condecorarse a sí mismos, esgrimiendo a veces argumentos que a ellos puede sonarles a objetivos y que ofenden a la inteligencia. Pues bien, el panorama del teatro en Aragón, casi en ruinas, destrozado por los segundos, se va llenando de ellos en detrimento de aquellos.

Me gustaría pensar que al final ganarán los primeros, pero, sinceramente, no lo creo porque el daño realizado es enorme. Pero estoy también seguro de una cosa: si en algún momento Mariano Cariñena ha examinado su trayectoria con cierta tranquilidad de espíritu, seguro que habrá sonreído interiormente y se ha sentido francamente feliz. Ha cumplido con creces la misión que él mismo se ha impuesto. Ha educado el gusto de las personas, ha dejado multitud de amigos, ha compartido su vida con Marisol, una mujer serena y fuerte, ha tenido un hijo, Bucho, que ha mantenido la tradición teatral en la familia, ha visto nacer a un nieto, ha sido el director que más tiempo ha pilotado la Escuela de Teatro, ha escrito, ha pintado, ha emborronado miles de folios y de lienzos, ha disfrutado con la mejor de las músicas, ha fumado tal vez demasiado, ha saboreado los placeres físicos e intelectuales de la vida hasta el fondo, y ha dejado para siempre un ejemplo para quien quiera seguirlo.

Por todo ello, maestro extraordinario, amigo querido, no tengo las palabras suficientes para darte las gracias.

Dos veces el mismo error

Publicado enero 27, 2012 por elsimagico
Categorías: Centro Dramático de Aragón

Morir loco y morir cuerdo, texto y dirección de Fernando Fernán Gómez.

(Artículo publicado en Heraldo de Aragón el 26 de Enero de 2012)

En 1985 los profesionales del teatro en Aragón contribuimos eficazmente a cargarnos el primer Centro Dramático de Aragón (CDA) diseñado por Mariano Anós. El director que habían pensado no nos gustaba y se armó tal ruido mediático que no solo nos lo cargamos a él, que se largó con el rabo entre las piernas, sino también a la institución naciente. Fue una lección, pero una lección que, ahora lo sabemos, no sirvió para nada.

Dieciséis años más tarde, las circunstancias y el aliento político de Javier Callizo me pusieron delante la posibilidad de inventarme el segundo CDA y lo hice con un enorme entusiasmo. Durante meses estudié modelos y entendí tres cosas: que un teatro público debe ser el buque insignia del teatro en general, tanto público como privado; que se define por sus producciones propias, y se complementa con sus coproducciones, sus cursos para profesionales y sus iniciativas para perpetuar la memoria; por último, que su estructura interna debe ser lo más autónoma posible, tanto para preservar su personalidad artística como la agilidad de su gestión administrativa.

En poco tiempo hicimos muchas cosas: producciones, coproducciones, cursos, publicaciones. Contratamos a profesionales internacionales y locales, y se dio trabajo, en unas condiciones impensables hasta entonces, a un número estimable de actores y actrices aragoneses que dejaron constancia de un talento y una preparación excelentes. Sin duda, hubiéramos realizado más actuaciones y rentabilizado mejor los gastos de producción, si hubiéramos contado con una sede en Zaragoza –el Fleta era nuestro horizonte-, y si algunos programadores españoles no se hubieran sumado a un boicot evidente, diseñado por aquí cerca.

El Premio Max que conseguimos en 2005 pareció que nos consolidaba, pero duró poco esa ilusión. Juanjo Vázquez me dijo unas semanas más tarde con total claridad: “Paco, se acabaron los estrenos en el María Guerrero… Hay que hacer un CDA para Aragón…” No entendí muy bien el mensaje pero comprendí que no aceptaban la herencia que el PAR y Callizo les habían dejado y había empezado el proceso de desmantelamiento. Habían cedido finalmente a la presión de algunas voces que venían repitiendo que el CDA era para ellos una competencia desleal. Y para desmantelarlo pusieron a una persona que se había manifestado abiertamente en contra de su creación, añadiendo, además, que nunca le había gustado el teatro. Estupendo currículum.

Para legitimar su destrozo este señor tuvo que imaginar que “su teatro” era un lujoso cochazo y que los actores eran simples cadáveres en la cuneta… Consecuentemente, aceptó que le rebajaran el presupuesto -¿para qué quería el dinero en realidad si no quería producir nada?-, y comenzó a repartir lo poco que tenía y a crear planes de movilidad para inmovilizarlo, e insípidas redes, tan baratas como inútiles, para conducirlo… a ninguna parte.

Por eso, en todo ese doloroso proceso, me parece inexplicable que un proyecto que expresaba sin vacilaciones su pretensión de estimular la creatividad y el talento de los profesionales de esta tierra, mejorar sus expectativas, dignificar su propia condición laboral, elevar el listón de la calidad de sus productos, crear en definitiva señas de identidad cultural en nuestra tierra, haya tenido tan escasa defensa entre estos mismos profesionales y sus asociaciones representativas. Puesto que esto del cierre del CDA se veía venir, ¿no habría que haberlo defendido con uñas y dientes aunque la gestión concreta de sus dirigentes, incluida la mía, no fuera del agrado de algunos?

Resultado: por segunda vez hemos sido incapaces de mantener y defender una estructura de teatro público en Aragón. Eso es grave, pero las consecuencias pueden ser todavía peores. Como decía al principio, este modelo de CDA estaba diseñado también para proteger el hecho teatral en sí, incluyendo al teatro privado. El riesgo ahora es que después de desaparecer el primero, desaparezca también el segundo.

         Paco Ortega